La Salud Mental (Quinta Parte)

La posición ética ante la Salud Mental

Laura Cevedio aborda las consecuencias de la pandemia y la organización social sobre la Salud Mental, ‘entrevistada por el entrevistado’ en el anterior número

Cumplimos con un ciclo de entrevistas encadenadas, donde un profesional del psicoanálisis entrevista a otro, y este es el encargado de hacer las preguntas en la siguiente entrega. Tras esta entrevista nos disponemos a dar un siguiente paso en la contribución a un espacio plural de reflexión, colaboración y apoyo, sobre el psicoanálisis y la postpandemia, la infancia y la adolescencia. No dejen de volver sobre las anteriores entrevistas a Fabián Appel, José Luis Mellado, Luisa Borondo y Roque Hernández (La Redacción)

Laura Cevedio es psicoanalista, autora de “La histeria: Entre amores y semblantes” -Editorial Síntesis-, coautora de “Conceptos freudianos” -Editorial Síntesis-, de “Terminología científico-social” -Editorial Anthopos-, colaboradora de la Revista Trauma -Estudios de clínica psicoanalítica. Ediciones Serbal– y en la cátedra de Psicoanálisis en el Ateneo de Madrid (año 2000 a 2004); y participante desde el psicoanálisis en congresos, másters, doctorados y mesas redondas, tanto en España como en Francia.

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¿Podemos hablar de un antes y un después de la pandemia, en el sentido de una afectación de la relación de los sujetos con respeto al cuerpo, la sexualidad, la muerte y el vínculo con los otros?

Es necesario hacer una reflexión profunda sobre qué supuso y supone aún en los sujetos la pandemia en el sentido que propones en tu pregunta. Han pasado pocos meses desde que la Organización Mundial de la Salud decretara el fin de las medidas de protección contra el COVID; sin embargo, desde distintas instancias, se intenta que la actualidad borre los acontecimientos pasados, desaparezcan del día a día, dejando a los sujetos aislados con su sufrimiento.

En Occidente, los distintos gobiernos y la Organización Mundial de la Salud, en un principio, pensaron que el virus apenas rozaría a sus habitantes, ignorando que la tan ansiada globalización para el mercado económico pondría en movimiento, rápidamente, la circulación del Covid.

Las primeras medidas contra el virus mostraron un gran desconcierto. Los comités científicos fueron llamados a organizarlas. Científicos basados en su método de “ensayo-error” propusieron y quitaron para luego volver a proponer pautas de cuidado para los sujetos. Los Estados empezaron a mostrar que no tenían la solvencia que se les otorgaba, se vio cómo ese mundo globalizado no estaba preparado para satisfacer las demandas de elementos de primera necesidad. Se decretaron medidas estrictas que prohibían la circulación de los habitantes como forma de frenar la propagación del virus, pero fueron insuficientes. La gran y única esperanza estaba en los laboratorios que debían producir vacunas en tiempo récord y en plena pugna para ser los primeros en comercializarlas, que si bien arrojó luz sobre la sombra, se fue convirtiendo en una nueva mercancía donde poder pujar.

Cuando se intenta esconder retorna en forma de síntoma’

¿La proximidad de la muerte ya no se podía negar?

La información del estado de la epidemia fue diaria, se conocían los nuevos casos de contagios y también las muertes. Muertes que se intentó desplazar. Primero parecía que afectaba a personas mayores, a patologías graves adquiridas con anterioridad, pero en poco tiempo las muertes no respetaban las edades y sobre todo sin importar el nivel económico de los mismos, ya no era algo que pasaba en otros países y en otras edades, ni en otras economías. Ya no se podía desmentir, tenía una fuerte presencia en los hogares. El contagio homogenizaba a todos en la vida y en la muerte. Cualquiera podía enfermar, cualquiera podía morir. Los muertos eran enterrados sin los rituales necesarios. Los familiares no podían despedirlos, no asistían a sus entierros, dejando a los vivos en situaciones emocionalmente devastadoras. Veníamos negando la muerte propia, pero la epidemia mostró su cara más atroz: la muerte de los otros y la posibilidad de la propia despejaba toda duda de su presencia.

Superado el estado de alarma, los sujetos fueron mostrando los estragos psíquicos que la pandemia había producido en ellos, porque hasta entonces sólo los relacionados con el cuerpo se consideraban posibles de cuidados sanitarios. Y cuando algo se intenta esconder, no decirse, retorna en la manera de un síntoma.

¿Fueron suficientes las medidas que se tomaron para aliviar el sufrimiento de los sujetos?

Algunos sujetos siguieron fiándose del discurso del Amo moderno que dejó en manos de la ciencia la coordinación, pero otros rechazaron sus propuestas generales, es decir para todos iguales. Desautorizando medidas de calado social porque limitaba sus derechos individuales de movimiento y hubo quien se postuló como garante de esa libertad individual con propuestas basadas en las leyes del libre mercado. El desarrollo económico necesitaba que los sujetos volvieran a consumir, ofreciendo la posibilidad de distraerse de la muerte propia. Se fomentó el diálogo horizontal. A profesores, científicos, gobiernos se les atribuyó propuestas autoritarias, pero a la vez fallidas, desechados por no restablecer los lugares que demandaban. Esto produjo en parte de la sociedad un vaciamiento del orden simbólico.

Todo lo que está en el mercado se puede comprar’

Los sujetos a través de sus estructuras psíquicas mostraron cómo para algunos engañar a los representantes de la autoridad era una diversión cotidiana convirtiendo sus órdenes en algo vacío. En otros sujetos, el temor a la muerte produjo un rechazo a los otros, a sus semejantes. El otro era visto como posible fuente de contagio. La seguridad se encontraba en el aislamiento, lo que produjo una profunda soledad. Lo que constatamos no sólo en la clínica, también en cada ocasión que los sujetos hablan. Son heridas que en mayor o menor medida han marcado a todos.

Muy pronto los sujetos empezaron a mostrar sus malestares. Ya no se puede todo desde lo imaginario, hay límites en lo real que han producido frustraciones, miedos, desilusiones, desconcierto con respecto al futuro, suicidios en adolescentes que se arrojan al vacío, sin que sus familiares ni educadores tuvieran sospechas de que eso se producirá y, sobre todo, esas marcas en el cuerpo que no responden a ningún mal funcionamiento orgánico que insisten una y otra vez. Aparecen sujetos deambulando de especialista en especialista demandando respuestas a sus malestares, que los facultativos no pueden dar. No tienen un saber estandarizado sobre ello.

Las propuestas, especialmente a los jóvenes, que parece que son los que muestran con mayor fuerza su frustración, dependerá desde qué posición ética se les haga llegar. Si se hace desde la economía neoliberal, la forma de resarcirlos de su narcisismo agujereado pasa por ofrecerles distintas opciones de disfrute. La última: viajes con grandes descuentos, pero el mensaje se complica cuando “algunos sujetos” lo toman literalmente. Todo lo que está en el mercado se puede comprar y ellos lo pueden disfrutar, deslizándose a una negación del otro. Ya no se ve como su semejante sino como un objeto para saciar su pulsión de golpear, de violentar. Violaciones grupales de niños de 13 años, “bullying” escolares, siempre con imágenes que puedan circular (para añadir algo más a la humillación). Las pulsiones que habían estado opacadas de manera temporal por la influencia de las circunstancias ahora pueden mostrarse en algunos sujetos de manera desatada, brutal, usando a los otros para su propio disfrute. Se rompe el mantra que aseguraba que después de la pandemia saldríamos como sociedad y como sujetos mucho mejor.

Pero el neoliberalismo no sólo se muestra en las campañas de consumo, también se apoya en algunos textos de autoayuda, tomando a los sujetos no en su singularidad sino como si de antibióticos se tratara, a todos se le receta la misma dosis. Se prioriza, como si fuera función de una instancia fuera de él: el optimismo, la diversión, ser positivos. Desde esta consideración los síntomas de los sujetos se interpretan con consejos generales. Postura que suele mantener a los sujetos anestesiados, conservadores, temerosos de cambios donde ellos se tienen que definir.

Como si de antibióticos se tratara, a todos se les receta la misma dosis’

¿Qué podemos decir los analistas sobre el sufrimiento de los sujetos?

Claro que todos necesitamos parar, como se señaló en el 22 Congreso de Salud Mental en Madrid, un tiempo de reflexión, pero hay que preguntarse por qué y para qué parar. Si se trata de reemplazar con nuevos objetos los que ya no producen satisfacción será fomentando nuevos síntomas, que a la vez reclamarán nuevos objetos, aislando más al sujeto de su búsqueda de identidad. Y allí el psicoanálisis propone al sujeto que se interrogue sobre qué muestra ese síntoma de él. Si se mantiene como algo ajeno, algo puramente social, producto de la incapacidad de la sociedad, no podrá reconocerlo y quedará en la esfera de algo frustrante por desconocido.

El sujeto tiene que dedicarse tiempo, palabras, asociaciones, para encontrar su subjetividad, que nunca puede estar marcada por la homogenización. Uno a uno debemos ser escuchados en el tiempo variable que cada uno tiene para escribir su singularidad.

Se votaron leyes absolutamente necesarias en casos de juzgar el desenfreno sexual de algunos individuos donde el consentimiento de la víctima es el principal fundamento para considerar, pero cuando el concepto circula en otros encuentros, desvaloriza lo más importante: el deseo. Aceptar no siempre equivale a desear, el deseo no siempre es explícito, es un efecto del lenguaje, por eso puede modularse. Podemos decir que la salud mental va más allá de lo sanitario, que atañe a la ciudad y a cada uno de los ciudadanos.

Aceptar no siempre equivale a desear, el deseo no siempre es explícito’

Como bien dices, no es una tarea que solo pertenezca al orden clínico: la educación, la sanidad, la cultura, los espacios comunitarios están involucrados en la pérdida o mejora de la salud mental de los ciudadanos. Como ejemplo quiero referirme a la Exposición de Juan Muñoz, quien muestra en su obra “La Plaza” cómo 27 hombres chinos socializan entre ellos con gestos risueños. A primera vista son todos iguales, todos chinos, pero para el que quiera ver, verá cómo estos 27 hombres, salidos desde el mismo modelo, forman un conjunto compuesto de individualidades, expresiones, formas de estar, de llevar la ropa, de mostrar su singularidad. Los tiempos de cada uno no son iguales a los de otros.

Como articuló Lacan, cada uno posee un tiempo para ver, otro para comprender y luego vendrá la conclusión. Para cubrir estos tiempos es necesario preguntarse, así como hizo Freud con su paciente Dora, qué hay suyo en ese síntoma que se repite, una y otra vez. Su interrogación le permitirá enfrentarse a su frustración para entrar en un nuevo registro que lo conectará con su inconsciente. El sujeto situado frente a lo real se libera del sentido único, lo que le abre la posibilidad de otra palabra.

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