No hay un solo metro cuadrado del campo de exterminio en el que el Estado de Israel ha convertido la Franja de Gaza que sea un lugar seguro. No hay crimen de guerra que el ejército sionista no haya perpetrado, y no proclame además orgullosamente. Es el genocidio, sin freno ni traba, que Netanyahu está llevando adelante, siempre con el total apoyo de la superpotencia norteamericana.
Leer las noticias que cada día llegan de Gaza es un billete seguro al horror y a la ignominia. Sólo en los primeros días de mayo, los misiles israelíes han atacado dos escuelas que albergaban a cientos de refugiados, y un mercado donde a pesar de que ya no hay nada que vender ni que comprar -desde principios de marzo el bloqueo israelí no deja entrar ni un saco de harina, ni un litro de agua, en Gaza- se congregaban también los gazatíes.
Especialmente cruentas son las imágenes que han llegado del bombardeo sobre la escuela Abu Hamisah del campamento de refugiados de Bureij, en el centro de Gaza, que refugiaba en su interior a cientos de familias desplazadas. Los proyectiles israelíes, que impactaron contra la tercera planta de la escuela, mataron al menos a ocho menores de edad. Las imágenes captadas instantes después del ataque muestran a personas cargando con los cadáveres de niños, así como a otros agrupándolos dentro de un edificio y cubriendo a al menos cuatro de ellos con mantas.
Estos nuevos crímenes de guerra dejan ya una cifra oficial de más de 52.600 palestinos muertos -el 70% de ellos, mujeres y niños- en la Franja de Gaza desde que Israel lanzó su actual ofensiva genocida tras el 7 de octubre de 2023. Sin embargo, éstas son sólo las muertes confirmadas por efecto de los ataques israelíes. No incluye por ejemplo los fallecidos por hambre y enfermedad. Ni tampoco los cadáveres -se estiman en no menos de 11.000 adicionales- que yacen bajo los 50 millones de toneladas de escombros al que las bombas sionistas han reducido al enclave costero.
Las tropas israelíes ya controlan el 70% de la Franja, dejando sólo el 30% de territorio restante para que allí se hacinen -en condiciones extremas, de asedio medieval, sin acceso a agua, alimentos o ayuda humanitaria alguna- los dos millones de gazatíes.
Este es el genocidio diario al que el gobierno de Netanyahu, siempre con el entusiasta y criminal apoyo de la Casa Blanca de Trump, somete a la población civil en Gaza.
El objetivo -y ya no lo ocultan- es forzar por las bombas y por el hambre a la expulsión de los palestinos del enclave costero. Una limpieza étnica. Una nueva y aún más monstruosa «Nakba».
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Israel cierra 6 escuelas de la ONU para palestinos en Jerusalén Este
Cisjordania: como el guetto de Varsovia

Todo el relato con el que el gobierno ultrasionista de Netanyahu trata de «justificar» el cruento genocidio en Gaza -la lucha contra Hamás- es tan burdo e indignante que sólo puede engañar a unos pocos. Pero lo poco que quede de él se viene abajo cuando miramos a Cisjordania, donde los islamistas no gobiernan.
Mientras en Gaza las bombas masacran a miles de personas cada semana, en Cisjordania la violenta opresión de Israel es casi igual de insoportable.
El último episodio de este apartheid tiene como blanco seis escuelas gestionadas por la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) en Jerusalén Este. Sin previo aviso, sin más justificación que el hostigamiento de los palestinos o de la propia ONU, Israel ha ordenado cerrarlas.
La UNRWA es el principal proveedor de educación y atención sanitaria a los refugiados palestinos en Jerusalén Este, que Israel capturó en la Guerra de los Seis Días de 1967. Israel se ha anexionado Jerusalén Este y considera toda la ciudad su capital unificada, pero esta reivindicación no es reconocida por la mayor parte de la comunidad internacional.