Un niño de siete años, en cabeza de su papá, mira a la cámara y lanza una sonrisa triste. Porta un dibujo y un manuscrito. Un corazón, y junto a él, manuscrito, un mensaje «Gracias Pepe!!. Te amamos por siempre». Minutos después, otra imagen capta el momento en el que Lucía Topolansky, la compañera de vida de Mujica, contempla el dibujo.
Amor con amor se paga. De ese sentimiento está hecho el adiós del pueblo uruguayo
Uruguay se remueve entre la congoja, la tristeza, pero confortados por un profundo sentimiento de unidad y gratitud hacia Pepe Mujica, una figura que ya tiene sus propias canciones.

El paisito se ha volcado en el último adiós al más querido de sus viejos. El expresidente ha unido al país hasta después de muerto. No sólo la izquierda y el Frente Amplio reivindican su figura. Hasta la oposición de derechas, desde la discrepancia ideológica, muestran su respeto y ensalzan su honradez y coherencia. Mujica es -en el más sublime de los sentidos- un prócer.
Sin embargo, el funeral de Estado, con el ataúd envuelto en la bandera uruguaya y del Frente Amplio es un funeral popular. Antes de reposar en el salón de los pasos perdidos del Parlamento uruguayo en Montevideo, el cortejo fúnebre -de tres horas- y con las aceras repletas hasta los topes, con miles y miles y miles de personas, desfiló delante de las sedes de la coalición de izquierda Frente Amplio y de su partido, el Movimiento de Participación Popular (MPP), recibido por un bosque de puños en alto y un terremoto de aplausos.
El pueblo llora a este viejito con los ojos, con sus pasos, con sus aplausos, con sus carteles.
“Gracias, Pepe. Hoy tengo un hogar digno”, decía el cartel que llevaba por lo alto otra niña junto a su mamá, mientras hacían una larga fila a las puertas del Palacio Legislativo, para despedir a José Mujica. El cartel queda a los pies del féretro.

«Gracias Pepe», dice otro cartel en manos de una mujer, con los ojos cargados de lágrimas. «Soy la primera universitaria de mi árbol, de familia humilde y barrio periférico».
Otros cantan “A don José”, un canción uruguaya identificada con la izquierda. Otros rompen el silencio al paso del ataúd -“Grande Pepe”, “El pueblo está contigo”- o lanzan su cariño hacia su mujer «Lucía, te amo».

Otros se lanzan a hablar ante el micrófono. «En una palabra, defíname a José Mujica», pregunta el reportero. «Honestidad», «Superior. Enorme»; «Modesto», «Sencillez», «Humilde», «Orgullo», «Una gran persona», «Lucha», «Un grande», «Único, imposible de suplantar», «Hasta siempre Pepe, vamos arriba». Son las respuestas.
No es sólo gratitud. Hay firmeza. Determinación por continuar por el camino que marcó Pepe Mujica, un camino de libertad, de democracia, de soberanía y redistribución de la riqueza en beneficio de las clases populares.

«Hay que trabajar por la esperanza», dijo Mujica en un multitudinario mitin, delante de miles e seguidores, en la campaña electoral de hace pocos meses. Se estaba despidiendo y ellos lo sabían. «Hasta siempre, les doy mi corazón. Gracias».
Se puso en pie, ante una atronadora ovación. «Escúchenme. Tengo que darle gracias a la vida, porque cuando estos brazos se vayan» -dijo, tocándose las manos- «va a haber miles de brazos que los sustituyan. Gracias. Gracias a todos»
Sembraste bien, viejo. Sembraste bien.
