De nuevo Donald Trump convirtió el Despacho Oval en un plató de televisión, en un reality show, para tratar de humillar y pisotear en público -como ya hizo con Volodimir Zelenski- al líder de otra nación. Esta vez fue el turno de Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica y una de las cabezas de los BRICS+. Delante de las cámaras, Trump acusó al líder sudafricano del supuesto «genocidio contra los blancos» en su país, un bulo ampliamente propagado por la alt-right norteamericana.
Ramaphosa no sólo aguantó el tipo, sino que respondió con cierta dosis de humor a las acusaciones ‘fake’ de Trump.
De nuevo una emboscada audiovisual, con la chimenea del Despacho Oval como decorado. El presidente sudafricano estaba de visita en Washington para hablar de comercio y de minerales raros, y la reunión con Trump comenzó cordial, incluso hablando de golf. A Ramaphosa lo acompañaban dos campeones de golf sudafricanos, blancos para más señas, una delegación escogida para agradar al presidente norteamericano.
Pero entonces Trump accionó el gatillo de la trampa, dirigida a poner a la defensiva al sudafricano. Acusó al gobierno de Pretoria de alentar los «asesinatos en masa» y la «confiscación de tierras» de personas blancas. Suspirando, Ramaphosa sonrió indulgentemente y negó los bulos, afirmando que «en Sudáfrica tenemos una democracia multipartidista» y un Estado de Derecho que protege a todos los ciudadanos. Incluso los dos golfistas afrikaaners, y los periodistas sudafricanos en la sala atestiguaron que todo eso son infundios.

Pero nada de eso convenció a un adicto a la posverdad como Trump. Estaba decidido a montar su número, y ordenó que bajaran las luces para proyectar un video sobre el supuesto «genocidio blanco» en Sudáfrica. Luego sacó un taco de recortes de prensa, con fotos e imágenes de crímenes, tumbas y cadáveres. Algunas de las fotos eran de un genocidio, efectivamente, pero del de la República Democrática de Congo, a 2.900 km de distancia, pero ¿cómo va a importar eso a Trump?
Ramaphosa no se dejó intimidar. Aguantó el esperpento con media sonrisa, como dando a entender que ya esperaba algo así. En un momento de la encerrona, una periodista sudafricana preguntó a Trump que qué necesitaba para convencerse de que el «genocidio blanco» era una falsedad. El presidente sudafricano apostilló que no tenía «un avión para darle», en referencia al regalo que Qatar le hizo a Trump y que Estados Unidos aceptó.
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Una «fake new» muy interesada
¿Se está produciendo un «genocidio blanco» en Sudáfrica? Desmontemos ese bulo.
Una de las imágenes que Trump enseñó a Ramaphosa muestran un mitin multitudinario, donde Julius Malema -líder de los Economic Freedom Fighters (EFF), una escisión por la izquierda del Congreso Nacional Africano- canta ante una multitud el «kill the bóers» («matad a los bóers», los granjeros blancos, o afrikáners, de Sudáfrica). Se trata de un himno guerrero, generalmente cantado en xhosa o zulú, que tiene su origen en la lucha contra el apartheid. Es como si en España se interpretara en sentido literal todas las canciones sobre «matar a los franceses» en la Guerra de la Independencia. De hecho los propios líderes de EFF insisten en que ese himno no debe interpretarse así, sino como un homenaje a la lucha de liberación.

Sí es cierto que la EFF en su programa defiende la expropiación de tierras y la nacionalización de recursos. Y tienen motivos para exigir una reforma agraria. A pesar de todos los logros económicos y sociales de Sudáfrica tras liquidar el apartheid en 1990, el 73% de la tierra agrícola sigue en manos de la minoría blanca, que es sólo el 7% de la población. Un ejemplo de cómo el fulgurante desarrollo de la primera potencia económica de África no ha logrado resolver las hondas desigualdades sociales de este país, entre clases y entre blancos y negros. Esa desigualdad y esa explotación de los propietarios blancos sigue traduciéndose en crímenes racistas contra los jornaleros negros, algo de lo que no hablan los apologetas del «genocidio blanco».
Desde luego, lo que sí existe en Sudáfrica es un grave problema de violencia, con una de las tasas de homicidios por habitante más altas del mundo (318 asesinatos por millón de habitantes), pero los crímenes no van dirigidos especialmente contra la minoría blanca, ni esta la sufre en mayor proporción de la esperada según su abundancia. Al contrario, según todos los expertos: “Las víctimas de homicidio mayoritarias son las personas negras”
No, no hay un «genocidio» -ni «blanco», ni «negro»- en Sudáfrica. Sí lo hay, reconocido por la ONU y por cualquier organismo internacional, en Gaza y por parte de Israel. Un holocausto bajo el patrocinio de EEUU y con las armas de EEUU.
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Castigar a Sudáfrica, castigar a los BRICS

Esta afrenta de la Casa Blanca a Sudáfrica tiene múltiples razones, en diferentes capas.
Efectivamente, la reforma agraria que defiende Ramaphosa -con expropiación de tierras sin compensación impulsada por el gobierno como una «corrección histórica»- ha sido la causa esgrimida por Washington para suspender la ayuda económica al país africano, y para acoger como «refugiados» a decenas de familias afrikaaners afectadas. Un programa de acogida -que va de la mano del bulo de «genocidio blanco», y al mismo tiempo que se desata una feroz cacería de migrantes en EEUU- promovida por Elon Musk, por cierto no sólo sudafricano y afrikaaner sino defensor del apartheid y de las teorías nazis del «gran reemplazo».
Pero no es ésa la única razón de la animadversión. También es la denuncia del genocidio que sí existe.
El gobierno sudafricano de Ramaphosa ha osado llevar al gobierno de Netanyahu y al Estado de Israel ante la Corte Penal Internacional, acusándoles de genocidio y de crímenes de guerra por sus atrocidades en la Franja. La dictadura mundial de Trump necesita dinamitar la legalidad internacional, y castigar duramente a quien ose esgrimirla contra los crímenes del imperio o de sus gendarmes sionistas.
La tercera razón de tanta hostilidad es que Sudáfrica es uno de los grandes referentes de los BRICS+, el grupo de países emergentes que impulsan un orden mundial multipolar, socavando y cuestionando el viejo y caduco orden mundial unipolar de EEUU, y sus instrumentos de dominio global, como por ejemplo el dólar como moneda obligatoria en las transacciones internacionales. Luchando por su propio desarrollo independiente y exhibiendo su soberanía, Sudáfrica impulsa relaciones comerciales Sur-Sur con multitud de países africanos y del Tercer Mundo. Unas relaciones mucho más justas que ponen en evidencia las draconianas imposiciones con las que EEUU y el resto de potencias imperialistas acostumbran a tratar a las naciones del Sur Global.