SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Rajoy, sin póliza de continuidad (Rubalcaba)

El PP ganó las elecciones europeas el pasado domingo y así obtuvo una victoria que, aunque pírrica, le sirvió para salvar los muebles. Pero el varapalo a los populares y al Gobierno no tiene paliativo. Las cifras cantan. En las europeas de 2009, la lista del PP obtuvo el 42,12% de los votos (6.670.377) y 24 escaños. En estas, los conservadores lograron sólo el 26,06% (4.074.363) y 16 escaños. Un desastre. Más todavía si comparamos el 25-M popular con los comicios generales del 11 de noviembre de 2011. Entonces el PP alcanzó nada menos que el 44,63% de los sufragios (10.866.566) y la mayoría absoluta tanto en el Congreso como en el Senado. De tal manera que se haga como se haga la comparación, el resultado del PP sólo tiene de bueno un elemento: que resultó mejor que el del PSOE.

El análisis consolador que se hace en Génova y en Moncloa es que el electorado del PP se quedó en mayor número en casa sin optar por la huida hacia otras opciones. Seguramente sea cierto -ahí están los votos de VOX y de Ciudadanos– pero el pronóstico no es sólo reservado sino grave porque Rajoy y su gestión, en el año y medio que queda de legislatura, tendrán que extraer de su escepticismo -y, en muchos casos, de su cabreo- a unos cuantos millones de sus electores. De lo contrario, se adentraría el PP en una crisis muy parecida a la que ahora sufre el PSOE.

Aunque pueda resultar paradójico, este desplome del PP, siendo una muy mala noticia, no es la peor que el 25-M remitió a la dirección postal del Palacio de la Moncloa. La pésima noticia para el Gobierno y su partido fue el Waterloo del PSOE que se deslizó hasta un inédito 23% de los sufragios emitidos y que se ha llevado por delante a Alfredo Pérez Rubalcaba, ese adversario-amigo que ha permitido a Rajoy gobernar como ha gobernado hasta el momento presente. Que haya quedado tocado, o advertido, el bipartidismo es ahora cuestión menor (para ellos y por el momento).

El gallego es un hombre de cálculo. Y Rubalcaba le resultaba muy conocido. Para Rajoy el secretario general del PSOE no escondía secreto alguno. Se conocía sus maneras y sus mañas; su parlamentarismo y sus requiebros negociadores. Entre ellos existía una entrañable y sincera mala-buena relación en la que el reparto de papeles resultaba al presidente comodísimo. Le bastaba a Rajoy amagar con la herencia recibida o el caso Faisán y aquí paz y después gloria.

Porque el PP ha venido gobernando hasta hoy sin oposición, sencillamente porque Rubalcaba, atrapado por su pasado (lo mismo que loado por algunos por lo que fue y en la misma medida denostado) disponía de un estrecho margen para ponerle las cosas difíciles a un Gobierno con mayoría absoluta que apelaba a la tecla de la responsabilidad transicional del socialista para paralizar cualquier reforma política-institucional, se refiriese a la Corona, a Cataluña o cualquier otro orden de cosas. En otras palabras: el secretario general del PSOE ha sido para Rajoy y su Ejecutivo “uno de los nuestros”, de aquellos viejos roqueros que nunca mueren y que ya daban juego en los primeros ochenta y conocían los pasillos y los despachos de media docena de ministerios. Su marcha es, pues, dolorosa porque desarbola la estrategia gubernamental.

Por supuesto, a Rajoy le han fallado los tiempos. El presidente cuidaba a Rubalcaba para que durase un poco más de lo que ha durado porque aplicaba la táctica que ha explicado el conocido novelista francés Bernar Werber: “No hay mejor técnica de combate que la que consiste en esperar a que el adversario se destruya a sí mismo”. Pero el juego del presidente era como el de las siete y media: malo era no llegar, pero peor pasarse. Y el calendario le atropelló a Rubalcaba y de paso a Rajoy.

Después del Congreso extraordinario de julio, los socialistas tendrán un nuevo jefe/a de filas que será de una generación distinta a la de Rajoy, que no habrá vivido las experiencias iniciáticas de la democracia como su predecesor y al que le importará mucho más reducir los espacios de Izquierda Unida y de Podemos que jugar al bipartidismo con el jefe del Gobierno. Y aquí viene la segunda pésima noticia para Rajoy, anudada a la primera: el sistema de provisión de la Secretaría General del PSOE, bien con voto de militantes, bien con el de militantes y de simpatizantes, a la francesa. Un problema para Rajoy que hace política de mesa camilla.

Tanta que avisó –si es que le avisó- a Arias Cañete de su alta misión política al frente de la lista popular cinco minutos antes de que se conociese en Villalpando. Cesarismo soft el del pontevedrés que estará obligado desde el próximo otoño a cambiar el modo off con el que gobierna. Supongo que comprenden ustedes por qué la peor noticia del 25-M no fueron para Rajoy los resultados electorales sino la pérdida de la póliza de durabilidad que le ofrecía Rubalcaba desde el liderazgo de la leal oposición.

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