Para que todos comamos pollo (si queremos)

Ha habido y hay excepciones, como los judíos y la comida kosher o los musulmanes, que no comen cerdo. En ambos casos está muy estudiado cómo lo religioso sirvió para imponer unas normas de higiene y sanidad entre pueblos nómadas, normas que de otro modo no se habrían podido difundir, con la consiguiente mortalidad entre esos pueblos.

Pero de lo que quería hablarles es de cómo también en la población tomada globalmente hay clases y la alimentación las pone de relieve como pocas cosas. Porque la realidad es que una parte sustancial de los habitantes del planeta no comen lo que deberían, ni en cantidad ni en calidad, sino lo que pueden, o lo que les deja la parte restante.

Grandes zonas de África, las que no están casi borrada del mapa por la sequía, están “alquiladas” a países europeos y a China, que de este modo “externalizan” y amplían parte de su producción, dejándoles a los autóctonos africanos los productos de después de la exportación, es decir, los calabacines que no son lo bastante rectos, los plátanos que son demasiado pequeños o demasiado grandes, y el omnipresente arroz o la mandioca, base de la alimentación nutritivamente más pobre que quepa imaginar.

Pero no pensemos solo en África o en partes del mundo con dificultades similares, pensemos también en la vuelta de la esquina.

Periódicamente se llevan a cabo campañas de recogida de alimentos y todos nos esforzamos para que año tras año se reúnan más toneladas, y nos congratulamos de que así sea. Pero eso tiene un revés de la trama, y es que hay que conseguir tanto, cuanto más mejor, porque cada vez hay más gente que lo necesita y que depende de la caridad de los demás.

Y todas esas personas tampoco van a elegir lo que reciben, desde luego no alimentos frescos, que no son fáciles de almacenar.

Y en este panorama de necesidad básica urgente mundial irrumpe la comida orgánica frente a la comida de producción industrial: los pollos de corral ante los de las grandes granjas, las terneras de estabulación libre, que comen lo que quieren por campos y bosques, en contraposición con las que se crían sobre todo encerradas en naves, alimentadas con heno o con pienso cuando el primero escasea, los cerdos lo mismo; los cultivos en huertos orgánicos versus las grandes extensiones tratadas con pesticidas y fertilizantes químicos.

La tendencia a comer orgánico cada día parece mayor, aunque el producto sea más “feo” o más pequeño, o más caro. Pero se trata en general de una elección propia de poblaciones que, precisamente, pueden elegir. Y que además poseen mayor conciencia, acompañada de mayor poder adquisitivo, un tipo de consumidor que no se encuentra entre los que reciben comida del banco de alimentos ni entre los habitantes de los países con dificultades de otros continentes, un habitante de primer mundo y estatus saneado.

Y no estoy hablando en absoluto del consumo de productos de proximidad, de lo más aconsejables, porque no requieren de grandes trayectos en camiones o trenes, o en ocasiones incluso barcos o aviones, para llegar hasta nosotros, con el consiguiente gasto de recursos y repercusión en el medio ambiente. Producto de proximidad no equivale a producto orgánico.

Hubo una época, no tan lejana y, como acabamos de decir, actual aún para una gran parte de la población mundial, en la que solo comían proteínas animales los muy ricos, en la que los pobres veían el pollo como un manjar inaccesible, lo mismo que la fruta y la verdura. El resto consumía la llamada “proteína del pobre” -un cereal con una legumbre, como las lentejas con arroz, o un tubérculo con una legumbre, patatas con garbanzos- y, sobre todo si vivían en la ciudad, solo muy de vez en cuando tenían acceso a un pollo o a un conejo, menos veces aún a la ternera.

Y fue precisamente la producción industrial de estos animales la que hizo posible el incremento de la oferta de su carne en el mercado y, por tanto, que los precios bajasen y fuesen asequibles para muchos más que antes, y fueron los pesticidas y los fertilizantes químicos -y más recientemente la introducción de los cultivos transgénicos, con la mayor fortaleza que esos nuevos genes dan a la planta-, los que convirtieron obtener cosechas en algo seguro, los que las hicieron por fin independientes de las plegarias o de cruzar los dedos, y eso propició que más gente pudiera consumir ese tipo de productos, por poco orgánicos que fueran.

Aunque, ¿qué es “orgánico” y qué no lo es? Absolutamente todo lo que llega a nuestra mesa nace del mar o de la tierra y crece y se alimenta de ellos, ya sea nadando libre en los océanos, confinado en piscifactorías o en granjas industriales, o bien picoteando a su aire en corrales, abonado con fertilizante industrial o con estiércol. Ningún alimento se obtiene en laboratorios, a partir de materia sintética.

Es evidente que hay que impedir por todos los medios que se perjudique la salud de la población; que no se puede, por ejemplo, engordar a los animales con hormonas o similares para que crezcan más rápido y así incrementar el beneficio fraudulento de las empresas agropecuarias. Pero no caigamos tampoco en el catastrofismo.

Estamos en España, un país europeo sometido a reglas y supervisión dentro del propio país y en el continente, donde el control de los alimentos funciona, donde la democracia posee mecanismos para velar precisamente por que lo dicho en el párrafo anterior no pase.

Más quizá debería preocuparnos la venta libre de productos del huerto o del corral orgánicos, de los que no sabemos, o al menos yo no lo sé, quién los controla, no sé lo que hace el productor en la intimidad de su terreno, lo que da de comer a sus animales, lo que echa en la tierra.

No quiero hacer una apología de lo no orgánico frente a lo que sí lo es, lo que sí quiero decir es que en este planeta vivimos muchos millones de personas, cada vez más, y que, aunque nuestros recursos globales son suficientes para todos, están extraordinariamente mal repartidos, lo que, en la práctica, tiene los mismos efectos que si no hubiese los suficientes.

Y que ante una situación tan perentoria y límite como esta quizá el pragmatismo deba ganarle la batalla al purismo.

Porque para lograr la supervivencia de la especie lo principal es que haya especie, y para que esta no desaparezca, o al menos gran parte de ella, todo el mundo debe tener acceso al agua y a comida nutritiva. Y debe saber adaptarse y convertir su cualidad de omnívoro en lo que es: una de las principales ventajas del ser humano, la garantía de que, pase lo que pase, sabrá salir adelante.

2 comentarios sobre “Para que todos comamos pollo (si queremos)”

  • Dicen ustedes «nuestros recursos globales son suficientes para todos». Eso es una mentira. Hacen falta 3 planetas tierra para que todos podamos vivir con niveles como Europa y 1,7 para vivir en la media mundial (https://picazo.eltiempo.es/cuantos-planetas-tierra-necesitas-para-mantener-tu-ritmo-de-vida/).
    Lo que es perentorio de verdad son las políticas de planificación familiar para lograr tasas de natalidad negativas, como ya tienen en Europa y volver en un siglo o siglo y medio a los 2500 millones de habitantes aproximadamente. O talves este artículo está insinuando que todavía queda mucho planeta sin urbanizar y sin deforestar para convertirlo en campos de cultivo y viviendas? Los defensores de que el alma humana es un regalo divino y cuantas más almas haya en la tierra, mejor, sospecho que en realidad sean agentes encubiertos del capitalismo expoliador de los recursos naturales.
    El planeta no es nuestro, estamos acá de paso y lo compartimos con millones de otros seres que tienen el mismo derecho que nosotros a vivir en él. Si una mujer quiere tener 4 o 5 hijos, lo siento, doña, pero no puede ser, hace 100 años talvez, pero ya no más.

    • Disculpen, quise decir tasas demográficas negativas, no de natalidad. Obvio que los nacimientos no pueden ser negativos, menores que 0. Me refería al crecimiento demográfico, que con menos de 2 hijos por pareja por promedio es negativo ya que cuando los padres mueran habrá menos de 2 personas para ocupar su lugar y así con el paso de las generaciones la población total se reducirá hasta volver a niveles sostenibles sin nesecidad de arrasar el planeta.
      Espero haber sido más claro ahora. Saludos

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