Nuevos descubrimientos Evolución Humana

No todo está en los genes

El relato de la evolución humana ha dejado de ser una línea recta, cuyo desarrollo natural conducía a nuestra especie, para convertirse en un rompecabezas que no deja de dar sorpresas

En 2006, hace escasamente 12 años, dos de las revistas científicas más importantes, Science y Nature, rechazaron publicar un artículo donde se anticipaba que neandertales y humanos habían intercambiado genes hace 40.000 años, alegando que ese cruce era imposible. Hoy, nuevos descubrimientos han pulverizado estas ya antiguas concepciones.

Hace pocas semanas se ha publicado el genoma extraído de un fragmento de hueso hallado en la cueva junto a las montañas de Altái, en Siberia. Pertenecía a una adolescente que vivió hace 90.000 años, y que ha sido bautizada como Denny.

Los resultados han sido sorprendentes. Su madre era neandertal y su padre denisovano, una especie de la que apenas se conservan unos pocos restos pero cuyo ADN ha sido descifrado. Dos especies humanas que no solo mantenían relaciones sexuales sino que tenían hijos en común. Ya se habían roto los antiguos prejuicios, y se admitía que las diferentes especies humanas tuvieron descendencia común en algunas circunstancias. Pero nunca se había encontrado, como ahora ha sucedido, un hijo de una pareja mixta.

Hace muy poco tiempo los mismos científicos consideraban que la probabilidad de encontrar una primera generación de híbridos entre especies humanas era “infinitesimalmente baja”. Ahora ya se ha confirmado que esos cruces no eran tan inusuales. Si así fuera, no se encontrarían individuos como Denny tan fácilmente.

Este trasvase genético entre especies humanas es incluso más amplio. Y está presente en cada uno de nosotros. Entre un 1% y un 3% de nuestro ADN procede de los neandertales. Podemos decir que, de alguna manera, llevamos un neandertal dentro. Esta proporción incluso aumenta cuando se estudian los restos neandertales más recientes. Hay más ejemplos, la población de aborígenes australianos, papuanos y melanesios tiene entre un 4% y un 6% de su ADN “heredado” de los homínidos denisovanos.

La concepción tradicional sobre la evolución humana nos hablaba de una transformación lineal, donde una especie daba paso a otra más evolucionada, y cuya culminación natural éramos nosotros, el Homo sapiens. La cosa se complicó cuando se comprobó que hasta cinco especies humanas habían convivido durante milenios. Y se ha vuelto extraordinariamente enrevesada al descubrir que las relaciones entre ellas, también carnales, no solo no eran excepcionales sino que se producían con la suficiente asiduidad para dejar todavía hoy un rastro en los humanos actuales.

El panorama limpio y nítidamente gradual ha dejado paso a una realidad mucho más compleja, y fascinante, que apenas estamos empezando a comprender. Existe un tronco común, ancestros compartidos de los que se van desgajando las diferentes especies humanas. Pero la evolución humana no es una escalera, sino un árbol del que salen diferentes ramas, que además se entrecruzan permanentemente entre ellas.

En esta reformulación de las concepciones sobre la evolución humana, los yacimientos de Atapuerca y las conclusiones de su equipo de investigadores han jugado un papel clave. Obligaron a repensar la colonización humana del viejo continente, al retrasar desde los 500.000 hasta más allá del millón de años la edad de los primeros homínidos europeos. Colocaron una nueva especie, el Homo antecessor, en un puesto de preeminencia en el mapa de la evolución humana. Originario de África, colonizó Eurasia y sería el último ancestro común entre neandertales, denisovanos y humanos modernos.

No todo está en los genes

La posibilidad de descifrar el ADN de fósiles de homínidos está siendo una privilegiada herramienta para descubrir nuestro pasado. Pero Montgomery Slatkin, uno de los principales especialistas mundiales en el tema reconoce que “no hay un gen al que podamos señalar y decir que es el responsable del lenguaje o de alguna otra característica única de los humanos modernos”.

El arte era una de esas capacidades únicas que solo podíamos encontrar en nuestra especie, el Homo sapiens. Era porque recientes investigaciones en yacimientos españoles han demostrado que las pinturas más antiguas fueron realizadas por los neandertales. Sabíamos que los neandertales enterraban de forma ritual a sus muertos, en posición fetal, esperando que pudieran renacer en una vida futura. Está demostrado que podían fabricar fuego, una conducta que también se había atribuido en exclusiva al Homo sapiens. O que se adornaban, ya hace 115.000 millones de años, con collares de conchas pigmentadas.

Los neandertales eran una especie humana e inteligente, capaz del pensamiento simbólico necesario para concebir un más allá o para expresar una concepción del mundo a través del arte. Ese mayor conocimiento de los neandertales nos obliga a repensar qué nos hace humanos a nosotros.

Todo comenzó hace aproximadamente 2,5 millones de años. Es entonces cuando aparece el género homo. Ya existían anteriormente homínidos bípedos, como los australopitecos, que se habían separado de chimpancés o gorilas. Pero el Homo habilis, el primer representante del género homo, representa un salto cualitativo. Es capaz de fabricar herramientas. Por eso su nombre científico es Homo habilis.

Fabricar herramientas no es, como hacen los chimpancés, utilizar objetos que la naturaleza proporciona para realizar actividades. Por ejemplo cazar hormigas metiendo un palo en su hormiguero. Cuando el Homo habilis convierte un canto rodado de sílex en un primitivo cuchillo está fabricando algo que no existía, que la naturaleza no es capaz de proporcionar. Primero ha debido concebirlo, diseñarlo en su cabeza, y luego ejecutarlo. No es una actividad individual, es necesaria la participación de todo el grupo social para realizarla, mantenerla y desarrollarla en el tiempo.

No existe un gen de las herramientas. Han sido necesarios un enorme cúmulo de cambios: en el cráneo y el cerebro, en las extremidades superiores que de patas se convierten en manos al ser bípedos… Pero el salto cualitativo hacia la fabricación de herramientas es un comportamiento social. Así es, desde su mismo nacimiento, el camino que nos hace humanos.

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