El Estado de Israel está en el origen de Hamás. Los impulsaron, los financiaron y los promovieron, convirtiéndolos de mera facción islamista a grupo terrorista.
Está en las hemerotecas. Lo han publicado muchas veces, y hace muchos años, medios nada sospechosos de ser antiisraelíes como el Wall Street Journal («Cómo Israel ayudó a engendrar a Hamás», diarios israelíes de izquierdas como Haaretz o los cables de WikiLeaks. Lo han afirmado congresistas norteamericanos como Ron Paul («Si nos fijamos en la historia de Hamás, encontraremos que fue alentada e inicada por Israel para contrarrestar a Yasser Arafat», dijo).

La financiación israelí hacia Hamás no es cosa de los 80 o 90. Se mantuvo hasta poco antes de los atentados terroristas del 7-O, atentados cuya preparación la inteligencia israelí conocía bastante bien, decidiendo no hacer nada por impedirlos.
El dinero israelí -30 millones de dólares mensuales, mediante intermediarios- financiaba a Hamás. La novedad es que el primer ministro israelí acaba de admitirlo. Sin tapujos, sin intentar negarlo ni suavizarlo.
En una rueda de prensa nacional retransmitida en internet, Netanyahu ha asegurado que su Gobierno permitió que se transfirieran fondos desde Qatar a Hamás en Gaza para mantener a los islamistas y a la Autoridad Nacional Palestina (que administra Cisjordania) divididas.
«La política que condujo a permitir a Catar transferir dinero a Gaza fue aceptada por unanimidad por el gabinete de seguridad», dijo sobre la decisión adoptada en 2018. «¿Por qué se hizo? Porque queríamos mantener divididos a Hamás y la ANP», añadió.
Netanyahu admite ahora lo que negó tajantemente -tildándolo de «ridículo»- en noviembre de 2023, después de los atentados de Hamás.
La razón de su «sinceridad» está clara. El halcón sionista siente detrás el respaldo absoluto, completo y sin fisuras, del inquilino de la Casa Blanca. Esa es la fuente de su impunidad, y borracho de ella, el genocida suelta la lengua.


