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Nada nuevo en la polí­tica exterior de EEUU

“Ojalá hubiera incurrido en un error cuando me opuse a la guerra”, dijo Barack Obama.

Fue una de las frases que le ayudó a ganar el debate sobre la guerra en Irak en septiembre de 2008 contra su oponente republicano McCain, que tuvo que defender a la administración de Bush insistiendo en que la guerra había sido un éxito.

La población estadounidense, atormentada por la crisis financiera y cansada de esforzarse por “llevar paz y estabilidad” al extranjero, vio en Obama el símbolo de una renovación con la que soñaban muchos. Obama era una persona nueva en el campo político (era senador sólo desde 2005) y libre de los pecados de las administraciones y dinastías políticas previas. También dijo entonces: “Ojalá no tenga que utilizar la fuerza militar cuando sea presidente”. Y sus conciudadanos creyeron que no era como los demás.

En verano de 2007 Barack Obama, quien no era más que uno entre una media docena que aspiraba a postularse para la presidencia por el Partido Demócrata, publicó en la revista Foreign Affairs su artículo electoral sobre política exterior titulado ‘Renewing American Leadership’. Aquí está el sumario del texto: “Después de Irak, podríamos caer en la tentación de aislarnos. Ello podría ser un error. El momento de EEUU no ha pasado, sino que debe renovarse. Debemos lograr que la guerra alcance un fin responsable para, entonces, renovar nuestro liderazgo –militar, diplomático, moral- para enfrentar las nuevas amenazas y capitalizar nuevas oportunidades”. “La diplomacia bien medida, apoyada por los instrumentos del poder estadounidense (político, económico y militar) ayudará a lograr el éxito hasta con los adversarios más antiguos como Irán y Siria … La diplomacia, combinada con la presión, podría reorientar a Siria haciéndola abandonar su agenda radical y optar por una postura más moderada, que pudiera, a su vez, ayudar a estabilizar Irak, liberar Líbano de la presión de Damasco y proteger la seguridad de Israel mejor”. “Estados Unidos no puede enfrentar los retos de este siglo solo; y el mundo no los podrá enfrentar sin Estados Unidos.”

Han pasado seis años. Barack Obama, quien hasta obtuvo en 2009 el Premio Nobel de la Paz por trabajar a favor de la paz en el mundo, se enfrenta a la necesidad de iniciar una acción bélica contra Siria, que sería ya la segunda guerra contra un país árabe en el período de su presidencia. No están claros ni la escala ni el objetivo de la campaña. La población no la apoya y no llega a entender las acciones del jefe del Estado. Las consecuencias y los posibles riesgos no están bien determinados. La llamada de Washington a unir esfuerzos para castigar al régimen de Asad no encontró apoyo activo, aunque los aliados no se oponen abiertamente como en el caso de Irak. No hay ninguna posibilidad de que la intervención sea legitimada por el Consejo de Seguridad de la ONU. El presidente de EEUU se da cuenta de que la operación no sólo es arriesgada, sino que seguramente tendrá el resultado contrario, provocando un efecto dominó en la región. Y en estas condiciones no tiene otro remedio que ponerse de acuerdo con su oponente McCain, quien urge a ir hasta las últimas consecuencias una vez realizada esta intervención, imprescindible a su ver.

¿Por qué se alejó tanto el presidente de sus intenciones y promesas de la segunda mitad de los 2000? Hay razones objetivas y subjetivas. Objetivamente, Obama tuvo la mala suerte de presidir en una época difícil. El marco internacional se acercó a un momento crítico. Ya es imposible seguir ignorando que aún no se ha establecido un orden estable desde que terminara la guerra fría, y que la interdependencia estrecha entre todos no significa la unión del mundo global. Al contrario, el mundo está fragmentándose y sus partes separadas se portan de manera imprevista. Barack Obama entiende mejor que nadie en la cúpula estadounidense que el planeta ha cambiado tanto que los métodos antiguos de influencia en los procesos resultan totalmente ineficaces. El poder de EEUU es casi ilimitado, pero al ser aplicado resulta contraproducente. La falta de estrategia se debe no al bajo nivel de calidad del trabajo analítico, sino a la imposibilidad de predecir los eventos. Y por eso los ambiciosos planes de renovación de política exterior y su adaptación a las condiciones cambiantes, tan anheladas por Obama, resultan imposibles.

Barack Obama está contra la violencia y el dogmatismo ideológico, porque ambos llevan a un callejón sin salida. Pero con el actual liderazgo global de EEUU y ante la particular cultura política estadounidense, se le acusa de indecisión y oportunismo, lo que afecta la reputación. El darse cuenta de la necesidad de los cambios y de la adecuada percepción de la realidad son condiciones imprescindibles pero insuficientes para un nuevo rumbo. Obama, pese a su talento oratorio, no logró convencer a sus interlocutores, ni a los internos ni a los externos. Para la “renovación del liderazgo estadounidense” (y precisamente así se titulaba el artículo de 2007 antes mencionado) se requiere un consenso de apoyo amplio. Primero pareció que Obama lograría contar con este apoyo y consenso, pero luego resultó que es uno de los líderes que contribuyeron más a la polarización de la sociedad.

Creo que la causa principal del fracaso de Obama, en este sentido, consiste en que el contexto de política exterior para él es secundario en comparación con las tareas de la transformación interna de EEUU, que quisiera convertir en su herencia histórica. Obama debe mostrar su disponibilidad a pelear en Siria, porque si no lo hace los oponentes le tacharán de “pato cojo” al que nadie va a obedecer ni en cuestiones de salud, ni en las de reducción de la deuda, ni en las de la superación de la pobreza y desarrollo de formación y educación. Resulta que el coste de abstenerse de emprender acciones bélicas, desde el punto de vista de Obama, supera el del riesgo de hostilidades duraderas en la región en cuestión. Por eso una nueva guerra para él es el menor de los males, aunque contradice sus principios y el sentido común que siempre ha ostentado.

“No podemos ni retirarnos del mundo, ni forzarlo a la sumisión. Debemos guiarlo, con acciones y con ejemplo”, escribió Obama en el artículo de 2007. Es una paradoja, pero las manifestaciones más negativas de la hegemonía estadounidense se revelaron no en la época en la que EEUU podía lograr todo lo que quería, sino ahora que el límite de sus posibilidades se hizo evidente. Sigue siendo el Estado más fuerte, pero ya no se siente así. EEUU puede causar al mundo y a su propia condición más daño por su incoherencia actual que el que causó por su presuntuosa obstinación de antes. Cuando no hay ejemplo que pueda guiar, no queda más remedio que reconocer que “no podemos ni retirarnos del mundo, ni forzarlo a la sumisión”.

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