Literatura

Meridiano de sangre

Nos acercamos a la conmemoración del 25 aniversario de la publicación de «Meridiano de sangre» (1985), de Cormac McCarthy, en un momento en el que el autor norteamericano ha hecho ya eclosión en nuestro paí­s, después del notable éxito -crí­tico, editorial y lector- de sus dos últimas novelas: «No es paí­s para viejos» (éxito «doblado» por el eco de su versión cinematográfica, en la que Bardem obtuvo un Oscar) y «La carretera» (Premio Pulitzer 2007 y próxima también a llegar a las pantallas). Es pues el momento idóneo para «volver la vista atrás» y recuperar la indiscutible obra maestra de un escritor al que el gran crí­tico neoyorquino Harold Bloom considera y define como «el verdadero discí­pulo de Melville y de Faulkner» en las actuales letras norteamericanas.

En “Cómo leer y or qué”, Bloom, que elige “Meridiano de sangre” (1985) como una de las diez mejores novelas norteamericanas de la segunda mitad del siglo XX, y la define como “la auténtica novela apocalíptica estadounidense”, la “más dura y memorable” de todos y la “insuperable culminación del western”, advierte sin embargo de los “problemas y dificultades” de leer esta obra.“Confieso -dice- que mis dos primeros intentos de leer Meridiano de sangre fracasaron porque retrocedí ante la carnicería abrumadora que retrata McCarthy. La violencia empieza en la segunda página, cuando a los quince años el Chico (the Kid) recibe un balazo por la espalda, apenas debajo del corazón, y casi sin respiro sigue hasta el final, treinta años más tarde, cuando el juez Holden, la figura más terrorífica de toda la literatura estadounidense, asesina al Chico cuando está desprevenido en el retrete. Las matanzas y mutilaciones son tan apabullantes, que parece estar leyendo un informe de las Naciones Unidas sobre los horrores de Kosovo en 1999”.“Pese a todo –continúa diciendo Bloom– exhorto al lector a perseverar, porque Meridiano de sangre es un logro imaginativo canónico, a la vez novela estadounidense y sangrienta tragedia universal. El juez Holden es un malvado digno de Shakespeare, yaguiano y demoníaco, un teórico de la guerra perpetua. Y la magnificiencia del libro –lenguaje, paisaje, personajes, conceptos– acaba por trascender la violencia y convertir la truculencia en un arte aterrador, un arte comparable al de Melville y al de Faulkner. Cuando enseño el libro, al principio muchos estudiantes lo rechazan, como me ocurrió y les sigue ocurriendo a algunos amigos. La televisión nos satura de violencia real e imaginada; me aparto de ella, bien porque me da asco, bien porque me afecta demasiado. Pero, ahora que sé cómo leerla y por qué hay que leerla, no puedo apartarme de Meridiano de sangre. En las carnicerías que describe no hay un solo detalle gratuito o redundante; ese salvajismo existió en la frontera entre México y Texas entre 1849 y 1850, que son el escenario y la época de la mayor parte del relato. Supongo que habría que hablar casi de “novela histórica”, porque Meridiano de sangre es la crónica de la expedición de la banda Glanton, una fuerza paramilitar enviada conjuntamente por las autoridades texanas y mexicanas para acabar con el mayor número de indios posible. Sin embargo, carece del aura de la ficción histórica: mientras entramos en el tercer milenio, lo que pinta aún hierve en Estados Unidos y en casi todas partes. Es más que probable que personajes comparables por su salvajismo al juez Holden sean aclamados como héroes en muchos países del mundo en los próximos años”.“El juez Holden –sigue diciendo Bloom– es el líder espiritual de los aventureros de Glanton, y McCarthy , persuasivamente, da al sedicente personaje un rango mítico (…): es un hombre enorme, calvo como una bola de billar, sin rastro de barba, sin pestañas ni cejas. Es un albino de más de dos metros de altura que casi parece un ser llegado de otro mundo (…) no duerme nunca, baila y toca el violín con pericia y energía extraordinarias, viola y asesina a niños de ambos sexos y afirma que jamás morirá…”.Bloom acaba comparándolo con el capitán Ahab de Moby Dick o incluso con la gran ballena blanca de Melville. El capitán Ahab, como semidiós prometeico, es necesariamente mortal. En cambio, “como a la ballena blanca, al juez albino nadie puede matarlo”. “McCarthy –afirma Bloom– da al juez Holden los poderes y propósitos de los ángeles malos, pero a nosotros nos dice que no hagamos esa identificación. No hay sistema que pueda reducir al juez Holden a sus elementos originales. ¿Qué puede hacer el lector –se interroga el propio Bloom– con este personaje obsesionante y terrorífico?”.“Holden –dice– es en primer lugar un estadounidense del Oeste. La frontera con México es un lugar soberbio para esta especie de dios de la guerra. Lleva un rifle bañado en plata con su nombre grabado bajo el lema Et in arcadia ego. En la Arcadia estadounidense también está presente la muerte, encarnada en la infalible arma del juez. Si la tradición pastoral estadounidense es en esencia el western cinematográfico, el juez la encarna también, aunque le haría falta un director a años luz de distancia de Sam Peckinpah, cuya Grupo salvaje es un retrato de la dulzura misma si se la compara con los paramilitares de Glanton”.“Por eso –concluye Blomm– recurro a Yago como único rival digno del juez Holden. Yago, que del campo transfiere la guerra a cualquier escenario, es un piromaníaco que todo lo incendia con el fuego de la batalla. El juez podría ser Yago antes de que Otelo comience”.

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