“Maruja Mallo, entre Verbena y Espantajo, toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo, sus cuadros son los que he visto pintados con más imaginación, emoción y sensualidad” (Federico García Lorca).
Estos halagos de Lorca a la obra de Maruja Mallo no son un hecho aislado ni anecdótico. Forman parte de una corriente general, que se fascinó ante la poderosa mirada de una pintora singular.
André Breton, pope del surrealismo, avaló a Maruja al comprar su obra “El espantapájaros”, e introducirla en las tertulias más selectas de París. Paul Éluard, uno de los protagonistas de las vanguardias de entreguerras, situó “las creaciones extrañas de Maruja Mallo entre las más considerables de la pintura actual”, calificándolas como una “revelación poética y plástica”. Y Dalí halagó a su manera a Maruja Mallo, al definirla como “mitad ángel, mitad marisco”.
En el extraordinario espectáculo de las vanguardias de entreguerras, con una de las mayores concentraciones de genios artísticos de la historia, Maruja Mallo no se dejó eclipsar. Al contrario, emergió como un vendaval que atraía la atención de todos.

Hoy tenemos la oportunidad de volver a disfrutar de una de las artistas esenciales del siglo XX. Gracias a la exposición “Maruja Mallo: Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982”, Que podrá verse en Santander hasta septiembre y en Madrid a partir de octubre.
Nos ofrece una visión panorámica de una obra que se prolongó durante más de medio siglo. Con una complejidad todavía por descubrir, y que sigue fascinando a las miradas del siglo XXI.
Maruja Mallo mantuvo una insobornable coherencia artística durante toda su vida, pero jamás permaneció igual. Para ella repetir un estilo “va contra las leyes del espíritu”, porque “el arte es presagio”. Su obra nos despliega una apabullante variedad, en la forma y en el fondo, que siempre nos dice algo que no sabíamos.
Su carta de presentación son dos series tan iguales y tan diferentes.
Por un lado las verbenas, definidas por la autora como “creaciones mágicas de medidas exactas”, donde la fiesta popular permite dibujar una ciudad tumultuosa, donde todo se mezcla y todo es posible -incluso ángeles negros-, donde el orden social también puede ponerse del revés.
Y por otro “Cloacas y campanarios”, imbuida de surrealismo, poseída de un impulso onírico tétrico, que nos ofrece imágenes de una enorme potencia visual, con hombres y mujeres reducidos a esqueletos.
Maruja Mallo continuará ofreciéndonos sus inagotables y múltiples caras en su obra.

Con la serie “La religión del trabajo”, donde las campesinas se convierten en diosas griegas elevadas a la categoría de gigantes con la carga de siglos a sus espaldas.
O el descubrimiento, en el exilio, de América, en palabras de la autora “este inmenso continente que me brindaba la alegría de vivir frente a la agonía de morir”. Donde “aparecían mágicamente ante mí las exóticas razas de un inédito despertar”. Allí, poseída de la fecundidad y la diversidad americana, Maruja pintará “naturalezas vivas”, en oposición a las naturalezas muertas de la tradición pictórica. Porque todo lo que pintaba Maruja, y más en América, estaba vivo. Y a través de la serie de las máscaras nos ofrecerá una apabullante muestra de los muchos colores en que se despliega la humanidad.
Maruja Mallo será capaz de sumergirse en los abismos oníricos de la irracionalidad, pero también de aplicar la matemática al arte, fascinándose ante el orden geométrico de la naturaleza.
Un huracán Maruja que seguirá vivo hasta el final de sus días, en los que dará un nuevo giro a su obra para buscar en la conquista del espacio nuevos motivos artísticos.
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Una mujer independiente
En 1945, en las playas de Chile, Maruja Mallo se fotografía cubierta de algas, como una diosa marina emergida de las aguas. Su presencia es apabullante, retadora. Es la imagen de una nueva mujer, que irrumpió en el siglo XX y que al reclamar protagonismo lo pone todo patas arriba.
Esas mujeres independientes, creadoras, irrumpieron en España durante los años de la Segunda República. Son una espléndida generación de creadoras que gracias a Maruja Mallo son conocidas como las “Sinsombrero”.
Como nos recuerda Maruja “un día se nos ocurrió quitarnos el sombrero porque decíamos que parecía que estábamos congestionando las ideas y, atravesando la Puerta del Sol, nos apedrearon llamándonos de todo”. Entonces el sombrero, especialmente para las mujeres, era un complemento imprescindible y quitárselo simbolizaba un acto transgresor.
Junto a Maruja Mallo irrumpieron pintoras como Margarita Manso, Ángeles Santos o Remedios Varo. Escritoras como Concha Méndez, Rosa Chacel o María Teresa León. Escultoras como Margarita Gil Roësset o Marga Gil. Filósofas como María Zambrano, filólogas como María Moliner…
Maruja Mallo no estuvo sola, no fue una flor en el desierto. Participó de un movimiento general de mujeres creadoras que fueron protagonistas en uno de los momentos más altos del arte español y universal.
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Concha Lomba, historiadora del arte
‘En cien años las artistas son olvidadas’

Hablamos con una detective del arte, una investigadora especializada en recuperar a las artistas enterradas y darles a su obra el lugar que merecen
Concha Lomba es Catedrática de Historia del Arte y Directora del Instituto de Investigación en Patrimonio y Humanidades de la Universidad de Zaragoza. Comenzó su trayectoria profesional en el Museo Español de Arte Contemporáneo en Madrid, y se incorporó al mundo universitario tras pedir una excedencia voluntaria del Museo Reina Sofía. Investigadora especializada en el olvido que han sufrido las creadoras y el papel que han desempeñado en la escena artística española, europea y americana durante la Edad contemporánea.
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¿Cómo podrías sintetizar el papel de Maruja Mallo en el arte español del siglo XX?
Desde el punto de vista artístico, es una de las mujeres más significativas de la Generación del 27, porque contribuyó a formular corrientes nuevas. Las vanguardias que se estaban produciendo en el resto de Europa y Maruja Mallo es una de las pocas figuras que constituye un grupo de vanguardia propio de España.

Desde el punto de vista poético, alumbra nuevas posibilidades estéticas, y eso es importante porque no solo se interesa esencialmente por la tradición española, sino por analizar la figura de la mujer en todos y cada uno de sus comportamientos. De hecho, la mayoría de sus composiciones tienen como protagonistas a las mujeres, casi siempre líderes.
Y en tercer lugar, toda esa poética se desarrolla en relación con una ideología muy concreta que manifiesta desde el principio. Ella es consciente de las dificultades enormes que tienen las mujeres para poder desarrollar una trayectoria artística, incluso en la República, y defiende una política decidida a favor de la mujer.
Su compromiso político se evidencia a través de una serie de textos que son muy significativos. Cuando está instalada en Galicia, antes de exiliarse en Buenos Aires, escribe una serie de artículos muy duros, que ninguna artista, ni tan siquiera Amparo Ballester, había hecho dentro de su disciplinada organización política.
Todo esto le permite codearse y ser considerada incluso por el misógino André Bretón, que no es que fuera muy proclive a la presencia de las mujeres en el escenario artístico pero que le compró un lienzo. Es una de las pocas mujeres artistas, que Jesús Fernández en esa novela del 27 titulada ‘La Venus Mecánica’, salva entre sus distintos protagonistas. Una artista muy considerada entre la crítica avanzada, que por otra parte no hacía ningún caso a las mujeres.
‘La representación de las mujeres en escenarios libres es una constante en su obra’
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En su obra vemos una enorme intensidad y potencia pero también una fascinante diversidad, desde el realismo mágico y el surrealismo a las pinturas de concepción geométrica, la particularidad de la etapa americana… ¿Qué cambia y qué permanece en la obra de Maruja Mallo?
No es lo mismo este realismo con algo de magicismo de ‘Las Verbenas’, que ese nuevo realismo, o esas nuevas figuraciones, como les llaman en Francia, de ‘La Mujer de la Cabra’, o esas dos figuras al borde del mar, que no son las ejecuciones simbólicas que podríamos plantear nosotros, una mujer desnuda corriendo y otra mujer completamente tapada, incluso el rostro, tipo burka blanco además. Hay una enorme diferencia.
A lo largo de todos esos peculiares surrealismos, siempre hay una constante investigación. No se conforma con mantenerse con esos temas. Solo hay un momento donde lo telúrico se mezcla con las novedades más avanzadas. Solo en ese momento, las mujeres no son protagonistas, pero es un momento escaso. El resto del tiempo es esa pasión por descubrir y aportar novedades importantes y sugerentes, y la constante de la representación de las mujeres en escenarios libres, que la convierten en un personaje que puede disfrutar de la vida en igualdad de condiciones que los hombres.
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Te quería preguntar por dos series de la primera etapa de Maruja Mallo. Por un lado las “Verbenas”, donde aparece la plástica popular desde la vanguardia, y por otro “Cloacas y campanarios”, dominados por un clima onírico y tremendista. ¿Cómo encajan en la obra de Maruja Mallo?

Porque Maruja Mallo siempre está fundiendo dos momentos, las novedades de vanguardia, junto con esa reivindicación del espíritu.
Aparecen esos dos ámbitos territoriales, España y América, con esas culturas que han definido paulatinamente también al mundo hispano. Y a la vez aparece ese disfrute de la vida por parte de las mujeres y de los hombres. Y lo mismo aparece en unos ensayos paralelos en los que aparecen escaparates de la Gran Vía de Madrid, con mucha acuarela, con neones y esos edificios muy altos, esos maniquíes, un vaso de vermouth, una copa de cava, como ese otro mundo del Rastro que también aparece. Es decir, la modernidad y el Rastro, lo que Ramón Gómez de la Serna está definiendo en sus escritos.
En “Cloacas y campanarios” aparece ya la modernidad absoluta, la vanguardia vallecana, con referencias de lo peor, lo más putrefacto, los campos vallecanos, como el paisaje romántico convertido en vanguardia. Este es el romántico español.
Siempre conviven la modernidad absoluta con esa tradición de la que no se olvida y que emerge constantemente en su obra modernizándola.
‘Siempre conviven la modernidad absoluta con la tradición’
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¿Cómo podemos definir la etapa americana de Maruja Mallo?
Cuando se va de España, se lleva consigo la obra ‘Sorpresa del Trigo’ o ‘Arquitectura Humana’, y durante dos años pinta en Buenos Aires lienzos de ese tipo.
Esa serie de obras es absolutamente significativa de los dos mundos, pero con la mujer como figura central, persiguiendo esos oficios rurales, populares, de la tierra, Esos son los grandes lienzos que presenta a finales de los 40 en Nueva York, o en Buenos Aires.
Después hay una serie de plantas exóticas que son muy sugerentes, enlazando ese simbolismo mágico, y esos retratos de mujeres de distintas razas que tienen la misma monumentalidad que ‘Sorpresa del Trigo’ o ‘Arquitectura Humana’.
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Maruja Mallo tiene autorretratos artísticos en fotografía, algunos tan impactantes como esa Maruja en las playas de Chile cubierta de algas, como una diosa marina. ¿Qué papel cumplen esas fotografías en su obra?
Son fotografías surreales donde las haya y son las primeras que aparecen a modo de autorretrato, y tiene pocos autorretratos pintados. Es como si fuera el punto de partida para lo que estaba por venir. Hay una en la que aparece con su amigo Pablo Neruda y con esos pulpos a la orilla del mar, perpetuando ese espíritu surreal.
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‘La situación está cambiando y se percibe en la historiografía artística’
Maruja Mallo no es un caso aislado. Forma parte de una generación de mujeres artistas que en los años treinta irrumpieron en España con una enorme fuerza, en muchos campos artísticos o del pensamiento. Son las que -también gracias a Maruja Mallo- se las conoce ya como “las Sinsombrero”. ¿Qué papel jugaron las “Sinsombrero”?

Son una generación nueva aunque no constituyen ningún grupo. Todas ellas pertenecen a familias cultivadas, porque si no, no podrían haberse formado.
Es la primera generación que se forma en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Y la mayoría de ellas comienzan a exponer en muestras, algunas propiciadas, como le ocurre a Maruja Mallo, por la revista Occidente. Buena parte de ellas comienzan a ser percibidas en la crítica de otra manera.
Son Rosario de Velasco, Marisa Roesset, Ángeles Santos, Margarita Frau… más de una decena de mujeres, incluida Maruja Mallo. Algunas escultoras también, como Elena Sorolla, aunque participan menos de ese grupo.
Aún con todo, aunque tengan éxito, tardan mucho a que sus obras sean premiadas. Hasta el 32, con la República y el cambio de jurados, no se premia a una artista con los tres galardones como es el caso de Rosario de Velasco. Y siempre hay, con excepción de algunos críticos, una imagen peyorativa y condescendiente sobre ellas.
Por ejemplo, Marisa Roesset, a la que la crítica califica con cualidades notables, no deja de ser mencionada por su hermosura, por su gracia juvenil. No nos olvidemos que pertenecen a familias muy significativas y que se exponen en una serie de instituciones que van abriendo camino en la escena artística española.
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Has dedicado buena parte de tu trabajo a recuperar las obras de pintoras españolas injustamente olvidadas o relegadas al olvido ¿Qué nuevo panorama del arte aparece cuando se introduce la obra de estas pintoras? ¿Cómo intervinieron estas mujeres artistas en el desarrollo de las vanguardias?

Después de ‘Bajo el eclipse’ en 2019, publiqué tres años después ‘Emergiendo del eclipse’, porque la situación está cambiando y se percibe en la historiografía artística.
A mí me serviría de poco que la sociedad en general, y que nuestros alumnos, conocieran a estas mujeres sin saber que trabajaron igual que ellos, con la independencia o la especificidad con la que cada uno de los artistas lo hace, a pesar de los obstáculos que debieron sortear. Y así aportaron novedades significativas precisamente para autorrepresentarse y reivindicar que ellas eran tan profesionales como sus compañeros, que no siempre tienen por qué componer imágenes amables y que pueden pintar escenas dramáticas, incómodas o agresivas.
El problema es que al cabo de diez años se pueden olvidar todo esto. Si no lo trasladamos definitivamente al discurso general, se olvida. Lo hemos visto históricamente. Se han estudiado a las artistas del XIX y se han dedicado monografías y a los veinte años ya nos hemos olvidado de ellas. Y a los cien años hay que volverlas a estudiar y volver a buscar sus obras.
‘Hay que seguir investigando para encontrarlas’
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¿Qué más se puede hacer?

Seguir investigando y divulgando. Yo, que soy conservadora del Reina Sofía, solicité un autorretrato de Marisa Roesset, pintado a los 25 años, que no lo encontraban. Hay que investigar para descubrir las obras, estudiarlas y publicarlas a través de todos los sistemas posibles.
Y luego, mostrarlas en los museos. Si no las enseñamos físicamente, igual nos da, porque los museos son el mejor exponente para revalidar la calidad de las y los creadores. Si no están en un museo, la gente no las va a ver. No van a conocerlos, por mucho que hablemos de ellos. Cuando van a ver una colección, no están. Si no están, no existen. El discurso de los museos es absolutamente esencial.
Después, las enseñanzas, da igual que sean enseñanzas medias que universitarias. Yo soy de las que ponen muy pocos nombres en los temarios, pero suelen haber algunos de mujeres y algunos de hombres. Pero en general no suelen enseñarse ni en enseñanzas medias, ni en las universitarias.
Y eso que en España tenemos Historia del Arte. Solamente así será posible que se las considere de la misma manera que a los varones, con las características especiales que cada una de ellas tiene.