El independentismo queda en minoría en el parlament

Los ultimatums los carga el diablo

Pocos días después de que Quim Torra lanzara un ultimatum al gobierno de Pedro Sánchez, augurando su caída “antes de noviembre”, el independentismo perdía el control del parlament al quedar en minoría.

La ficción del ultimatum enarbolada por Torra, para aglutinar el soberanismo frente a la decepción de quienes ni ven ni presienten la anunciada “república catalana”, ha dado paso a una división mayor en las élites independentistas, colocando en una situación de extrema debilidad al govern de la Generalitat.

Los hechos de últimos días han demostrado que el independentismo está en minoría. Es hora de que la mayoría social que sí existe en Cataluña, que se enfrenta tanto al camino de división como a las consecuencias de los recortes, tenga la influencia y expresión política que se merece.

El punto de no retorno en la división del independentismo

Hace poco más de un año, los diputados independentistas utilizaron su mayoría en el parlament para triturar el Estatut, despojar de derechos a la oposición e imponer las leyes que permitieron el referéndum del 1-O.

Hoy ya no podrían hacerlo. Porque esa mayoría parlamentaria independentista ya no existe. No la ha liquidado el 155, ni la actuación de la justicia española. Los ejecutores han sido las propias élites del independentismo, inmersas en una división que ya ha alcanzado un punto de no retorno.

En el corazón del nuevo problema del independentismo vuelve a estar Puigdemont. Ha querido tensar demasiado la cuerda… y ha acabado rompiéndola.

El detonante ha sido la posición a tomar ante las demandas del juez Llarena, que obligaban a nombrar un sustituto para los diputados independentistas presos o fugados de la justicia. Tras un acalorado debate, ERC y Junts per Catalunya acordaron una solución “salomónica”, que bajo una aparente “desobediencia”, en realidad acataba la resolución judicial. Los diputados de ERC presos (Oriol Junqueras y Raül Romeva) nombraron a un sustituto… pero sorprendentemente los otros cuatro, de la lista de Junts per Catalunya, se negaron a hacerlo encabezados por Carles Puigdemont.

El ex president buscaba crear un nuevo “conflicto con España”, atesorando munición para mantener su hegemonia en el campo independentista. Pero esta vez ERC no ha cedido.

La consecuencia práctica es que, no “el Tribunal Supremo español”, sino la Mesa del parlament, presidida por Roger Torrent, de ERC, ha retirado su derecho a voto a cinco diputados independentistas (Puigdemont y Comin, huidos en Bruselas, y Turull, Rull y Jordi Sánchez, encarcelados).

Los 66 escaños de la suma de ERC y Junts per Catalunya superaban (con el apoyo o la abstención de la CUP) a los 65 de las fuerzas no independentistas. Ahora los 66 han quedado reducidos a efectos prácticos a 61, lejos de la mayoría absoluta fijada en 68 diputados.

Los efectos de esta nueva situación ya se han manifestado. El primer día de esta “nueva era” en el parlament, la antaño mayoría independentista vio como se le tumbaban tres propuestas que antes habría aprobado: una sobre la autodeterminación, otra sobre la reprobación al Rey y una última sobre la constatación de la “persecución política y existencia de presos políticos y exiliados”. Al tiempo que la nueva mayoría de diputados no independentistas aprobaba una reprobación a Nuria de Gispert, ex presidenta del Parlament, por sus xenófobos y excluyentes ataques contra la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, a la que considera extranjera por sus origenes gaditanos y le llama a “abandonar Catalunya”.

El govern “del ultimatun” es ya incapaz de controlar el parlament catalán. Y a Torra y Puigdemont no es que se le enfrenten los dos tercios de catalanes que rechazan la fragmentación, es que son cada vez más los sectores independentistas que no están dispuestos a seguirles.

La mayoría que sí existe

La mayoría absoluta de escaños que el independentismo disfruta en el parlament catalán no se corresponde con el sentido del voto de los catalanes.

En las últimas elecciones autonómicas, las candidaturas independentistas obtuvieron el 47,5% de los votos. Las fuerzas contrarias a la independencia consiguieron más votos… pero tienen menos diputados.

Esta situación anómala es el resultado de una ley electoral antidemocrática, que sobrevalora el voto de las zonas rurales, granero nacionalista, y penaliza el de las áreas donde se concentra la clase obrera y el pueblo trabajador, enfrentado a cualquier deriva soberanista.

La “mayoría por la independencia” que Torra exhibe, presentándola como “la corriente principal en la política catalana”, nunca ha existido. Los votos a partidos independentistas no es que nunca han superado el 50% del total, es que si los contamos respecto al censo solo representan al 37,44% de los catalanes. Son una minoría… que ha querido imponerse frente a la mayoría.

Conviene no olvidar nunca este hecho, porque está en la base de la división que ha estallado en las élites del independentismo.

Quien ha comprendido lo que sucede en Cataluña ha sido el líder de ERC, Oriol Junqueras. Fuentes cercanas a la dirección de ERC han filtrado que desde la cárcel insiste en dejar claro que “el independentismo hizo un gran acto de fuerza con la consulta del 1 de octubre del año pasado, pero no basta con el 47% de los votos para independizarse, y menos cuando los contrarios a ello están altamente movilizados e irritados por la situación”. Recordando el dato de que fue Ciudadanos el partido más votado en los comicios del 21-D.

Por eso, frente a Puigdemont, Junqueras llama a la “no confrontación”, a “no fijarse plazos”… y menos ultimatums.

Esta es la situación que ha provocado una división, ya absolutamente abierta, en las élites del independentismo. No ha sido ni “la aplicación del 155”, ni “la persecución judicial”. El problema lo tienen en Cataluña. Los independentistas están muy movilizados, pero son una minoría. Y a pesar de disfrutar de todo el enorme poder de la Generalitat no han podido encuadrar a una mayoria que ya no permanece callada, por el contrario se moviliza en las elecciones o en manifestaciones en defensa de la unidad.

El aventurerismo del “enfrentamiento con España” defendido por Puigdemont, cada vez tiene menos espacio en la sociedad catalana. No van a dejar de ser un peligro, su poder en Cataluña no va a desaparecer, y no va a esfumarse la base de masas de aproximadamente dos millones de independentistas. Pero la situación es hoy muy diferente de la de hace un año. Y eso tiene efectos en el seno del independentismo.

Plasmado en el enfrentamiento entre Puigdemont y ERC. A pesar de los intentos por calificar de “traición” la línea pragmática representada por Junqueras, las encuestas premian a ERC. Reflejo de que entre los votantes soberanistas hay amplios sectores hartos de la confrontación.

Pero la división del independentismo va más allá. Los círculos más radicales reprochan a Torra que no ha tomado ninguna medida para avanzar hacia la independencia. No solo lo hacen las CUP y los CDR, también la ANC, el principal ariete de movilización del procés.

Y la rebelión contra Puigdemont ha estallado también en el PDeCAT. Con sectores que se niegan a diluirse en la nueva “casa común del independentismo” que Puigdemont impulsa bajo el nombre de “Crida Nacional per la República”.

La iniciativa del gobierno de Pedro Sánchez también crea peores condiciones a las élites del independentismo. Han amenazado con vetar los presupuestos si el gobierno no insta a la fiscalía a retirar las acusaciones contra los políticos independentistas presos, algo que en ningún caso va a suceder. Pero tendrán muy difícil explicar porque votan en contra de unos presupuestos que eleva el salario mínimo a 900 euros, destina más recursos a gastos sociales, y va a invertir en Cataluña 1.459 millones de euros adicionales.

La situación política en Cataluña sigue siendo grave. En el govern de la Generalitat ha estallado el enfrentamiento entre ERC y Puigdemont. Pero existe un férreo pegamento que impide la disolución del gobierno catalán. Primero conservar el control sobre la Generalitat, y su presupuesto de 35.000 millones anuales. Segundo, evitar unas elecciones anticipadas que ahora se celebrarían en las peores condiciones para el independentismo.

Hay un pacto no escrito entre ERC y Junts per Catalunya para aguantar el govern al menos hasta que se celebre el juicio contra los políticos presos. Esperando que la reacción ante una condena les permita abordar unas elecciones en mejores condiciones.

Pero la situación política ha cambiado, y además de peligros también ofrece oportunidades.

Se ha evidenciado que el mensaje sobre “una mayoría independentista” era mentira. No existía en la sociedad, y ahora tampoco en el parlament. Por el contrario hay una mayoría social en Cataluña que quiere dejar atrás la división, y que exige resolver los problemas reales, los que afectan a las condiciones de vida de la población, desde la sanidad y la educación a las pensiones y los salarios.

Debemos empeñarnos en que esa mayoría tenga la influencia y el peso político que merece. No es una tarea fácil. Pero hoy hay mejores condiciones para ello que hace un año.

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