El pasado lunes 28 de abril la red eléctrica se fue a cero. En cinco segundos desaparecieron 15 gigavatios de la energía que se estaba produciendo. Todos nos preguntamos qué pasó y cuales son las causas. Ante este suceso además se han levantado polémicas interesadas. Algunos cuestionan las renovables y defienden la necesidad de alargar la vida de las centrales nucleares.
Hablamos de todo ello con un experto en energías renovables y cambio climático, así como uno de los más reconocidos divulgadores medioambientales de nuestro país. Fernando Valladares es biólogo e investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, y profesor de Ecología en la Universidad Rey Juan Carlos.
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Hay una investigación en marcha y sabemos que llegar al fondo del asunto llevará tiempo, pero … ¿qué se sabe ya sobre el apagón? ¿hacia adónde apuntan las causas?
Bueno, antes que nada debemos distinguir entre las «causas proximales» y las «causas últimas». Paradójicamente, ahora mismo de lo que podemos hablar más y mejor es de las causas últimas, que son las circunstancias que favorecieron el apagón, y que son múltiples.
Las causas más proximales, concretas e inmediatas son en este caso las más difíciles de determinar, y son las que todo el mundo tiene prisa por saber cuanto antes, para que un apagón así no se vuelva a producir. Es lo que se pide en el debate político, o la pregunta que está en la calle: «pero ¿Qué fue? ¿Un ciberataque, un sabotaje, una avería?».

Determinar estas causas concretas que pudieron disparar una cascada de fallos en el sistema como para que toda la red eléctrica se vaya a cero van a llevar tiempo. Está sometido a un proceso de investigación lento y meticuloso -como no puede ser de otra manera- que es una investigación forense, como la que se hace tras la muerte de una persona, sólo que con millones de datos. Y para que se haga bien, para que sea sólido, detallado y fiable, necesita tranquilidad y tiempo, como poco semanas y seguramente dos o tres meses.
Para entonces la actualidad y la atención pública estará en otro sitio. Como la atención mediática es muy cortoplacista, esa investigación tendrá ya una importancia relativa, y la gente dirá «lo que han tardado». Pero es que no puede ser de otra manera, porque estamos hablando de un sistema muy complejo, y hay muchas responsabilidades y consecuencias detrás. Por ejemplo, para que nos hagamos una idea, en ese estudio forense hay que escalar datos meteorológicos en la escala de tiempo de segundos y minutos, hay que hacerlo para toda la península, para cada central energética y subestación. Y luego están que los fallos en la red eléctrica se miden en la escala de milisegundos. Revisar todo eso, poner en un mismo formato todos los datos, someter las anomalías o perturbaciones a análisis estadístico y matemático, eso es un estudio científico-técnico muy complejo que requiere semanas o meses.
Por eso, todo aquel que quiera saber ya qué ha pasado, y se pregunte por qué «los políticos no nos ofrecen ya una explicación», pues hay que decirle que algunos políticos dicen más de la cuenta, otros menos de la cuenta, y que la ciencia tiene sus tiempos y sus procedimientos. No se puede hacer de otra manera si se quiere hacer bien, y determinar correctamente las causas concretas para ayudar a que esto no vuelva a pasar.
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Muchos apuntan a que el enorme auge de las energías renovables -que son intermitentes, al depender del sol o del viento- en los últimos años no ha ido acompañado de mecanismos de estabilización y seguridad en la red. ¿Puede ser esta una de las posibles causas “últimas” del apagón?
Si, si, exacto. Efectivamente esta es la reflexión que va permeando -a pesar de crispaciones y de debates un poco estériles de blanco y negro- en la mente de todos los que nos hemos parado un poco a pensar por dónde van las causas que rodean al apagón.

Porque es verdad que la intermitencia de las renovables confiere un cierto riesgo de inestabilidad al sistema eléctrico, pero ya hay muchas tecnologías y estrategias que permiten compensar y estabilizar eso, y esas herramientas no se han implementado.
La pregunta que viene a continuación es ¿y por qué no se han implementado?. Y la contestación es evidente. No hace falta ser un técnico ni ser un lince para darse cuenta que la privatización del sector eléctrico a lo que ha llevado es a priorizar el beneficio económico por encima de todo. Y todas estas tecnologías y estrategias que estabilizan la red eléctrica ante la implementación masiva de las renovables no maximizan el beneficio. Son estrategias que dan seguridad pero no son baratas. Es como si tu refuerzas la puerta de tu casa o cambias frecuentemente a tu coche de neumáticos. Tu casa no es más bonita ni tu coche es más rápido, pero tienes menos riesgo de robos o de tener un accidente. Pero eso cuesta un dinero, que sólo entendemos que vale su precio cuando ocurre una desgracia.
Esto, invertir en seguridad, en dar estabilidad al sistema ante la incorporación de renovables, es lo no se ha hecho. Por la combinación, muy peligrosa, de privatizar el sector eléctrico, y de gobiernos que no han tenido voluntad política para obligar a esas empresas en acometer los gastos necesarios para dar seguridad a la red eléctrica.
Pero es que es más grave si piensas en los tremendos beneficios económicos que tiene el oligopolio eléctrico. No es un sector deficitario al que haya que ayudar porque atraviesan un mal momento. No, no: ellos mismos no dejan de enseñarnos las enormes ganancias que tienen cada año. Y ahí entramos en el debate fiscal, porque encima se han escaqueado del impuesto a las eléctricas.
Entonces, desde luego, todo apunta a que una de las causas es un oligopolio que sólo está pendiente de la maximización de beneficios, y de un poder político que no le obliga a destinar parte de ese margen en robustecer la red, en implementar mecanismos de almacenamiento o de seguridad, en tecnologías que ya están disponibles pero que cuestan dinero.
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¿Cuáles son esas tecnologías y mecanismos que necesitamos para dar estabilidad a la red ante la naturaleza intermitente de las renovables?
Bueno, los primeros mecanismos que ya tenemos muy a mano y que se podían haber usado para evitar este apagón, son las otras formas de energía más contaminantes, o más peligrosas o menos deseables, que no han estado cuando las hemos necesitado.
Me refiero por ejemplo a las centrales de ciclo combinado con el gas, que deberían haber estado en «parada caliente», listas para entrar al quite ante la caída de los quince gigavatios. Pero esas centrales, en el momento del apagón, estaban paradas. ¿Por qué?. Por interés económico, porque en ese momento la energía se pagaba muy barata y no les salía a cuenta a las grandes compañías tenerlas listas «en caliente», por precaución, para salir en auxilio si fuera necesario.

Pero algo muy similar podríamos decir de las centrales nucleares. En el momento del «cero» dos centrales nucleares estaban deliberadamente apagadas desde hacía semanas por lo mismo, porque no era rentable para sus propietarios del oligopolio tenerlas activas por el bajo precio de la energía, dada la abundancia de renovables. Con la salvedad de que mientras que las de ciclo combinado se apagan y encienden relativamente rápido, las nucleares tardan bastante.
Este, el tener en parada caliente a las otras energías no renovables, es uno de los mecanismos que había más a mano y que no se usaron por criterios de rentabilidad. Pero no es ni mucho menos el mejor, porque la energía nuclear es sucia, contaminante y peligrosa, y quemar gas natural produce CO2.
Hay otros mecanismos mucho mejores para estabilizar a las energías renovables que no se están implementando, o muy poco. Mecanismos y tecnologías para almacenar la energía renovable cuando esta es excedentaria, o muy barata, para liberarla cuando hace falta, por ejemplo cuando no hay sol o no sopla el viento. Estrategias que requieren de inversión y donde hay mucho margen de mejora.
¿Cómo se puede almacenar la energía renovable cuando es demasiado abundante? De muchas maneras. Por ejemplo en baterías, aunque esto no está exento de riesgos, de peligros y de contaminación, sobre todo en su fabricación. Pero si se invierte y se investiga, seguro que se encuentran soluciones.
Pero hay otras formas de almacenamiento mucho más limpias, como el almacenamiento en forma hidráulica, con presas de dos niveles. Cuando las renovables son excedentarias, o muy baratas, se bombea agua a la presa superior. Cuando ya no hay renovables -de noche o cuando no hay viento- se deja caer el agua a la presa inferior, moviendo una turbina y recuperando la energía. Además así no se pierde una gota de agua. Todos recordamos como hace unos años, en medio de la sequía y con los precios de la energía disparados, las grandes compañías tuvieron las narices de vaciar pantanos en medio del verano para sacar grandes beneficios.
Hay más formas que tenemos que explorar o desarrollar para almacenar la energía renovable, como es el hidrógeno verde. El excedente de renovables se usa para hidrolizar el agua, produciendo hidrógeno verde, y luego este gas se quema de nuevo cuando hace falta, como en las centrales de ciclo combinado, solo que este combustible no genera CO2 sino de nuevo agua.
Y finalmente tenemos otras tecnologías inerciales, de grandes turbinas que por su gran masa conservan la inercia durante un tiempo. De forma que si la red cae durante segundos o incluso minutos, estas turbinas siguen girando y son de ayuda para recuperar el suministro. Esto ya se ha probado en Escocia por ejemplo, y en otros sitios.
Pero claro, todas estas soluciones son una inversión, cuestan dinero. Por eso, aunque ya están disponibles no se van a implementar si no se obliga a las grandes compañías, por ley, a desembolsar una parte de sus enormes beneficios. Ellas ‘a motu proprio’ no lo van a hacer.
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A la propaganda interesada contra las renovables, despreciando su carácter imprescindible en la transición ecológica y en la lucha contra el cambio climático, se suma ahora una acalorada defensa de la energía nuclear.¿Qué responde a esto?

Yo creo que ese debate va a morir de muerte natural, aunque me preocupa que «muera matando», o como poco haciéndonos perder el tiempo.
Las nucleares no son defendibles de ninguna manera. Pero no solamente no lo es desde el punto de vista medioambiental o desde los riesgos para la población. Es que es carísima, hasta el punto que sus propietarios apagan las centrales cuando no les sale a cuenta.
Es muy cara, muy peligrosa y muy contaminante. En su día fue muy novedosa, pero ha quedado anticuada y rebasada tanto ambiental, como tecnológicamente o desde el punto de vista de la rentabilidad. Todos los mecanismos de seguridad que tienes que poner para que los riesgos de accidentes sean pequeños -y nunca pueden ser cero- suponen una enorme inversión y la encarecen enormemente. Y luego están los residuos radiactivos, que nadie sabe qué hacer con ellos.
Entonces, ¿a quién le pueden interesar que salgan las nucleares, de manera oportunista, en el debate de qué ha pasado tras el apagón? Pues a un listado muy concreto de grandes empresas que piden mantenerlas abiertas pidiendo exenciones fiscales a ver si así les cuadran las cuentas. Las mismas que se han rebelado contra el impuesto a sus enormes beneficios piden alargar la vida de las centrales, pero con el dinero de todos.
Y por supuesto, está el tema del peligro de accidentes. Nos dicen que ocurren muy raramente. Ya, pero cuando ocurren las consecuencias son terribles. Fukushima tiene décadas por delante en las que estará vertiendo agua radiactiva al Pacífico, con todo el mundo mirando a otro lado.
Entonces, no tenemos dinero ni tenemos planeta para hacer frente a una energía tan sucia, peligrosa y cara. Sobre todo cuando las alternativas son infinitamente mejores.
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Usted defiende la idea de decrecimiento. No basta con potenciar las renovables, sino que hay que cambiar la manera de producir y consumir. ¿En qué consiste?

Pues respondiendo a esto lo que quiero es trasladar un mensaje de optimismo y positividad, un poco para sorprender con el paso cambiado a todos los que dicen que defender el decrecimiento es poco más o menos que volver a las cavernas.
Hay estudios científicos que afirman que países como España podrían producir y consumir la mitad de la energía al mismo tiempo que maximizamos el bienestar y la salud de las personas. Si reducimos a la mitad la producción y el consumo de energía, el riesgo de apagones y el impacto ambiental de la producción de electricidad disminuye exponencialmente.
Que aprendamos a vivir mejor produciendo y consumiendo menos es una buenísima noticia, salvo que te llames Endesa, Repsol, Iberdrola, Enagás o Naturgy, que ganan más cuanto más se produce y se consume, y más en las condiciones que les pone el Estado, que se lo regala todo.
Producir y consumir menos es una parte muy importante de la economía del decrecimiento, que es un pensamiento racional, sensato e ineludible, que también atañe a los alimentos, a la tecnología y a otros aspectos.
La reducción del consumo y la producción va a ocurrir, es inevitable, porque los recursos son finitos. Pero puede ocurrir por las malas, de manera abrupta, por colapsos del sistema como este apagón, por una crisis o una recesión, cosas que debemos evitar. O podemos hacerlo de manera pilotada, racional y planificada, para que no cause trastornos.
Se trata de planificar que aspectos de la economía -y especialmente en el Norte Global donde hay un exceso en la explotación de los recursos; no en el Sur Global, porque allí no es aplicable ni justo, se tienen que desarrollar- se pueden repensar para vivir mejor produciendo y consumiendo menos.
Entonces, el decrecimiento es a favor de la abundancia, de mejorar el nivel de vida de la gente, la salud de la población y del planeta. Hemos asociado «crecer» con vivir mejor, y eso no siempre es cierto.