SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La preindependencia

Sostiene Barbeta que «en Catalunya no se avecina ninguna tormenta». Si Jordi lo dice, es verdad, pero yo no estoy tan seguro. Desde mi perspectiva (española), veo acercarse unos nubarrones que ayer mismo reflejaba este diario: a un lado, «el Parlament expresa la necesidad de que Catalunya haga su propio camino»; al otro, «el Gobierno advierte que parará la consulta de Mas». Cuando un Parlamento plantea y reclama una consulta para el inicio de la transición nacional y el gobierno del Estado anuncia su intención de impedirlo, se ponen las bases del conflicto. Y añado: cuando la opinión publicada de Catalunya habla de derecho democrático y en la bulliciosa opinión publicada de Madrid se habla de «enloquecida actitud de Mas», el conflicto ya no se plantea sólo entre políticos, sino que ha penetrado en la sociedad.La cuestión, por tanto, es conducir la transición con un esfuerzo por evitar el choque de trenes. De momento, los ingredientes de la discrepancia entre Catalunya y España están situados en nivel de riesgo. Catalunya tiene desde el jueves un mandato institucional amplio para ejercer el derecho a decidir. España, según recordó Sáenz de Santamaría, se parapeta en su Tribunal Constitucional y en los tribunales ordinarios. Catalunya invoca el principio de soberanía; España, el principio de legalidad. Artur Mas, si es reelegido, está obligado a cumplir el mandato parlamentario. El Gobierno español no tiene más remedio que hacer cumplir la ley. O esto se arregla con un dificilísimo diálogo, o la confrontación es inevitable.Con ese horizonte, el señor Mas se compromete a efectuar la consulta, aunque Rajoy no la autorice, y en ese instante el ejercicio democrático se convertirá en desafío. En un pulso. Y que nadie se engañe en Madrid: todo esto no tiene marcha atrás, o la tiene muy difícil. Lo que se ha visto en el Parlament no ha sido una votación de trámite. Tenía la emoción de un trance histórico, incluso para quienes votaron en contra. Para los nacionalistas, tenía la aureola de celebración de una conquista sin precedentes. A este cronista le pareció que Catalunya, su Parlament, vivía la palpitación de la preindependencia. Creo que ese es, efectivamente, el clima catalán. Y que tampoco se engañe Madrid sobre la fuerza nacionalista. Todo apunta a que será inmensa a partir de la actitud del PSC. Aquel Partido Socialista que, al decir de Felipe González, «estructuraba España» es un pozo de incertidumbres. Y para Alicia Sánchez-Camacho parece demasiada responsabilidad asumir la defensa de la unidad constitucional. ¿Cabe esperar la salida racional que invocaba ayer aquí Antoni Puigverd? Sólo queda una esperanza: que esta crisis, como la económica, ofrezca oportunidades. Y la mayor quizá sea pactar lo que ahora lamentamos que no se haya hecho en la transición: un marco diferenciado para Catalunya, el País Vasco y Galicia, si lo pide. Lo que ignoro es si es demasiado tarde. El tren catalán lleva demasiada velocidad para poder detenerlo. Ni invocando la Constitución.

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