Hemeroteca: la batalla por el relato tras la disolución de ETA

La memoria es revolucionaria

Lo que dijimos desde estas páginas al conocerse la gran notícia de la disolución de ETA, hace ahora 10 años, sigue teniendo plena vigencia

Ahora que una década ha pasado desde el histórico anuncio de que la banda terrorista decidía cesar de forma indefinida su actividad criminal, reproducimos lo que dijimos entonces desde las páginas de De Verdad y Chispas

En un comunicado publicado por el diario Gara con motivo del Aberri Eguna, ETA ha anunciado su inminente disolución, que debería materializarse en fechas todavía por determinar el próximo verano.

Esta es una excelente noticia de la que debemos felicitarnos todos los demócratas y antifascistas. Hemos ganado quienes defendimos la libertad. Y han sido derrotados los que pretendían imponer un negro proyecto fascista bajo la fuerza del terror.

Pero la disolución de ETA abre un nuevo frente, que ya se está jugando y que será decisivo en los próximos años: lo que se ha llamado la batalla por el relato.

¿Con qué mirada debemos valorar el medio siglo de terror? Ante esta pregunta se abren dos posiciones antagónicas.

Por un lado, quienes peleamos por una memoria que no solo haga justicia con las víctimas, sino que también pulverice las ideas y valores que sostuvieron o justificaron el fascismo, creando “anticuerpos” para las actuales y las nuevas generaciones.

Por otro, quienes hoy ya difunden que en la Euskadi posterrorista el olvido es la opción inteligente, y la única que proporcionará paz y sosiego.

La memoria es revolucionaria. Y la memoria antifascista debe ser un patrimonio compartido de toda la sociedad. Por el contrario, el olvido es siempre reaccionario, y en todos los casos se convierte en una peligrosa enfermedad de la que solo pueden esperarse las más nefastas consecuencias.

La disolución de ETA no ha de ser un anuncio a celebrar. Debe hacerse efectiva, y no hay que darla por hecha hasta que suceda.

Deben entregar de forma total las armas, y desarticular completamente todo su tejido organizativo. Quienes han participado en la ejecución del terror deben pagar por ello. Los que están presos han de cumplir sus condenas. Y se debe seguir investigando para resolver los más de 300 casos todavía abiertos de la actividad criminal de ETA, persiguiendo a los culpables y llevándolos ante la justicia.

Nada de esto debe cambiar lo más mínimo. Pero ETA está felizmente derrotada. En 2009, la dirección de ETA todavía afirmaba que no entregarían “nunca” sus armas y que no desaparecería, sino que “continuaría como organización política”. Ahora se van a ver forzados a hacer exactamente lo contrario.

Pero existe una peligrosa tentación; la de considerar que la desaparición de ETA cierra definitivamente la batalla contra el terror.

Si después de la IIª Guerra Mundial se hubiera olvidado lo que significaba el nazismo, su negro carácter y las criminales consecuencias de las ideas y posiciones que difundió, entonces habríamos perdido la batalla a pesar de haberla ganado.

Esta es la contradicción que aborda un artículo publicado en el Deia, un periódico vinculado no al entorno de la izquierda abertzale sino al nacionalismo más conservador. Lo escribe José Ramón Blázquez, un analista especialmente vinculado a determinados sectores del PNV.

Coloca el centro en “la batalla del llamado relato vasco, concepto totémico de la Euskadi posterrorista”. Afirmando que “el relato no es imparcial en ningún sentido, mucho menos en el ideológico”.

Tiene razón Blázquez cuando sostiene que el relato no es inocuo. La forma en que se recuerde, o no se recuerde, lo vivido durante los años de terror va a ser decisiva en el futuro.

¿Y qué relato nos propone? Lo explica con claridad desde el mismo título del artículo: “El que olvida no es traidor”.

Todo su artículo está destinado a defender la necesidad de olvidar todo lo sucedido en Euskadi. Para vivir como si no hubieran existido nunca verdugos, ni tiros en la nuca, ni coches bomba, ni persecución al disidente, ni víctimas…

Si después de la IIª Guerra Mundial se hubiera olvidado lo que significaba el nazismo, su negro carácter y las criminales consecuencias de las ideas y posiciones que difundió, entonces habríamos perdido la batalla a pesar de haberla ganado.

Para Blázquez “hay un derecho natural al olvido, por paz y por decencia”. Y los que perturban la tranquilidad son quienes “fuerzan y retuercen la obligación del recuerdo”.

Nuestro analista se revuelve para clamar contra quienes “para promover la obligación de la memoria crearon el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo en Gasteiz”. Calificando este centro de homenaje y memoria a las víctimas de ETA como “otro Valle de los Caídos, un chiringuito rojigualdo”.

Renueva sus ataques más agresivos para denigrar Patria, la novela de Fernando Aramburu que disecciona el viscoso fascismo impuesto por el nacionalismo étnico en Euskadi, afirmando que no es más que “un apéndice bufo del españolismo”.

Blázquez nos propone toda una operación de consciente desmemoria, con la extirpación completa de cualquier conciencia de haber vivido el fascismo, de haberlo combatido y derrotado.

Exalta como única salida posible desprenderse “del pasado, que es la basura a reciclar”. Advirtiéndonos que “quien olvida no es traidor ni injusto, es inteligente”. Y concluyendo que “la paz y la memoria vivirán eternamente enemistadas”.

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Que no sea necesaria otra ley de la memoria histórica

La promoción de la amnesia histórica es siempre interesada y reaccionaria.

Quien defiende “dejar de hablar del franquismo”, y “olvidarlo para mirar al futuro” está dulcificando, o en algunos casos justificando, la dictadura. Ocultando el carácter criminal del régimen, despreciando a las víctimas y protegiendo a quienes se beneficiaron de sus desmanes.

Hoy todavía debemos sufrir que los cuerpos de muchos luchadores comunistas, socialistas, anarquistas… sigan en las cunetas. Porque se impuso el “derecho al olvido” para defender a quienes ostentaban el poder en la dictadura, y seguían haciéndolo en el nuevo régimen democrático.

No podemos permitir que dentro de cuarenta años sea necesario impulsar una ley de memoria histórica porque se ha despreciado a las víctimas y ocultado lo que el fascismo étnico significó

En Euskadi, y en el conjunto de España, no puede volver a suceder lo mismo. La memoria es un arma revolucionaria que no mira al pasado, sino al futuro.

Desde el olvido y la desmemoria no se puede construir un futuro justo.

No podemos permitir que dentro de cuarenta años sea necesario impulsar una ley de memoria histórica porque se ha despreciado a las víctimas y se ha ocultado lo que el fascismo étnico significó.

Hay que recordar a las 852 víctimas mortales de ETA. Pero también a los exiliados, a los amenazados, a los perseguidos, a los excluidos… y que lo fueron pòr no plegarse a los dictados de un nacionalismo étnico y excluyente.

Toda la sociedad vasca debe recordar que se intentó imponer un fascismo que debía basarse en amedrentar, hasta eliminar, a quien pensara diferente.

Tiene razón Maite Pagazaurtundua cuando señala que existe “una asignatura pendiente: que el mundo de ETA y sus estrategas condenen sin paliativos toda la historia del terror.  Si escamoteamos esto, iríamos hacia el crimen perfecto del terrorismo”.

Acierta Fernando Savater cuando denuncia que “eso de que no tiene que haber vencedores ni vencidos es un cuento chino. Naturalmente que los terroristas tienen que ser derrotados”.

Debe haber un museo del horror, para recordarlo, en las principales ciudades vascas. Debe recordarse en las escuelas y en los medios públicos lo que supuso el fascismo.

Debemos saber quién se benefició del terror. Hoy no son, felizmente, los sectores hegemónicos en la dirección del PNV, pero no debemos olvidar que los Arzalluz e Ibarretxe, y quienes los siguieron o defendieron, querían que unos arrearan el árbol (es decir sembrarán el terror en la población) para que ellos pudieran recoger las nueces (o sea, imponer su poder sobre la población).

Debemos felicitarnos por el final de ETA. Pero queda todavía mucho por hacer. El fin del terror no puede ser aprovechado para fines espúreos.

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No son gudaris, son fascistas

En el comunicado donde ETA anuncia su disolución se atreven todavía a hablar en defensa de “los sectores populares y la clase trabajadora vasca”, y en nombre “del proyecto político que tiene como meta la independencia y el socialismo”.

Incluso en su disolución, intentan seguir inoculando el veneno ideológico que presenta como revolución al fascismo, el tiro en la nuca o el coche bomba.

Ni un atisbo de rechazo a lo hecho. Es más, reiteran que “ETA no renegará de su aportación”. Llegando a sobrepasar todos los límites al ensalzar “el sacrificio, el esfuerzo y la generosidad de nuestra militancia en estos 60 años”. Sí, han leído bien, esos militantes de ETA que han asesinado sacrificada y generosamente durante décadas.

Se han llamado a sí mismos “abertzales”, es decir patriotas vascos, pero en las manifestaciones de la rebelión democrática hace mucho que les tenemos calados. «No son gudaris, son fascistas», hemos gritado una y otra vez

Se han llamado a sí mismos “abertzales”, es decir patriotas vascos, pero existe algo más que la firme sospecha de que fueron aparatos de intervención de las grandes potencias que querían dominarnos. Lo certificó Suárez, al confesar que “abandono la presidencia sin saber si ETA cobra en dólares o en rublos”.

En su comunicado, ETA afirma que sus militantes son “luchadores salidos del pueblo vasco”, y los homenajea como tales. En las manifestaciones impulsadas por Basta Ya se dio hace años una justa respuesta a esta burda manipulación: “¡No son gudaris, son fascistas!”. Y deben ser tratados como tales.

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