Diez años después, la afirmación de que Latinoamérica no cuenta en el tablero mundial se ha revelado como completamente errónea. En el examen que Brzezinski realiza sobre cada una de las regiones que constituyen el tablero internacional excluye a Latinoamérica. Para Brzezinski, esta región configura una suerte de gigantesca «provincia interior» del imperio, lo que aquí ocurra no cae en el terreno de las relaciones internacionales sino que se define, más bien, en el marco de la política doméstica.
La exresión más clara al respecto, pero por cierto no la única, fue planteada tempranamente en 1823 por quien fuera entre 1817 y 1825 el quinto Presidente de los Estados Unidos, James Monroe. Durante su mandato Monroe concretó la adquisición de la Florida y, pocos años más tarde, formuló la doctrina que lleva su nombre y que se sintetiza en su bien conocido aforismo: “América para los americanos”. Alejar a las potencias europeas de toda intromisión en los asuntos del hemisferio asegurando el predominio absoluto de EE UU en la región. La doctrina Monroe coincide con la independencia Colonial de Latinoamérica de España y Portugal, manteniéndolos en retirada y aconsejando a británicos y franceses abstenerse de inmiscuirse en un área que para los norteamericanos constituía su esfera natural de predominio. Los principios rectores de esa política jamás dejaron de tener vigencia desde ese entonces. Los nombres que ocasionalmente se le dieron a estos principios fueron variando con el tiempo, pero su significado profundo permaneció inalterado: bajo la invocación del “Destino Manifiesto” Estados Unidos arrebató la mayor parte del territorio mexicano y se apoderó del Istmo centroamericano con el canal de Panamá; con la política del Nuevo Trato se invadió Nicaragua y se acabó con Augusto César Sandino; con la de Buena Vecindad se firmó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y se liquidó la experiencia democrática de Guatemala en 19 54; y con la Alianza para el Progreso se invadió a Cuba en Playa Girón, se orquestaron los golpes de estado en Argentina, Bolivia y Brasil a comienzos de los años sesenta, y se invadió la República Dominicana en 1965. Richard Nixon no tuvo nombre para su política latinoamericana, pero ésta fue de una consistencia envidiable: preparó los golpes militares de comienzos de los años setenta en Uruguay, Chile y Argentina, y saboteó sin miramientos cualquier proyecto democratizador al Sur del Río Bravo. Poco después, Ronald Reagan haría de la “lucha contra el comunismo” la bandera que lo llevaría a invadir la Grenada de Maurice Bishop y a organizar, financiar, adiestrar y armar a los “contras” nicaragüenses para frustrar la experiencia sandinista en el poder. La inexorable decadencia de regímenes democráticos castrados en los fundamentos de su soberanía hizo que, poco a poco los estados Latinoamericanos se convirtieran en verdaderas guarniciones imperiales preocupadas, ante todo y fundamentalmente, por preservar los derechos de los amos foráneos; y sus frágiles democracias, allí donde pudieron prosperar, en meros simulacros toda vez que los gobiernos elegidos por sufragio universal no escuchaban las voces de los pueblos sino el tiránico vozarrón de su vecino del norte y sus monopolios. Esta posición privilegiada que tras casi doscientos años de supervivencia de doctrina “Monroe” le permitieron convertirse en superpotencia. Situación considerada por muchos, incluido el mismo Brzezinski, inamovible hace unos años se tambalea. La situación de la crisis internacional, no ha hecho más que acelerar el proceso, de una tendencia que el frente antihegemonista ha impulsado en la última década. Lo cierto es que la agenda de Latinoamérica, si mantiene las pautas actuales, apunta a una reducción progresiva del peso de EEUU. Las crecientes relaciones con China y otras áreas del mundo (India, Rusia, Unión Europea), la profundización de la integración regional (que incluye jubilar al dólar) y el fortalecimiento del papel del Estado son los pilares que sustentan esta tendencia. Brasil ha pasado a ser una de las cuatro potencias emergentes del siglo XXI, junto con China, India y Rusia, con los cuales conforma la sigla BRIC (sigla con la que se denomina a los cuatro países en los mercados internacionales). Brasil busca ser la primera potencia regional y el único actor global de la región. Ello hoy es coincidente y no divergente con la política latino-americana de Obama. El objetivo de Lula es mantener la alianza con los Estados Unidos sin que por ello Brasil pierda su autonomía y su capacidad crítica con respecto a la gran potencia. Por su parte, Estados Unidos es consciente de que dado el papel de Brasil en la región, lo que allí ocurra repercutirá, de una manera o de otra, en el resto de países y que sólo un Brasil fuerte y moderado puede detener al auge de un frente antihegemonista fuera de su control. “Brasil puede hacer muchas cosas que Estados Unidos no puede hacer” para acabar con los “allendes y castros” de la región, dijo Nixon, cuando firmaba un acuerdo estratégico con el dictador Brasileño Emilio Garrastazú Médici, en 1971, según se lee en un informe secreto redactado por el entonces asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger. Brasil fue un peón incondicional de Nixon en la desestabilización sudamericana Brasil tiene condiciones, materiales y de voluntad política, para convertirse en una gran potencia emergente. Pero sólo puede hacerlo sometiendo a los países de la región a sus intereses y proyectos. Por otra parte, Venezuela por sus condiciones materiales (demográficas, territoriales, PIB, de voluntad política…) no puede, ni quiere ser potencia regional. El camino que lleva es la construcción del ALBA, un frente conformado por diferentes países iberoamericanos cuya fuerza reside en su unidad política y económica. Dejar entrar la corriente del ALBA con Venezuela a la cabeza en MERCOSUR, el área de influencia económica y política de Brasil en la región es uno de los grandes escollo que la oligarquía brasileña todavía no esta dispuesta a ceder. El frente antihegemonista encabezado por Venezuela, Ecuador y Bolivia es el principal enemigo para la que EE UU perpetúe su hegemonía en Latinoamérica. El objetivo estratégico básico de Estados Unidos en América latina es evitar la ampliación de la zona de influencia del frente antihegemonista. Son muy ingenuos, los que deliran con que Obama pretende modificar el rígido y ciego andamiaje de sujeción económica, política y militar edificado a sangre y fuego por la clase dominante de su país al sur del río Bravo. Al contrario, todos los datos disponibles indican que Washington se emplea a fondo en apuntalar ese edifico y la mejor prueba es la reactivación de la IV Flota y la reproducción hacia el sur de su frontera de versiones a la carta del Plan Colombia. El hemisferio ha cambiado substancialmente desde el golpe venezolano de abril de 2002, con otros once gobiernos de izquierda siendo elegidos posteriormente. Un conjunto entero de normas, instituciones y relaciones de poder entre el Sur y el Norte en el hemisferio han sido alteradas. Latinoamérica se ha puesto en pie, decidida a andar su propio camino, caminar con sus propios pies y pensar con su propia cabeza. Y no hay fuerza en el mundo, por poderosa que sea, que a día de hoy parezca capaz de detener esta corriente imparable. Se acabaron los tiempos de la doctrina del patio trasero el frente antihegemonista como sucediera con Cuba no esta dispuesto a dar un paso atrás y EE UU se debe acostumbrar a los nuevos tiempos, si quiere como decía Hillary Clinton “alejar a Latinoamérica de las malas compañías”, un nuevo mundo multipolar que abre nuevas oportunidades y perspectivas a Latinoamérica. Se considera que Latinoamérica es el mayor proveedor extranjero de petróleo a EEUU y un fuerte socio para el desarrollo de combustibles alternativos. También es el socio comercial de EEUU con mayor crecimiento y su mayor fuente de inmigrantes. Las relaciones con América Latina son una parte básica e importante de la gran estrategia de EEUU. Poner orden en su patio trasero e impedir o minimizar la influencia de otros actores en su área de influencia es en definitiva el objetivo de esta nueva política hacia la región.