El debate sobre los toros

¿Huyendo de nuestros propios deseos?

Resulta curioso que el tripartito catalán coincida en su rechazo a los toros con Felipe V, rey francés que prohibió las corridas al tiempo que liquidaba las libertades nacionales reconocidas durante la época de los Austrias. Mientras se enfrenta a la afición taurina de Lluis Companys, presidente de la Generalitat por ERC y fusilado por Franco, que presidió corridas en la Monumental de Barcelona o en la Maestranza de Sevilla.

Sería ingenuo buscar en el ecologismo o en la defensa de la sensibilidad animal los motivos del triartito para intentar erradicar las corridas de toros de Cataluña.Las verdaderas razones, nada ocultas, tienen que ver con la obsesiva intención por separar a Cataluña del resto de España. Atentando también contra aquellas manifestaciones que han cohesionado, a lo largo de los siglos, una misma sensibilidad popular. Al hacerlo, borran la Cataluña mediterránea, incomprensible sin la presencia ancestral del toro, tanto en la lidia como en los tradicionales “correbous”, culminación de las fiestas en innumerables pueblos catalanes. Pero el debate sobre los toros es mucho más profundo y complejo. ¿Son los toros un espectáculo bárbaro, o como planteaba Lorca constituyen “la fiesta más culta del mundo”? Frente a las manifestaciones antitaurinas, el torero Espartaco afirma que “no hay nada que temer. Cuando descubran la verdad del toreo correrán en riesgo de hacerse partidarios también”. Esa verdad, profunda e inexplicable, que ha conquistado a lo más avanzado y progresista de la intelectualidad española y universal. El mundo de los toros es llanto y lágrimas para Lorca, música callada para Begamín, la metáfora de un poema para Gerardo Diego. Rafael Alberti no descansó hasta poder vestirse con un traje de luces. Ser enterrado en la finca del torero Antonio Ordoñez en Ronda fue la última voluntad de Orson Wells. Valle Inclán consideraba “la tauromaquia más noble y deleitable, aunque no menos trágica, que la logomaquia, esto es la política española”. La pasión por los toros fue una constante en la obra de Picasso. Aleixandre, Neruda, Jorge Guillén, Jean Cocteau, Dámaso Alonso, Miguel Angel Asturias, Juan Ramón Jiménez o Miguel Hernández, son sólo algunos de los nombres que evidencian la profunda atracción del mundo de la cultura hacia los toros. La que condujo a Lorca a afirmar que los toros eran “la fiesta más culta del mundo”. Un ejemplo de esa cultura que se lleva en la sangre, que no necesita ser codificada porque es patrimonio de todo un pueblo, un atajo hacia esa sabiduría que los antiguos tenían y que nosotros hemos olvidado. La presencia del toro como animal totémico es una presencia ancestral en todo el Mediterráneo, que nos contempla con la carga de los siglos de los toros de Guisando. Los sacrificios, ritos y juegos con el toro, símbolo de fecundidad y del poder de la naturaleza, abarcan desde el palacio de Cnosos en Creta hasta los iberos.En la fiesta de los toros hay una puerta abierta hacia esa infancia de la humanidad, hacia esa sensibilidad todavía no domeñada por las cadenas de la civilización, de la culpa o el pecado.Una concepción del mundo anclada en ese pozo sin fondo donde la vida y la muerte se entrecruzan de forma misteriosa, en el que para encontrar lo más intenso de la vida es necesario sentir la cercanía de la muerte.Por eso los toros eran para Lorca uno de los ámbitos privilegiados para la presencia del duende –“estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte”-, ese duende que “no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo”.Aquí es quizá donde resida la fascinación universal de los toros, una vía de entrada hacia los misterios de la humanidad. Y quizá también en esa inexplicable capacidad del pueblo español para hacer pervivir en sus tradiciones más hondas el recuerdo de una época donde la vida no estaba sometida todavía a reglas y prohibiciones, esté una de las claves de la fascinación universal por España.Porque existe también otro factor oculto que explica tanto la repulsa como la fascinación ante los toros.El ex torero Luis Francisco Espla, en una conferencia impartida en la prestigiosa universidad francesa de La Sorbona, recordaba que “el arte del toreo nos recuerda cada tarde muchos valores esenciales, olvidados por nuestra sociedad: la honestidad del hombre y el toro, solos; la sinceridad absoluta de quien se lo juega todo con un gesto; la fidelidad a unos principios de comportamiento, incluso a la hora de matar: el torero mira de frente, no engaña, y oficia un sacrificio ritual, con arte, un arte indisociable del gran teatro, la gran dramaturgia, pero un teatro y una dramaturgia en la que está en juego la vida misma (….) En las sociedades desarrolladas tiende a ocultarse todo lo relacionado con la muerte, mientras que el mundo de los toros mira de cara a la muerte”.Los toros fascinan porque son verdad, porque nos remiten a sentimientos y pasiones muy profundas, que nos han hecho olvidar con muchas capas de civilización. Y la verdad, esa verdad que duele y conmueve, escasea en las sociedades de capitalismo desarrollado, levantadas sobre la necesidad, no ya de difundir la mentira, sino de ocultar permanentemente todo lo que sea verdad.La fiesta más culta (Federico García Lorca)El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo.En España (como en los pueblos de Oriente, donde la danza es expresión religiosa) tiene el duende un campo sin límites sobre los cuerpos de las bailarinas de Cádiz, elogiadas por Marcial, sobre los pechos de los que cantan, elogiados por Juvenal, y en toda la liturgia de los toros, auténtico drama religioso donde, de la misma manera que en la misa, se adora y se sacrifica a un Dios.Parece como si todo el duende del mundo clásico se agolpara en esta fiesta perfecta, exponente de la cultura y de la gran sensibilidad de un pueblo que descubre en el hombre sus mejores iras, sus mejores bilis y su mejor llanto.

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