Gore Vidal avisa del magnicidio de Obama

Obama paga los platos rotos del nihilismo bushiano en todos los ámbitos de la actividad humana, por lo que se puede convertir en el chivo expiatorio propicio para ser inmolado en el altar de la decadencia de Estados Unidos por el complejo-militar-industrial -lastimosamente vapuleado desde Irak hasta Afganistán- y/o por los inexpugnables intereses de las aseguradoras afectadas por la reforma salubre.

Lo eor es que el México neoliberal haya fincado su suerte en el liderazgo unilateral de un país putrefacto en sus entrañas, aunque todavía luzca relativamente saludable en su exterior como los cadáveres momificados THE WASHINGTON POST.- Obama tiene derecho a tener serios reparos sobre un compromiso ampliado de enviar muchas más tropas estadounidenses a Afganistán. Obama no fue elegido para iniciar la escalada en una guerra, sino para poner fin a otra. El cambio y la esperanza que prometió no implicaba una nueva y amplia campaña para transformar Afganistán. Muchos de los que ahora dicen que Obama está obligado a acelerar el ritmo en el Afganistán, se pasaron la presidencia de Bush olvidándose de esta guerra porque su interés principal estaba en la realización de una nueva en Irak. México. La Jornada Gore Vidal avisa de un golpe de Estado y el magnicidio de Obama Alfredo Jalife-Rahme No son los mejores momentos de Estados Unidos que, con o sin Obama, sufre su decadencia acelerada y las consecuencias del legado nefario del unilateralismo bushiano repudiado por el mundo cuando se presta la oportunidad pública –como sucedió con la humillante derrota de la sede de Chicago ante la de Río de Janeiro para celebrar los juegos olímpicos de 2016–, como metáfora fulgurante del incipiente nuevo orden multipolar. The Times, portavoz del bushismo bélico y propiedad de Rupert Murdoch Greenberg –dueño de la mendaz televisora tóxica Fox News, y muy cercano al primer ministro fundamentalista israelí Bibi Netanyahu–, aprovecha el descalabro olímpico que califica de asombrosa humillación, para colocar en tela de juicio el cuestionado estilo personal de gobernar de Obama, cuya grandilocuencia no obtiene resultados en nada. Si McCain fuera el presidente en lugar de Obama, ¿a poco Estados Unidos no habría perdido la votación olímpica? Por supuesto que sí. Tampoco hay que exagerar y pedirle milagros a Obama en resucitar a un muerto. Obama paga los platos rotos del nihilismo bushiano en todos los ámbitos de la actividad humana, por lo que se puede convertir en el chivo expiatorio propicio para ser inmolado en el altar de la decadencia de Estados Unidos por el complejo-militar-industrial –lastimosamente vapuleado desde Irak hasta Afganistán– y/o por los inexpugnables intereses de las aseguradoras afectadas por la reforma salubre. Más allá de la permanente superchería global de sus multimedia –que ya no engañan a nadie, salvo a los cándidos, neófitos, masoquistas y a quienes les conviene–, Estados Unidos no anda nada bien en ningún rubro digno de ser medido objetivamente. Que conste que no lo decimos por schadenfreude –término alemán que expresa el placer sádico de la desgracia del prójimo–, sino por un análisis riguroso metamediático, que habíamos anticipado desde hace mucho, que no puede ocultar la descomposición de la armonía social de Estados Unidos. A unos días de que Obama asumió la presidencia, Zbigniew Brzezinski, su íntimo asesor oficioso en seguridad nacional, había alertado sobre la alta probabilidad de una guerra civil en Estados Unidos, durante un programa de televisión el 17 de febrero (…) En este contexto destaca la incendiaria entrevista de Tim Teeman a Gore Vidal, uno de los máximos iconos literarios estadunidenses, precisamente a The Times (30/9/09), donde fustiga que Estados Unidos se está pudriendo y no hay que esperar que Obama pueda salvarlo, cuando amenaza una dictadura inminente, instalada mediante un golpe de Estado. Vidal, pacifista empedernido a sus 83 años, proviene de una familia de alcurnia de la política de Estados Unidos por varias generaciones y fue íntimo confidente del presidente John Kennedy, a quien presentó con Jacqueline. De allí que sus augurios cobren dimensión singular. Una de las características de Vidal es burlarse sarcásticamente de la incultura de sus presidentes (v. gr., no se cansa en relatar que Reagan confundía a los Medici con la marca Gucci) y le exaspera la ignorancia ilimitada del grueso de la población de Estados Unidos (y eso que no conoció a los presidentes mexicanos de los recientes 27 años) que la hace exageradamente manipulable. Lamenta el pésimo desempeño de Obama, una de las personas más inteligentes en el puesto presidencial desde hace muchos años, pero carente de experiencia y con una inhabilidad total en los asuntos militares al haber colocado a Afganistán como talismán mágico que resolvería el terrorismo. A su juicio, la guerra contra el terror es una fabricación, una coartada de relaciones públicas, por lo que Estados Unidos debe abandonar Afganistán cuando fracasó en conquistar Medio Oriente. Un poco más de seis meses a los atentados del 11/9, Vidal se había atrevido temerariamente a inculpar a la administración Bush de haberlos ocasionado: los miles de muertos fueron víctimas tanto de los terroristas como de la política exterior que ha impuesto Estados Unidos en el mundo, que ha generado enemistad y odio, lo cual se deriva de las necesidades del gobierno de Bush por el petróleo. Ahora, siete años más tarde, fulmina que Estados Unidos está repleto de mentirosos y su optimismo sobre Obama consiste en que no miente como el loco de Arizona (nota: John McCain) que es un mentiroso, de quien todavía se desconoce cómo se estrelló con su avión en 1967 cerca de Hanoi, donde fue capturado. Considera que la inteligencia de Obama es impresionante, pero su grave problema es que le cree a sus generales y piensa que el Republicano es un partido cuando constituye un grupo fanático de fascistas fincado en el odio religioso y racial. Agrega irónicamente que hasta Bush sabía que para ganar a un general bastaba con decorarlo con otra estrella. Refiere que Obama, después de haberse tropezado con su reforma sanitaria, puede ser eliminado por un misterioso asesino solitario acechando en las sombras de la capital. A propósito, Facebook se ha saturado de cientos de amenazas de muerte a Obama, lo cual obligó a la intervención del FBI. El consagrado ensayista cree ahora que Hillary Clinton hubiese sido mejor presidente: Conoce mejor al mundo y qué hacer con los generales. Vaticina que el Partido Republicano ganará las próximas elecciones, aunque exista poca diferencia con el Demócrata. Exhuma el golpe de Estado de 2000, cuando la Suprema Corte arregló la selección, no la elección, del hombre más estúpido del país, el señor Bush. Aduce que hoy la manía religiosa ha infectado el cuerpo político, y Estados Unidos se ha convertido en corrosivamente aislacionista. Fustiga que Estados Unidos no tiene una clase intelectual y se pudre a ritmo funerario. Muy pronto tendremos una dictadura militar, en base a que nadie puede mantener la cohesión. Obama, cuyo problema es ser sobreducado, debió enfocarse en educar al pueblo estadunidense. No se percata lo poco juiciosa e ignorante que es su audiencia. La “caída del sistema llegó con la corrupción de la gente durante la gestión bushiana. La visión de Vidal es sumamente fatalista sobre Estados Unidos y se defiende de buscar héroes que no existen y que en caso que los hubiere serían asesinados inmediatamente. No faltarán críticos demoledores (vinculados al establishment militar) que castiguen a Vidal (con quien se han metido sin piedad en su controvertida vida privada) de necrófilo magnicida y golpista. Lo peor es que el México neoliberal haya fincado su suerte en el liderazgo unilateral de un país putrefacto en sus entrañas, aunque todavía luzca relativamente saludable en su exterior como los cadáveres momificados. LA JORNADA. 4-10-2009 EEUU. The Washington Post No hay prisa para una escalada E. J. Dionne En una cena en la Casa Blanca con un grupo de historiadores al comienzo del verano, Robert Dallek, un perspicaz estudioso de las administraciones Kennedy y Johnson, ofreció un comentario jugoso para el presidente Obama. "A mi juicio", dijo recordando, "las guerras acaban con los movimientos de grandes reformas". El comportamiento estadounidense es muy claro: la Primera Guerra Mundial llevó a cerrar la Era Progresista. Cuando Franklin D. Roosevelt estaba en medio de la Segunda Guerra Mundial, fue sincero al decir que "el doctor del New Deal" había dejado paso al "Dr. ganar la guerra." Corea terminó con el Fair Deal de Harry Truman, y Vietnam llevó a la Gran Sociedad de Lyndon Johnson a un abrupto final. Dallek no es un pacifista, y no pretende que su observación resuelva las cuestiones en contra de la guerra en todos los casos. De las cuatro que mencionó, cree que la Segunda Guerra Mundial y la de Corea eran ciertamente peleas necesarias. Pero el punto de Dallek ayuda a explicar por qué Obama tiene derecho a tener serios reparos sobre un compromiso ampliado de enviar muchas más tropas estadounidenses a Afganistán. Obama no fue elegido para iniciar la escalada en una guerra, sino para poner fin a otra. El cambio y la esperanza que prometió no implicaba una nueva y amplia campaña para transformar Afganistán. Es fácil levantar la furia por el desorden en el Afganistán y aumentar las voces insistiendo en que Obama no tiene más opción que ponerle remedio yendo a lo grande y para un largo período. Muchos de los que ahora dicen que Obama está obligado a acelerar el ritmo en el Afganistán, se pasaron la presidencia de Bush olvidándose de esta guerra porque su interés principal estaba en la realización de una nueva en Irak. En su reciente informe al presidente, el general Stanley A. McChrystal, el comandante de EEUU en Afganistán, señaló en repetidas ocasiones que el esfuerzo había sido "de escasos recursos." Seguro que habría estado mejor si se hubiera establecido acabar Afganistán antes de batir los tambores de guerra en Irak. También es indignante que quienes insisten en la compensación de cada centavo gastado para ampliar la cobertura de salud nunca le pedirán a la Oficina de Presupuesto del Congreso que anote los gastos de la estrategia de McChrystal. Para los no asegurados, proponen la prudencia fiscal. Para la guerra, ofrecen el libertinaje. Sin embargo, la rabia es una mala guía para la política. La verdad es que Obama sólo tiene malas opciones en Afganistán. Obama ha dicho una y otra vez que la guerra en Afganistán, a diferencia de la guerra en Irak, es necesaria. "Estamos en Afganistán para hacer frente a un enemigo común que amenaza a los Estados Unidos, a nuestros amigos y a nuestros aliados", declaró en marzo. Y no puede negarse a afrontar eso. Sin embargo, mientras su discurso de marzo fue radical en cierto modo, definió un objetivo básico limitado. "Quiero que el pueblo estadounidense comprenda que tenemos un objetivo claro y definido", dijo, "para desestabilizar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda en Pakistán y Afganistán, y para impedir su retorno al país, en el futuro." Estas son las palabras que le dan pie Obama para reconsiderar su política. McChrystal argumenta que la estrategia de contrainsurgencia total que se propone exige "elevar la importancia del gobierno" en Afganistán, y, su crédito, sobre el que es brutalmente sincero acerca de su triste estado actual. Habla de "la crisis de confianza popular que brota de la debilidad del [gobierno afgano], las instituciones, el uso impune del poder de los funcionarios corruptos y los agentes de poder, un sentimiento generalizado de privación de derechos políticos, y una prolongada falta de oportunidades económicas". Esto sin tener en cuenta el fraude que se cometió en la reelección del presidente Hamid Karzai. ¿Es esta la situación en la que Obama debería comprometer a decenas de miles de soldados para una guerra larga? ¿Nos debe sorprender que algunos funcionarios de la administración se pregunten cómo es que al-Qaeda se ha debilitado aún cuando los talibanes se han hecho más fuertes? Estos escépticos ahora cuestionan si la derrota de los talibanes es realmente esencial para el objetivo central del discurso de derrotar a Al Qaeda. Hay una sabiduría convencional según la cual si Obama no coincide en todo con la estrategia de McChrystal, estará admitiendo la derrota y alejándose de sus anteriores promesas de contribuciones (…) Obama debe resistir tanto su impaciencia como la crítica a su búsqueda de una estrategia alternativa. Lo último que debe hacer es precipitarse en un nuevo conjunto de obligaciones en Afganistán, que puede definir su presidencia más que cualquier victoria que gane en la reforma del servicio de salud. Los más ansiosos de una guerra a mayor escala tienen poco interés en la búsqueda de Obama de una reforma interna. Mientras reflexiona sobre sus opciones, las suyas no son las voces de las que debe preocuparse. THE WASHINGTON POST. 5-10-2009

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