Reportaje histórico

Gibraltar, Tratado de Utrech y despojo de España

Si hay un momento histórico en que pueda fijarse el inicio de la transformación de España en un paí­s sometido y controlado por la intervención exterior, éste es sin duda la Guerra de Sucesión que se desarrolla entre 1701 y 1713. De ella sale nuestro paí­s convertido en un juguete en manos de las grandes potencias europeas, Inglaterra y Francia.

Muerto el último rey de los Habsburgo, Carlos II, sin descendencia, la sucesión al trono español se convierte en un asunto internacional y pone en evidencia que España, tras su continuo declive, se ha transformado en un tentador botín para las distintas potencias europeas. Tanto el rey francés Luis XIV como el emperador austriaco Leopoldo I alegan de inmediato derechos sucesorios, dado que ambos estaban casados con sendas hijas de Felipe IV y eran nietos, por parte de madre, de Felipe III. «Una guerra por la supremacía continental europea adopta la forma de una guerra civil española» Sin embargo, la entronización del nieto de Luis XIV al trono de España, suponía, en los hechos, la unión de España y su vasto imperio con Francia bajo una única dirección, la francesa, lo que otorgaba a Luis XIV la posibilidad de convertirse en la gran potencia hegemónica de Europa. Algo que es rechazado inmediatamente por Inglaterra y los Países Bajos, que pasan a alinearse con el pretendiente austriaco. Una de las primeras medidas que toma Felipe V al llegar a Madrid, es formar, siguiendo las indicaciones del embajador francés, un “Consejo de Despacho” que se convierte en el máximo órgano de gobierno del reino. Estará formado por el propio rey, el presidente de la Junta de Gobierno, el presidente del Consejo de Castilla, un alto funcionario nombrado como “Secretario de Despacho” y, por imposición de Luis XIV, el embajador francés en Madrid. Según la historiadora francesa Janine Fayard, pronto quedó claro que “Luis XIV iba a actuar como el verdadero dueño de España”.Hasta tal punto Luis XIV toma las riendas del gobierno en España que en junio de 1701 manda a su consejero-secretario, Jean Orry, como auténtico ministro de Economía y Hacienda encargado de reformar el Estado español para reconstruirlo a imagen y semejanza del francés, envía en 14 años más de 400 cartas a su nieto dándole toda clase de consejos políticos y órdenes expresas. En palabras del historiador Joaquim Albareda Salvadó, “era, pues, el rey francés (…) quien controlaba los auténticos resortes del poder. De este modo, los respectivos embajadores –Harcourt, Marcin, los dos Estrées, tío y sobrino, y Gramont– no actuaron como representantes legales de Francia en el sentido estricto sino como auténticos ministros”.Para Luis XIV, el dominio sobre España tenía entre otros objetivos, según relata él mismo en una carta enviada a su embajador en Madrid, “el comercio de Indias y de las riquezas que producen”. Intenciones que no tardó en llevar a la práctica. Una de las primeras medidas que toma el Consejo de Despacho instaurado por Felipe V –y en el que recordemos que uno de sus cinco miembros es el embajador francés– es el de favorecer e impulsar el comercio francés con el Imperio colonial de la América española. En pocos meses, un flota de más de una treintena de barcos realizaban ya continuos viajes entre los puertos franceses y los de Nueva España (México) y Perú. En poco tiempo, los puertos de la América española habían sido “pacíficamente invadidos” por cientos de navíos franceses rompiendo el monopolio del comercio con América del que durante dos siglos había disfrutado la Casa de Contratación de Sevilla. Se concede el asiento de negros –es decir, el monopolio de la trata de esclavos con América– a la «Compagnie de Guinée», compañía de la que abuelo y nieto, Luis XIV y Felipe V, se repartían el 50% del capital. Y que también recibiría el privilegio de extraer oro, plata y otras mercancías libres de impuestos de todos aquellos puertos donde hubiera vendido esclavos. Dominio político, control militar y saqueo económico aparecen así inextricablemente unidos desde el principio de la intervención exterior sobre nuestro país. Inglaterra juega sus bazasPero la práctica anexión de España y su enorme imperio por Francia era algo que Inglaterra no estaba dispuesta a tolerar de ningún modo. En las dos grandes potencias marítimas de la época, Inglaterra y Holanda, se encienden todas las alarmas rojas al ver cómo Francia se ha abalanzado a adueñarse del comercio español con América, por lo que el 20 de enero de 1701 firman una alianza militar contra Francia y de apoyo a las aspiraciones del pretendiente austriaco, el Archiduque Carlos, a la corona española. A esta Alianza se suman Prusia, la mayoría de Estados alemanes excepto Baviera, Portugal –convertida ya de facto en protectorado inglés– y el Ducado de Saboya, que declaran la guerra a Francia y España en mayo de 1702. «Las negociaciones se hacen a espaldas de España, a pesar de que es la Corona española y sus posesiones lo que se está dilucidando» La guerra de Sucesión al trono español se convierte así, en los hechos, en una guerra entre las distintas potencias europeas por dirimir la hegemonía continental. Su particularidad es que no se desenvolverá en el escenario europeo, sino en las posesiones españolas y, en particular, en el interior del país. De la misma forma que Luis XIV había asegurado que en el último momento Carlos II testara en favor de Felipe de Anjou mediante múltiples presiones y numerosos sobornos entre la alta nobleza castellana, Ana de Inglaterra hará otro tanto con las elites dirigentes de la Corona de Aragón para atraerlos a su causa. A través del comerciante inglés de aguardiente afincado en Barcelona, Mitford Crowe, a quien nombra comisionado suyo para “para contratar una alianza entre nosotros y el mencionado Principado o cualquier otra provincia de España”, Inglaterra consigue la adhesión de un importante grupo de nobles de la Cataluña interior. De esta forma, una guerra por la supremacía continental europea adopta la forma de una guerra civil española. De un lado, la Corona de Castilla, al lado de Felipe V. Del otro, los reinos que forman la Corona de Aragón (Cataluña, Valencia, Aragón y Baleares) defendiendo la causa del pretendiente austriaco. El fracaso de los aliados austracistas en la toma de Milán –entonces posesión de la Corona española– aconseja s los estrategas ingleses llevar la guerra al interior de la península. Su primera tentativa fue tomar la ciudad y el puerto estratégico de Cádiz, de donde sale la mayoría del comercio hacia la América hispana, en agosto de 1702. Su fracaso desbarata al mismo tiempo la conspiración de Juan Enríquez, Almirante de Castilla, para sublevar Andalucía y ponerla al lado de Inglaterra. Sólo dos años después, sin embargo, una escuadra de 30 barcos ingleses y 18 holandeses, comandados por el almirante George Rooke y con el príncipe de Darmstadt –nombrado por el pretendiente austriaco como vicario de la Corona de Aragón– al frente, toma el peñón de Gibraltar sin apenas resistencia. Ya no se marcharían de allí. Tras la insurrección de Cataluña y la ofensiva de las tropas inglesas desde Portugal, a finales de junio de 1706 tiene lugar la entrada en Madrid del Archiduque Carlos, donde es proclamado el 2 de julio como Carlos III rey de España, plaza que debe abandonar rápìdamente ante la creciente hostilidad de la población, la falta de avituallamiento y la debilidad de su posición militar en la mayor parte del territorio nacional, donde las tropas británicas no consiguen avanzar significativamente desde la frontera portuguesa. Así, mientras en España la guerra se va decantando hacia el bando borbónico, especialmente tras la batalla de Almansa, en el escenario europeo ocurre exactamente lo contrario; las tropas franceses son derrotadas batalla tras batalla por los aliados.Esta combinación de circunstancias forzó a Londres y París a iniciar conversaciones secretas a partir de 1709, negociaciones hechas a espaldas de España a pesar de que era la Corona española y sus posesiones lo que se estaba dilucidando.El Rey Sol francés hace numerosas concesiones a Inglaterra (la cesión de la mayor parte de Canadá, la aceptación de la línea de sucesión dinástica inglesa en manos protestantes,…) y, en menor medida a Holanda, pero a cambio consigue retener la Corona española en manos de la casa borbónica. A lo largo de todo ese siglo, España será transformada en poco más que un virreinato francés, con la única excepción del reinado de Carlos III.El ominoso Tratado de UtrechEl 11 de abril de 1713 se firmaba en Utrecht el primer tratado entre Francia, Gran Bretaña, Prusia, Portugal, el ducado de Saboya y las Provincias Unidas (aproximadamente la actual Bélgica). Como se ve, España queda excluida de este primer acuerdo. En tanto que es el botín principal que se disponen a despojar y repartirse las potencias beligerantes, Inglaterra le reserva un tratamiento especial y aislado.Tres meses después, los representantes de Felipe V –retenidos en París casi un año para que no interfirieran en las negociaciones entre Francia e Inglaterra, con la excusa de que necesitaban un pasaporte para ir a Utrecht– se incorporaban al acuerdo con la firma del tratado entre Gran Bretaña y España. Merced a ese acuerdo, Gran Bretaña recibía Gibraltar y Menorca así como amplias ventajas comerciales en el imperio español, haciéndose con el monopolio del asiento de negros, es decir, la trata de esclavos, que fue concedido a la South Sea Company –gracias al cual podía enviar a América un total de 144.000 esclavos durante treinta años– y el llamado navío de permiso anual, un barco de 500 toneladas autorizado a transportar bienes y mercancías libres de aranceles a las colonias españolas. «Para España, el Tratado de Utrech supone su definitiva colocación como un país “menor” en Europa y el mundo» Pero esto era sólo el principio de las concesiones que se iban a exigir a la monarquía hispánica. Felipe V debe ceder el Reino de Sicilia a la Casa de Saboya, la cadena de fortalezas en el norte de Bélgica a Holanda, la ciudad de Brandenburgo a Prusia, los Países Bajos españoles, el Milanesado, el reino de Nápoles, Flandes y Cerdeña a Austria. Un auténtico nuevo diseño territorial de Europa hecho a costa de España. Y del que el gran beneficiario sería Gran Bretaña que, además de sus ganancias territoriales, obtuvo cuantiosas ventajas económicas que le permitieron romper el monopolio comercial de España con sus colonias. Pero además de esto, Inglaterra había conseguido contener las ambiciones territoriales y dinásticas de Luis XIV, mientras Francia sufría graves dificultades a causa de los grandes costes de la contienda. El equilibrio de poderes en la Europa continental –máxima aspiración de Inglaterra para evitar el surgimiento de una potencia hegemónica europea capaz de rivalizar con ella– quedó asegurado, mientras que en el mar, Gran Bretaña con la toma de Menorca y Gibraltar se convierte en la nueva potencia naval del Mediterráneo. En última instancia, los Tratados de Utrecht permitieron al Reino Unido ocupar el papel de árbitro europeo manteniendo un equilibrio territorial basado en el equilibro de poder en Europa y su hegemonía marítima. Un poder asumido a costa de España y que ya no abandonará en los dos siguientes siglos.Para España, por contra, el Tratado de Utrech supone su definitiva colocación como un país “menor” en Europa y el mundo –a pesar de que sigue disponiendo del mayor imperio colonial de la época–, con la consiguiente pérdida de una voz propia en los asuntos internacionales. A partir de 1713, la política exterior española será poco más que un apéndice de los intereses franceses. La cesión de Gibraltar, y con ella el reconocimiento explícito de la presencia de una base militar y una colonia extranjera en su territorio, es la máxima expresión del grado de postración, sometimiento, dependencia e intervención exterior en el que ha vivido nuestro país a lo largo de los tres últimos siglos.

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