Selección de prensa nacional

Estamos tocando el fondo

Pero ¿y si «lo peor» es instalarse en el fondo y permanecer allí­ durante meses, incluso años, es decir, la temida «L» a la japonesa? Esta hipótesis, lamentable y temida hipótesis, se está leyendo cada vez más tanto dentro como, sobre todo, fuera de nuestro paí­s.

ESTRELLA DIGITAL. Nouriel Roubini afirma que este agosto "marcará el segundo aniversario del inicio de lo que arece va ser ‘la década perdida’ de España". Añade que "los mercados han prestado atención preferente al Este (de Europa), pero ahora se están dando cuenta de que el Sur está ahí y que cuando esto madure tendremos una crisis financiera global, con seguridad. En ese punto, los gobiernos español y griego perderán el control de la situación como ha ocurrido en Letonia y Hungría". ¿Excesivamente negra la predicción? Puede ser. Pero digna de meditación porque también dentro se oyen cada vez más voces autorizadas que apuntan a algo parecido. ABC. La proliferación de delegaciones oficiales, sucedáneos de embajadas, oficinas de promoción comercial, patronatos de turismo e institutos culturales dependientes de las comunidades autónomas en el extranjero se está convirtiendo en un innecesario lastre económico para el contribuyente, si no en un irritante despilfarro que conviene fiscalizar con lupa Opinión. Estrella Digital ESTAMOS TOCANDO EL FONDO Luis de Velasco Así cantaba Paco Ibáñez La poesía es un arma cargada de futuro de Gabriel Celaya hace ya muchos, muchos años. Hoy resuena de nuevo. "Estamos llegando al fondo", "Estamos ya en el fondo", "Lo peor ha pasado", "Se ve ya la luz al final del túnel" son frases, latiguillos que se han repetido desde el Gobierno y aledaños estas últimas semanas, hasta llegar a la más moderna afirmación de los "brotes verdes". Veamos. Que estamos más cerca del fondo que tiempo atrás es algo obvio porque la caída siempre, repitamos siempre, tiene un fondo al que en algún momento se llegará. ¿Se ha llegado ya? Es posible, incluso probable, pero aún es pronto para saberlo porque hay indicadores para todos los gustos. Esperemos las cifras del segundo trimestre para ver si son o no peores que las del primero. Para decidir si "lo peor" ha pasado o no, primero hay que definir que se entiende por "lo peor". Esa afirmación lleva implícita la reflexión de que una vez llegada la economía española al fondo, empezará a "rebotar", es decir, a mejorar. Así lo apuntan las previsiones macro presentadas la semana pasada por el Gobierno, en todos los indicadores excepto en el muy importante del paro (ahí todo el mundo está de acuerdo en que es una variable que va con retraso, pero en lo que no hay acuerdo es en el volumen del mismo). Lo que ocurre es que esas previsiones, que llegan hasta el 2012, no se las cree nadie (posiblemente ni sus autores), por optimistas y porque además son inconsistentes en más de una cifra. Pero ¿y si "lo peor" es instalarse en el fondo y permanecer allí durante meses, incluso años, es decir, la temida "L" a la japonesa? Esta hipótesis, lamentable y temida hipótesis, se está leyendo cada vez más tanto dentro como, sobre todo, fuera de nuestro país. La última, que sepamos, en www.rgemonitor.com del famoso y realista-pesimista -le llaman Dr. Doom- Nouriel Roubini. Ahí se afirma que este agosto "marcará el segundo aniversario del inicio de lo que parece va ser ‘la década perdida’ de España". Añade que "los mercados han prestado atención preferente al Este (de Europa), pero ahora se están dando cuenta de que el Sur está ahí y que cuando esto madure tendremos una crisis financiera global, con seguridad. En ese punto, los gobiernos español y griego perderán el control de la situación como ha ocurrido en Letonia y Hungría". ¿Excesivamente negra la predicción? Puede ser. Es una opinión y de alguien de fuera y, por ello, muy discutible. Pero digna de meditación porque también dentro se oyen cada vez más voces autorizadas que apuntan a algo parecido. ESTRELLA DIGITAL. 22-6-2009 Editorial. ABC DESPILFARRO AUTONÓMICOLA proliferación de delegaciones oficiales, sucedáneos de embajadas, oficinas de promoción comercial, patronatos de turismo e institutos culturales dependientes de las comunidades autónomas en el extranjero se está convirtiendo en un innecesario lastre económico para el contribuyente, si no en un irritante despilfarro que conviene fiscalizar con lupa. Los datos del Gobierno acreditan que en este momento hay 196 organismos de esas características en los cinco continentes, de los cuales una cuarta parte, exactamente 46, dependen de la Generalitat de Cataluña, obsesionada con difundir en el exterior y con dinero público la falsa imagen de una nación soberana independiente de España. No en vano, el responsable de la «acción exterior» de la Generalitat es Josep Lluís Carod-Rovira, quien recientemente se ha visto obligado a explicar por qué cargó en más de veinte tarjetas de crédito los gastos de uno de sus múltiples viajes. Su excusa -«cuestiones de seguridad»- sencillamente no es creíble. Cuando a las veleidades nacionalistas de abrir delegaciones «diplomáticas» autonómicas por todo el mundo se une el dispendio que supone mantener artificial e innecesariamente instituciones cuyo presupuesto nace de restar dinero a partidas relevantes -educación, sanidad, infraestructuras, justicia…-, la cuestión de fondo resulta doblemente preocupante. Muchas de esas delegaciones están situadas en los mejores emplazamientos de las principales ciudades del mundo, lo cual dice muy poco en favor de la austeridad que pregonan algunas autonomías con tanta alegría como falacia. No se trata de cuestionar la necesidad de incrementar el endeudamiento público en épocas de crisis, sino de que ese endeudamiento se base en causas justificadas y justificables. Y crear «embajadas» autonómicas en el extranjero no es probablemente una de ellas a los ojos de millones de contribuyentes, que inevitablemente perciben en las comunidades a administraciones públicas conflictivas, victimistas y pedigüeñas. Es hora de que la financiación autonómica quede supeditada a criterios finalistas convenientemente consensuados para evitar dispendios, amiguismo y un aumento exponencial del número de funcionarios y asesores a cargo de los poderes autonómicos, sin más funciones fijas que crear lobbys opacos y cuidar caladeros de votos. Porque la situación económica no lo aconseja y porque la contribución real de estos organismos a la proyección exterior es inexistente. Pero sobre todo, porque el Gobierno tiene en exclusiva el mandato constitucional de dirigir la acción de España en el exterior y no es de recibo que consienta la invasión de ese terreno y, además, con derroche. ABC. 22-6-2009 Opinión. El País CUMBRE CLANDESTINA Joaquín Estefanía Los estudiosos hablan ya de tres fases en el desarrollo de la crisis económica: la primera, que va desde su inicio en agosto de 2007 hasta un año después, sirve para apercibirse de su gravedad y permite soñar a los países emergentes y en desarrollo que esta vez no van a ser ellos los paganos de los excesos del corazón del sistema (Wall Street). La segunda comienza con la quiebra de Lehman Brothers y dura aproximadamente hasta el mes de abril pasado; es el periodo en que el espectro de un colapso financiero mundial fue un hecho probable, no sólo posible. En la tercera fase, la actual, el escenario catastrófico de una implosión del sistema financiero internacional prácticamente desaparece: estamos mal (gran recesión) pero ya no bajo el peso de que el mundo se acaba. En medio de lo peor, el pasado diciembre, los gobiernos presentes en la negociación de la Ronda de Doha sobre el proteccionismo comercial acordaron que las Naciones Unidas (ONU) celebrarían "una conferencia al más alto nivel sobre la crisis financiera y económica mundial y sus efectos sobre el desarrollo". La conferencia la organizaría la asamblea general, que encargó un texto a una comisión de expertos liderada por el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, ex asesor de Clinton. Se trataba de hacer recuperar a la ONU buena parte de la centralidad perdida por el protagonismo de los G-20, organismos no elegidos, inorgánicos, sin estructura, en la organización de las salidas a la crisis. Los expertos, dirigidos por Stiglitz, desempolvaron la idea del ex presidente de la Comisión Europea, el francés Jacques Delors, de crear en el seno de la ONU un Consejo de Seguridad Económica para resolver los conflictos relacionados con la intendencia del mundo. Pues bien, después de muchos avatares esta conferencia se celebrará entre los próximos miércoles y viernes, pero a ella no acudirán los dirigentes de los principales países del mundo (no habrá el "más alto nivel") ni se conoce la mayor parte de los trabajos que se llevan, más allá de las ideas de la Comisión Stiglitz. Está anunciada la presencia de tan sólo una veintena de jefes de Gobierno o de Estado entre los que no figuran el de EE UU, ni los de la UE ni Japón, por ejemplo. Parece una conferencia clandestina, sin las alharacas con las que se celebraron los G-20 de Washington y Londres. Además del desapego que manifiesta la irrelevancia de la institución multilateral más representativa en los principales dirigentes del planeta (que van a dejar el altavoz de la ONU a los Chávez, Morales, Correa, que sí acudirán), se extiende con mucha fuerza la idea de que una vez sofocada la parte más agresiva de la crisis (los bancos en dificultades) se diluyen cada vez más los esfuerzos reformadores expuestos cuando se tenía el agua al cuello. Ninguna crisis, y mucho menos una tan grave como la actual, remite sin dejar un legado. Stiglitz piensa que uno de esos legados será una batalla de alcance global en torno a las ideas. "O mejor, en torno a qué tipo de sistema económico será capaz de traer el máximo beneficio para la mayor cantidad de gente". El economista se pregunta cuántos mandatarios asumirán el hecho de que para salir adelante es necesario un régimen en el que el reparto de papeles entre mercado y Estado sea equilibrado y en que haya un Estado fuerte capaz de administrar formas efectivas de regulación. Pero la reflexión más significativa de Stiglitz se sitúa en el terreno de la calidad de la democracia. Muchos ciudadanos que padecen los fallos del mercado en forma de paro, hambre, pérdida de poder adquisitivo… observan desconcertados que se vuelve a recurrir de nuevo a parecidas recetas -y a veces a los mismos personajes- para gestionar la recuperación. Ven permanentes redistribuciones de riqueza hacia la cúspide de la pirámide, claramente a expensas de los ciudadanos comunes y corrientes. Ven, en suma, un problema básico de falta de controles en el sistema democrático. Y después que se observa todo esto, sólo es necesario dar un pequeño paso para concluir que hay algo que funciona inevitablemente mal en la propia democracia. Stiglitz concluye con pesimismo que la crisis económica ha hecho más daño a los valores fundamentales de la democracia "que cualquier régimen totalitario en los tiempos recientes". ¿Merece la pena discutirlo? EL PAÍS. 22-6-2009

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