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Espiar a los amigos

No es nueva la sospecha de que Europa se encuentra sometida a un gigantesco rastrillaje de datos por parte de los servicios secretos norteamericanos, pero sí que algunos de sus líderes políticos hayan sufrido escuchas directas. La reacción inusualmente dura de una pronorteamericana como Angela Merkel es un testimonio elocuente del enfado. Mariano Rajoy, interesado en preservar la relación con Washington, tampoco ha dudado en ordenar una petición de explicaciones al embajador norteamericano sobre las actividades de espionaje llevadas a cabo en España.

Convocar a los embajadores —Berlín ya lo hizo— no solventará la desinformación de los Gobiernos, pero deja meridianamente claro el momento actual de las relaciones. La coincidencia con la Cumbre de la UE ha propiciado una plataforma más amplia para dejar clara la irritación generada por los últimos datos conocidos, aunque esto no es una nueva guerra fría.

Europa se mueve entre el dilema de preservar la relación transatlántica y contener, al tiempo, el espionaje contra sus intereses. Resta por saber si los golpes europeos sobre la mesa van a quedarse en pura gesticulación (lo más probable), o si la desconfianza se instalará en las negociaciones en curso entre las dos orillas del Atlántico. Por el momento, ningún jefe de Estado o de Gobierno acepta suspender la negociación del Tratado de Libre Comercio.

Por su parte, el Parlamento Europeo sí quiere condicionar las conversaciones sobre la protección de datos personales. La Eurocámara ha votado a favor de poner límites a la cantidad de datos que Google o Facebook recogen en Europa; y, aunque por corta mayoría, también propone suspender el acuerdo por el que Bruselas y Washington se reconocen el derecho de acceso a la información sobre transacciones financieras —oficialmente destinado a vigilar las que realizan los terroristas—. La posibilidad de que ese canal haya sido usado para obtener datos de otros ciudadanos, empresas y bancos europeos les pone en peligro. No se puede vivir en democracia sin garantías de derechos ciudadanos y sin contrapesos frente al poder extraordinario de los servicios secretos.

Pero los países de la UE necesitan del escudo protector de los servicios de inteligencia estadounidenses, con los que, por lo demás, se colabora de forma estrecha, lo cual embrida las ansias de represalia y amortigua la crisis de confianza. Ahora bien, los europeos también deben preguntarse si el retraso tecnológico, económico y político ya es tan grande como para que sus propios servicios de espionaje e información permanezcan aparentemente en la inopia. Es absolutamente improbable que haya sido así. Los Gobiernos harán bien en investigar sus propios agujeros de información sensible y garantizar, hasta el límite de sus posibilidades, que las libertades no se conviertan en papel mojado para los ciudadanos.

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