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España, Reino Unido y los referendos de independencia

Al llegar a Escocia hace unos años, me recibió un cartel que alardeaba de que Glasgow “está en la misma latitud que Smolensk y tiene la misma actitud que Barcelona”. Era un ejemplo gráfico de la mezcla de camaradería y admiración con la que los escoceses miran a Cataluña.Barcelona, la capital catalana, tiene muchas cosas que los habitantes de Glasgow ambicionan: mejor clima, mejor comida y mejor equipo de fútbol. En homenaje a Cataluña, los escoceses incluso escogieron a un arquitecto de Barcelona, Enric Miralles, para el diseño del nuevo edificio de su Parlamento.Pero, ahora, son los catalanes los que tienen razones para mirar con envidia a Escocia. Ayer, se confirmó que en 2014 Escocia celebrará un referéndum de independencia. Al Gobierno catalán le gustaría celebrar su propio referéndum de independencia, pero sufre el bloqueo del Gobierno español.España intenta frustrar el movimiento a favor de la independencia catalana a través de un resquicio legal. El Gobierno central declara que los nacionalistas catalanes deben respetar la Constitución española. Y esa constitución establece que es ilegal celebrar un referéndum de independencia.Los británicos están adoptando un enfoque que es, simultáneamente, más pragmático y audaz. David Cameron podría haber insistido perfectamente en que sólo el Gobierno británico tiene el derecho legal a celebrar un referéndum. En cambio, ha accedido a permitir que los escoceses organicen una votación sobre el futuro de su nación –bajo la condición de que la independencia debe ser la única cuestión que se refleje en las papeletas–.Desde el punto de vista tanto de la justicia como de la prudencia, el enfoque del Gobierno británico parece más sensato. Cameron, al igual que Mariano Rajoy, el presidente español, es un conservador y un patriota. A ambos les consternaría presidir la ruptura de sus naciones. Pero el Gobierno británico ha reconocido que, al acumular poder en Edimburgo, los nacionalistas escoceses se han ganado el derecho democrático a celebrar un referéndum sobre su viejo anhelo de independencia. No tiene sentido buscar resquicios legales para evitarlo.El enfoque del Gobierno británico, aunque arriesgado, es astuto desde el punto de vista psicológico. Decirle a la gente que algo está terminantemente prohibido es una garantía de que aumente su deseo de hacer precisamente eso.No cabe duda de que este principio –instaurado en el Jardín del Edén– también es aplicable a la Cataluña moderna. En cambio, debe resultar un tanto desmoralizante para los nacionalistas escoceses que un reciente sondeo de opinión mostrase un mayor apoyo a la independencia escocesa en Inglaterra que en la propia Escocia.Los paralelismos entre las causas escocesa y catalana resultan fascinantes. En ambas regiones, los nacionalistas datan la pérdida de la independencia en principios de s.XVIII. Los escoceses firmaron el Acta de Unión con Inglaterra –que dio lugar al nacimiento de Gran Bretaña en 1707– después de que un proyecto colonial mal concebido, llamado plan Darien, hubiera llevado prácticamente a la ruina a Escocia.Los nacionalistas catalanes datan la pérdida de su independencia a la caída de Barcelona en 1714. En un reciente partido entre el Fútbol Club Barcelona y el Real Madrid, los nacionalistas catalanes recordaron el aniversario con ensordecedores gritos de independencia –a los 17 minutos y 14 segundos de partido–.Tanto los nacionalistas escoceses como los catalanes han utilizado a la UE para reafirmar la causa de la independencia. Una Escocia o una Cataluña independientes, argumentan, no tiene por qué temer un aislamiento, ya que las nuevas naciones formarían parte del gran club europeo –y, por lo tanto, podría combinar la independencia con la seguridad de la pertenencia a la UE–.Algunos intelectuales escoceses también exponen que la hostilidad hacia la UE es un vicio específico inglés –y que los escoceses son mucho menos chovinistas–. Esta idea gusta en Bruselas, donde la perspectiva de que la secesión escocesa pudiera castigar a los ingleses por su euroescepticismo agrada a muchas personas.

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