Arte

El moderno rapto de Helena

Una inauguración por todo lo alto, con una amplia representación de los Gobiernos de medio mundo -excepto, evidentemente, de Gran Bretaña e inexplicablemente, de España-, dando cuenta de que la reunificación en un espacio único de todos los mármoles y relieves que pertenecen al Partenón no debe de ser una reivindicación exclusiva de Grecia, sino algo que atañe al patrimonio cultural de toda la humanidad. El primer gesto llegó desde el Vaticano, con la devolución de un pequeño trocito de mármol que guardaban en su poder, pero del retorno de las numerosas piezas expoliadas por el Imperio Británico y exhibidas como trofeo de guerra en el British Museum, hay algunos que no quieren ni hablar.

“Ha llegado el momento de cerrar las heridas del Partenόn con el retorno de las esculturas que le ertenecen”. Así de explícito se mostró el presidente de Grecia, Karolos Papouliuas, en su discurso de inauguración, ante los ojos de medio mundo. Mucho más tibio fue el representante de la UNESCO, que simplemente solicitó una “solución dialogada satisfactoria para ambas partes”. Es decir, como si un juez decidiera repartir el botín de un robo entre el ladrón y el propietario a partes iguales. José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, ni siquiera mencionó los mármoles, y su discurso se centro en la retórica poética.Oídos sordos ante una reivindicación justa tanto para Grecia como para todos los que se consideren defensores de la justicia y se enfrenten al expolio artístico, práctica difundida durante la época colonial, pero completamente vigente en nuestros tiempos.2.500 años de historia contemplan al Partenón, que se refleja sobre el techo acristalado del nuevo museo, en los que la mítica construcción ha vivido momentos tan graves como el gran incendio, el saqueo de Lord Elgin, la voladura por los cánones venecianos en 1687 o las visitas de Von Brauchitsch y Himmler durante la brutal ocupación nazi, cuando la esvástica ondeaba en la Acrópolis.La suntuosidad del museo contrasta con la tristeza que se respira al llegar a su sala más importante, la que precisamente aspira a albergar la totalidad de esculturas, frisos y bajorrelieves que decoraban el interior del templo. Una ínfima parte de ellos es la que el estado griego conserva, mientras que la mayoría fueron vilmente robados por Lord Elgin, para ser posteriormente vendidos al British Museum. En su lugar, vacías reproducciones les sustituyen mientras se espera con impaciencia el momento de la restitución.Un momento que, a tenor de la pasividad de las autoridades internacionales, parece que va a tardar demasiado en producirse. Gran Bretaña mira hacia otro lado, manifestando un evidente desprecio ante la justicia internacional, y hacia el arte que nunca fue ni será fabricado por ellos, exhibido en sus museos con una soberbia intolerable, pretendiendo ser una muestra al mundo de vanidad y superioridad dictatorial.

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