Batiscafo

El cuento del trabajo infantil en Colombia no es el de la Cenicienta

Jorge Gómez es diputado del PDA en la Asamblea Departamental de Antioquí­a (Colombia)

La mayoría de los colombianos creen que el trabajo infantil es un fenómeno que corresponde a una conducta indeseable de algunos crueles compatriotas. Haga usted el ensayo de preguntarle a cualquier ciudadano desprevenido y verá que esa es su percepción.

Pero no es una idea silvestre; cuñas radiales como la que en estos días ha puesto en circulación el Ministerio del ramo, inducen a creer que el fenómeno se produce porque unas señoras desalmadas, como una especie de brujas malas, obligan a unas niñas, tipo Cenicienta, a efectuar duras labores domésticas. La misma cuña deja la sensación de que si el problema persiste, es porque los ciudadanos que se enteran de semejante crueldad, no tienen el valor civil de denunciarla ante el gobierno, que de esta forma se presenta como el príncipe dispuesto a liberar a Cenicienta de la brutalidad de su madrastra y hermanastras.

Otra cosa muy diferente nos revela la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil 2011, elaborada por el DANE y publicada el 23 de agosto. Allí aparecen dos datos que dan cuenta de que el fenómeno tiene explicaciones más profundas y complejas que la maldad de unos cuantos. Es alto y preocupante el índice de trabajo infantil en Colombia; según la cifra oficial, el porcentaje asciende al 13% de los más de once millones de niños y niñas entre los 5 y los 17 años de edad, es decir, cerca de un millón y medio de ellos.

El primer dato indicativo de la raíz del problema tiene que ver con la remuneración. El 51% del total nacional y el 58% de los que residen en las zonas rurales, trabajan “al gratín”, para usar una expresión coloquial escuchada en estos días en un comercial. Estos niños que trabajan sin remuneración, en el caso de los de la zona rural, laboran en un 70% en agricultura y ganadería, lo que da cuenta de que un cuarto de millón de niños trabajan en actividades agropecuarias sin ningún tipo de estipendio, y en el conjunto lo hacen más de 750.000.

El otro dato revelador es el de las razones para trabajar. Mientras el 40% en el conjunto (600.000) explican que trabajan porque deben participar en la actividad económica de la familia o deben ayudar con los gastos de la casa o ayudar a costearse el estudio, la misma explicación brinda el 45% de los que lo hacen en el área rural.

Bien leídas las informaciones anteriores, es imperativo concluir que el trabajo infantil en Colombia es un simple apéndice del ingreso miserable de millones de compatriotas, por ahora, condenados a vivir en una nación que saca de la pobreza a sus habitantes a punta de manipulación de las cifras. ¿Cómo explica el gobierno de Santos sus supuestos avances en la labor de combatir la pobreza si se sabe que el 63% de los colombianos que trabajan formal o informalmente, devengan menos de un salario mínimo?

Buscando perpetuar el reinado de la manipulación y el engaño mediático, el gobierno quiere hacer creer al ciudadano incauto que la solución consiste en denunciar y perseguir madrastras perversas o pérfidas solteronas. En realidad lo que busca es orientar los reflectores para otro lado, no sea que los colombianos se percaten de que en el modelo económico impuesto por Washington, que privilegia a monopolios y especuladores financieros, al tiempo que arruina la industria y el agro, radica el verdadero origen del alarmante índice de trabajo infantil.

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