El imperio Murdoch en el banquillo

El cuarto poder muestra sus lí­mites

Todo el revuelo levantado estos dí­as en torno al mayor imperio mediático del mundo, la News Corp de Murdoch, adolece de un doble desenfoque. No es en Inglaterra sino en EEUU donde hay que buscar el centro y el origen de la batalla. Y no es la ética periodí­stica, sino las relaciones entre el llamado cuarto poder y el verdadero poder, polí­tico y de clase, lo que está siendo encausado.

La oinión publicada es prácticamente unánime en considerar que el escándalo de las escuchas ilegales realizadas por una de las cabeceras más populares del imperio editorial de Rupert Murdoch se ha convertido en un polvorín. Para confirmarlo, no hay más que comprobar cómo las revelaciones del diario británico The Guardian –demostrando que el News of the World de Murdoch había interceptado y manipulado en 2002 el móvil de una niña de 13 años secuestrada y asesinada– han necesitado apenas 15 días para poner al conglomerado mediático de Murdoch contra las cuerdas, y dejar al descubierto sus connivencias políticas y policiales con el 10 de Downing Street (residencia del primer ministro británico) y Scotland Yard. Sin embargo, aunque ciertamente el polvorín ha estallado en el Reino Unido, su mecha ha sido encendida a muchos kilómetros de distancia. Y sus ondas explosivas se propagan ahora a toda velocidad hacia el otro lado del Atlántico, verdadero objetivo del implacable ataque masivo desplegado contra el imperio Murdoch. Washington es una caldera a presión y el hirviente vapor ha alcanzado a Murdoch en pleno rostro. El centro del Imperio en ebullición La disputa entre Obama y el partido republicano por la elevación de techo de la deuda, sin la cual EEUU se declararía en impago ante sus acreedores internacionales el próximo 3 de agosto, no sólo ha situado bruscamente la atención de todo el planeta en la insaciable necesidad de Washington de que el resto del mundo siga financiándole ilimitadamente, sino que ha puesto en la agenda una cuestión cuyo alcance va mucho más allá de una cuestión económica, por importante que ésta sea. Lo que se está dilucidando en esta disputa es la línea y la política que va a seguir en el futuro inmediato la superpotencia yanqui, cuando está a punto de comenzar la carrera para las elecciones presidenciales que deben celebrarse dentro de 16 meses. Es en este contexto de clases y lucha de clases, de una cada vez más enconada y antagónica división en el seno de la clase dominante yanqui por cómo (y hacia dónde) gestionar los próximos pasos de la superpotencia, donde hay que situar el origen de esta nueva “batalla de Inglaterra”, donde el lugar de los stukas y spitfires lo ocupan hoy las filtraciones periodísticas, las escuchas ilegales, los detectives privados o la corrupción policial. La amenaza de quiebra técnica de EEUU el próximo 3 de agosto tiene su principal fuerza de choque en la implacable y hostil oposición del sector mas duro y radical del partido republicano hacia Obama. Articulados en torno a la corriente política que se ha dado en denominar el Tea Party, los republicanos están empeñados en una apuesta tan fuerte como arriesgada para torcer el brazo a Obama y hacerle perder puntos en la carrera electoral. Si Obama accede a sus exigencias de recorte de gastos sociales, es previsible que pierda parte de su apoyo electoral. Si no lo hace, será el primer presidente en la historia que ha conducido a EEUU a la suspensión de pagos. Y es justamente en el centro de esta cada vez más agria y enconada tormenta política donde se sitúa uno de los buques insignia del imperio Murdoch: la cadena de televisión por cable Fox News, con 100 millones de espectadores en EEUU. La Fox y el Tea Party Hablando en propiedad, no puede decirse que el Tea Party sea una criatura engendrada por la Fox. Pero sí que sin la Fox, el Tea Party no habría dejado de ser un difuso movimiento de opinión, sin alcanzar jamás la fuerza que hoy posee. Desde sus inicios, cuando el movimiento apenas era un pequeño conglomerado de reuniones informales. líderes locales dispersos y reducidos mítines de protesta, la Fox empezó a desplegar una amplísima cobertura del Tea Party, como si cada uno de sus actos fueran acontecimientos de alcance nacional, promoviendo y exhibiendo a sus dirigentes locales como líderes nacionales. El fichaje como analista política, en enero de 2010, de la antigua gobernadora de Alaska y candidata a la vicepresidencia con McCain en 2008, Sarah Palin, le dio a ésta la entidad mediática y el contacto continuo con el gran público –6 millones de espectadores siguieron su programa inicial– necesarios para convertirla en el líder carismático que el movimiento necesitaba para dar un gran salto político. Salto que se confirmaría 10 meses después, cuando en las elecciones a mitad de mandato de noviembre de 2010, un 25% de los nuevos escaños del Congreso conseguidos por el partido republicano, fueron a parar a políticos afiliados al Tea Party. Con ese objetivo, la Fox de Murdoch puso en marcha, entre mayo y noviembre de 2010, un programa de tertulia política (Fredom Watch), donde reunió a los principales dirigentes republicanos de alcance nacional más cercanos a las tesis del Tea Party. Al mismo tiempo que convertía al reaccionario presentador Glenn Beck en una auténtica estrella mediática capaz de congregar en una marcha sobre Washington a decenas de miles de “descontentos” con un gobierno, el “socialista-fascista” de Obama, que según él roba a la clase media norteamericana para despilfarrar su dinero en cosas ‘innecesarias’ como la atención médica universal, las ayudas y subsidios sociales o las pensiones públicas. Y que ha llegado incluso a poner en cuestión el lugar de nacimiento de Obama, impulsando así un nuevo movimiento, el “birthers movement” que cuestiona la legitimidad del resultado de 2008 por no haber nacido Obama en territorio norteamericano, lo que según la Constitución le imposibilitaría ser presidente. Pero más allá de cuestiones que desde nuestra óptica pueden parecer anecdóticas, o incluso estrafalarias, lo cierto es que Murdoch, a través de la Fox, ha fortalecido enormemente al ala más extremista de la derecha republicana, haciendo bandera de la aplicación de un amplio programa de ajustes y recortes en el Estado del bienestar. De modo que la reducción del déficit y la deuda recaiga exclusivamente sobre el 90% de la población, y en particular sobre los sectores más débiles y desprotegidos, mientras la plutocracia norteamericana sigue concentrando riqueza. Al mismo tiempo que en política exterior fija como prioridad “defender a Estados Unidos de sus enemigos”. Formulación que se dirige de forma explícita contra China, acusando a Obama de ser ‘blando’ con Pekín, contra el que proponen desatar inmediatamente una guerra comercial bajo el fantasioso argumento de que así se detendría la deslocalización de las empresas y el aumento del paro. Añadiendo su oposición a que la capacidad de actuación mundial de EEUU sea limitada por ningún organismo internacional tipo G-20 o la ONU. La creciente radicalización de la vida política norteamericana –y que no es sino expresión de la división cada vez más aguda de su clase dominante– ha tenido en la Fox de Murdoch un vehículo privilegiado. Y cuando ha querido llevar la disputa a un punto sin retorno –la negativa a elevar el techo de la deuda y con ello la suspensión de pagos de EEUU– se ha encontrado con una respuesta a la altura del desafío planteado. El cuarto poder y el primer poder Con la aparición de los medios de comunicación de masas a finales de siglo XIX y principios del XX, se dio en acuñar el término de “cuarto poder” para reflejar el poder que estos medios habían alcanzado –y que tendió a multiplicarse con la difusión de la radio y la llegada de la televisión– en moldear el estado de a opinión pública en los países desarrollados. Sin embargo, al igual que ocurre con los otros tres poderes del Estado –legislativo, ejecutivo y judicial– también los medios de comunicación tienen un límite definido: aquel que marcan los intereses y los proyectos de la clase dominante. Como conglomerados monopolistas propiedad y al servicio de las oligarquías financieras, los medios de comunicación gozan, incluso en los países de mayor tradición democrática, de una autonomía estrictamente limitada. Su aparente diversidad encierra en realidad un único discurso, el discurso de las clases dominantes, aunque dentro de éste puedan y deban desarrollarse distintas tendencias y matices que tienden a rellenar los espacios a derecha, centro e izquierda del modelo político. Pero precisamente por esta condición de altavoces y propagandistas de los proyectos y planes de las fuerzas políticas y de clase dominantes, su protagonismo tiene un límite estricto. Dueño del mayor imperio mediático del mundo, a través de la Fox y el impulso al Tea Party, Murdoch ha creído poder saltarse esos límites en el mismo centro del Imperio. Y ha descubierto rápidamente que EEUU no es Inglaterra. Que si la decadencia de la clase política británica le ha permitido durante décadas ejercer un protagonismo desmesurado, en Washington no se puede lanzar un ataque político de esa envergadura y creerse a cubierto de represalias y contraataques. Al stablishment de Washington le ha bastado con sacar a la luz uno de los dosieres ocultos que tiene acumulados (seguramente a decenas) sobre los más que dudosos negocios de Murdoch para ponerlo a los pies de los caballos. Tea Party, viejas quejas en odres nuevos Gary Young Este grupo incoherente carece de dirigentes, de políticas, de cuartel general. Se mantiene unido gracias a Fox TV y a ingentes cantidades de dinero (…) El "Tea Party" no existe. No tiene miembros ni dirigentes ni cargos ni estructuras participativas, presupuesto o representantes. El Tea Party es como una abreviatura de un amplio y superficial sentimiento en torno a los impuestos bajos y a un Estado pequeño (…) El Tea Party no es un fenómeno nuevo. Es simplemente un nombre nuevo para un viejo fenómeno: la derecha dura norteamericana (…) Esto tiene menos de crítica que de descripción. Levantar un movimiento es una tarea dura, embarullada, que si ha de ser verdaderamente de base, produce desiguales resultados. En ese sentido no es diferente, digamos, del movimiento antibelicista, y tendría más o menos el mismo éxito de no ser por dos factores clave. El primero es que el Tea Party tiene su propia cadena de "noticias" – la Fox – dedicada a hacerlo crecer. Promueve las manifestaciones del Tea Party como si fueran acontecimientos de celebración nacional y exhibe a quienes posan como líderes como si fueran celebridades nacionales. En segundo lugar tiene dinero, mucho dinero (…) El Tea Party sigue sin tener cohesión, pero se ha transformado. No desde dentro o desde abajo, sino desde fuera y desde arriba. Su nombre refleja un estado de ánimo popular, sus acciones son reflejo de la capacidad de una élite. THE GUARDIAN. 14-11-2010 Imperios mediáticos e imperios financieros Una de las principales críticas que suele hacerse a la concentración monopolista de los medios de comunicación es que, gracias a las nuevas tecnologías, su grado de expansión les ha permitido llegar directamente al planeta entero, dotando de un poder y una influencia desmesurada a unas pocas personas. El propio Rupert Murdoch, dueño de News Corp –uno de los mayores conglomerados de medios de comunicación del mundo con presencia en cuatro continentes– se jactaba recientemente de que su sistema de televisión y red de emisoras pueden alcanzar al 75% de la población mundial. Y eso, dicen sus críticos, “es demasiado poder de influencia en la opinión pública en las manos de una sola persona”. ¿Una sola persona? El ascenso de Rupert Murdoch desde su condición de modesto editor de periódicos australianos a magnate mundial de los medios, es inseparable de su asociación financiera con tres grandes familias que representan algunos de los más importantes centros de poder económico del mundo: los Rothschild, los Bronfman y los Openheimer. Es difícil añadir nada nuevo a lo ya sabido sobre la dinastía de los Rothschild, los “banqueros esclavistas” como los denominó el Financial Times, que pese a permanecer voluntariamente en un plano discreto, como de decadencia, siguen controlando el negocio del oro mundial, son parte decisiva del sistema bancario internacional y detentan una impresionante fortuna dinástica de 5 billones de dólares, frente a la cual los 40 mil millones de dólares de fortuna personal de Bill Gates son apenas una insignificancia. Los Oppenheimer, por su parte, son herederos de un imperio más antiguo aún que el de los Rothschild. Los Oppenheimer son a los diamantes lo que los Rothschild son al oro. Edward Oppenheimer fue el organizador con Nathan Rothschild de la Guerra de los Boers (1899-1902). En el reparto de Sudáfrica, Sir Edward se quedó con los diamantes y Lord Nathan con el oro. El imperio Oppenheimer controla el 95% del comercio mayorista de diamantes en bruto del mercado mundial y se le relaciona con la financiación de las guerras civiles africanas con epicentro en las zonas diamantíferas (Sierra Leona, Costa de Marfil, Congo y Angola). Cuando la Fox habla y transmite su reaccionaria visión de la realidad no lo hace, pues, en nombre única, ni siquiera principalmente, de Murdoch, sino de los grandes poderes financieros de clanes como los Rothschild o los Openheimer, los verdaderos y desconocidos centros de poder de Wall Street y de las grandes finanzas mundiales. Sin ellos, Murdoch jamás habría salido de los desiertos australianos. FOROS 87. Enero de 2011

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