Entrevista a Jorge Lavelli

«El avaro» de Molií¨re

Hasta el 25 de mayo en el Teatro Marí­a Guerrero, del Centro Dramático Nacional, Juan Luis Galiardo representará al Harpagón de Molií¨re bajo la batuta del maestro Lavelli. Como decí­a el mismo Molií¨re, una obra para «hacer reí­r a la gente honrada», y «corregir las costumbres»

Normalmente ha tratado autores contemoráneos, aunque no ha dejado de abordar clásicos, ¿por qué Molière? Yo soy francés por adopción y estoy aquí hace más de cuarenta años. Molière es un autor que me es muy familiar. Su teatro lo he visto y lo he leído, aunque nunca lo había puesto en escena. Cuando yo dirigí un teatro fue para consagrarlo a la literatura dramática contemporánea, particularmente el siglo XX. Hay producciones de Molière muy variadas en Francia. Para comenzar las privadas, que están hechas sobre la base de un actor y que son la más grande convención que se pueda uno imaginar, pero tienen un gran éxito. Después está el Molière que se hace en los teatros oficiales, subvencionados, y allí pasa por cosas en las cuales la tradición no está, pero tampoco una idea móvil o dramática interesante. Siempre me interesaron alguna de sus obras, como “La escuela de las mujeres” o “Tartufo”. Fue un autor que me interesa por su espontaneidad y la forma de reaccionar en su época. La modernidad de él consistía en apropiarse, al mismo tiempo que otros hacían lo mismo, de la idea de cultura a disposición pública. No era lo que es hoy, no existían los derechos de autor. Molière tuvo la suerte de estar auspiciado por Luis XIV, que era un hombre de gran sensibilidad artística. Ese era el pretexto para pedirle obras a Molière, o a otros autores, a los que les imponía incluso una duración. Molière fue el gran dramaturgo de su tiempo que tenía esa facilidad cómica y una mirada aguda sobre la gente de su alrededor, la Corte, a la que veía en sus debilidades. Era alguien atento a su época. Esa es su modernidad, más allá de lo que la tradición le ha impuesto. Tampoco nunca nadie me propuso hacerlo, ni me lo propuse como ejercicio. Estaba como un deseo secreto que en cualquier momento podía aparecer. ¿No es “El avaro” de Molière, en cierta manera, a Francia como “El Quijote” a España? Yo creo que sí. Molière gozaba de protección pero también le detestaban, porque la Corte se veía reflejada. La gente se podía reír de alguien reconocido a través de su comportamiento. Tenía esa cosa cáustica y denunciaba las debilidades de esa sociedad. Y tenía la facilidad de pintar ciertos caracteres como en el caso de “El avaro”, en el que pueden encontrarse multitud de contradicciones. Yo veo a Molière con una mirada moderna, no con una deuda con su época. En cierto modo esto me da cierta libertad e independencia respecto a muchas cosas que han evolucionado respecto a Molière. En representaciones como las de la Comédie-Française, con la que yo he trabajado muchos años, siempre está esa sujeción a la historia, sin poder hacer un cuello o un moño que no corresponda a la manera exacta de la época. Ese tipo de cosas que a mi no me interesan, tienen siempre su importancia, sea para cierto público o para el teatro de conservación de repertorio. Pero para mi es un espacio de libertad, para otros tal vez lo sea de esclavitud o de sumisión de aquella época. Me interesa lo que su pensamiento nos puede decir hoy, no como un difunto que habla sino por aquello que dice que mantiene un interés. Creo que es el único punto de vista desde el que hoy uno puede mirar al teatro de Shakespeare o al teatro del Siglo de Oro español, que tenía ya esa libertad, que reivindicaban autores como Lope, que tiene que ser el teatro que nos mantiene vivos, que provoca una reflexión y nos deja una interrogación. Esa es la modernidad de Molière que me interesa, como la de otros autores del pasado. Molière reflejar una serie de relaciones sociales aristocráticas, la esencia de un grupo social a través de una familia, que también es algo muy propio de la crítica francesa… Yo creo que sí. Cuando hacía audiciones y alguien quería hacer Molière, que yo no quería para nada, lo que hacían era cosas arcaicas. Molière como una caricatura, como una farsa. No se como se ha traído Molière a España, pero yo creo que hay un malentendido con Molière que precisamente parte de Francia. Hay también en Molière obras de ocasión, o de momentos de su vida en los que se defendía o atacaba a través de una obra, pero en la forma se ha mezclado siempre cosas exteriores. En la época de Molière el teatro italiano y el francés eran vecinos, y además él miraba mucho lo que se hacía en la calle, aunque no haya muchos testimonios de aquella época. Tampoco hay que fiarse mucho de las ediciones, porque la primera fue diez años después de morir, y los manuscritos a menudo estaban un poco deformados o exagerados por el trabajo de los mismos actores que pensaban que tenían más talento que el propio autor, y agregaban chistes o gags, ese tipo de cosas que forman parte del anecdotario Molièresco pero que no es lo esencial de su arte, y que algunos han sido conservados a través del tiempo porque se ha transmitido a través de las generaciones… ha caído mucho polvo sobre ese teatro. Se me ocurre que Lope, por decir un autor que seguramente a Molière le interesaba, tenía una visión más estructurada de lo que él hacía. Él pensaba que detrás de lo cómico había algo rasgado, dramático y trágico que hacía que este equilibrio se transformara en risa y en algo inesperado. Y hay algo de esto también en Molière, que es lo que a mi me interesa también. ¿No revela también su teatro las entrañas de la nueva sociedad que se está fraguando en el siglo XVII, los valores burgueses desde los que hasta la familia tiene un precio? Yo creo que sí, claro, hay mucho de eso. Pero ese es un pensamiento extremadamente actual. El hombre político tan sensible a la traición del dinero, aunque los precios y cómo hay que pagarlo sean diferentes, depende… Hoy en día se puede comprar a un presidente o a un jefe de estado, el mundo moderno está lleno de ejemplos que hasta nos hacen sonreír. “La política es un mundo lleno de corrupción”, se dice, y ya está, no se si se llega hasta el final, porque por unas razones u otras… la justicia es larga, las cosas se pierden, la gente se olvida, los periodistas también olvidan… cinco años más tarde no se sabe si estuvo condenado o no, si lo hizo o había robado al Estado, o tenía razón… vivimos un mundo en el que el dinero es el rey, eso no lo inventó Molière, con variantes algunas importantes. De tanto en tanto hay sacudones muy grandes en el mundo, como las guerras, el terrorismo, o la crisis que estamos viviendo hace tres o cuatro años… pero ¡ah! Molière ya hablaba de esto. Efectivamente son cosas de la época que él no inventó, la gente se reía porque las conocía. Todo puede comprarse y el dinero pesa en las decisiones. A él le interesa casar a su hija porque la persona que viene a tomarla la coge sin dote y eso es bueno para la economía. Hoy la dote se ha transformado, aunque haya sociedades que mantienen esa situación social para la mujer, había que sacársela de encima pero ayudando al marido para el futuro. Ese tipo de prácticas no creo que hayan evolucionado pese a que la mujer tenga su independencia. Hay otros temas propios de esta comedia. Todo pasa por el dinero a través de Harpagón, pero también están las aspiraciones de los jóvenes que quieren salir de esa prisión, y eso está dicho desde el principio. Son cosas atractivas porque están expuestas con cierta ligereza, no como un principio, como en el teatro alemán de la post-guerra, donde las cosas están subrayadas cuatro veces para que no se pierdan, para que no se escapen, pero están implícitas en el teatro de Molière. ¿Como actúa lo cómico a la hora de enfrentarse a la verdad más dramática? Hay una cierta técnica cómica en el teatro de Molière. Por ejemplo, el aspecto repetitivo que hace pensar al cine mudo, que hace pensar a Chaplin. Cosas muy simples que dichas una vez hacen sonreír, pero que a la cuarta ya te estás riendo. La incomprensión y el malentendido, por ejemplo, que en Molière es un tema muy fuerte: uno puede estar hablando de un drama, de que lo robaron, y el personaje que le está dando la réplica tiene remordimientos porque le ha ocultado al padre que está enamorado de la hija y que además se ha disfrazado para introducirse en la casa y casarse por todos los medios con su hija. Ese malentendido es una de las escenas más divertidas, porque el espectador conoce de lo que están hablando y él lo lleva hasta las últimas consecuencias. Es una técnica muy molieresca. Y particularmente en “El avaro” en varias escenas formidables. El hijo cree que el padre le está hablando de la chica con la que quiere casarse y él le habla de una persona que es la que él va a adoptar como esposa esa misma noche. Algo típicamente de Molière, un mecanismo de comicidad. Lógicamente alguien que vive obsesionado con el dinero y que esto le lleva a ir a mirar donde lo esconde, a ver si a alguien se le ocurrió ir a buscarlo… cuando constata que le han robado su situación es otra, se derrumba y no sabe por dónde comenzar. No le queda ya más que la amenaza, el insulto y la desconfianza. Es una persona perdida y humillada, que vive su debilidad y que le da también cierto prestigio al personaje, lo enaltece, no es una caricatura de personaje. Usted dijo que "el teatro es el último refugio cultural que nos queda, donde podemos crear nuestro propio discurso sin tener que preguntar a nadie si se puede"… El teatro es el último discurso caluroso porque reúne en un mismo espacio y en un mismo tiempo dos situaciones totalmente diferentes. Es un acto puramente artificial que hay que saber que lo es. El artificio se utiliza en la búsqueda de la verdad. Claro, el tiempo es inventado, ilusorio, pero el que viven los espectadores es el tiempo que está pasando hoy. Este es el privilegio del teatro, el de reunir estos dos tiempos en un mismo ámbito. Es el único gesto colectivo entre los que expresan algo y los que lo reciben, y solo el teatro puede hacerlo. El lector siempre es solitario. Esa es la excepcionalidad que se comparte con otros en el teatro y que puede provocar verdaderas revoluciones éticas, filosóficas, dramatúrgicas… hablar del destino del hombre, de la vida, de la muerte… tiene esa manera de compartir dos tiempos y vivirlo ensamble, uno artificial y otro real, pero reunidos en un mismo ámbito. Pero cuando habla de la búsqueda de la verdad… ¿la de su tiempo, aquello universal que permanece ligado al tiempo que se vive, no lo abstracto desligado de la realidad? El teatro es el mundo del artificio pero no puede sostenerse más que a través de la verdad, por eso es tan difícil el teatro. La búsqueda de la verdad es entrañable, y por eso es inadmisible ser superficial. Es una prueba en la que hay que volver a presentar la misma historia, la misma energía, la misma concentración, la memoria de lo hecho que ponga en funcionamiento la sensibilidad del que lo está viendo. Es la actividad más difícil que yo conozco, por eso tan rara, tan apasionante y tan llena de peligro. Mientras haya alguien que hace un gesto, éste tiene que tener un sentido, y si lo tiene y quien lo ve puede captarlo y darle su propia interpretación… esa felicidad, ese acto excepcional es el privilegio de este arte. Aunque estemos en terrenos puramente artificiales. Pero en el teatro, al mismo tiempo, tiene que haber un discurso concreto, y no porque tenga que ser naturalista. El teatro es una idea de la vida, no es la vida y todas esas pavadas que los autores del siglo XIX a veces decían. Es un punto de vista ante la vida, si no, no tiene ningún interés. Tal vez un artista de cine también pueda llevar esto a sus últimas consecuencias porque existe ese mundo onírico también. El teatro habla siempre de cosas concretas, lo que no le impide ser antinaturalista, si uno quiere serlo, o poético, o onírico, o tener una arquitectura dramatúrgica puramente basada en lo social y lo político, que es también un elemento significativo del teatro, esa multiplicidad de sentidos que pueden desplegarse a través del gesto y de la interpretación con la que el actor también capta, con su propia inteligencia, lo que le dice el autor, le transmite el director, y apropiarse de lo esencial y hacerlo suyo, personalizarlo, bañándolo con su propia sensibilidad, que es tal vez lo más puro, lo más interesante y lo más difícil. Cuando uno tiene eso, es un momento de felicidad.

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