Arte

El arte del despiste

A principios de noviembre el economista Donald N. Thompson publicó «El tiburón de 12 millones de dólares. La curiosa economí­a del arte contemporáneo y las subastas». Y en su presentación se argumentaba como enganche que «es un libro cuyo tí­tulo anticipa al lector que, seguramente, no se va a encontrar con las leyes clásicas del mercado». En este caso la avaricia no rompe el saco, mas bien sirve para ocultar cuál es el verdadero papel del arte y quién tiene el poder sobre él.

El mundo del arte, como todo lo demás, se tambalea al comás de la crisis, y aunque a final de año Sotheby’s y Christie’s han obtenido un pequeño repunte en sus ventas, éstas siguen siendo un 51% menores que hace un año. Aún así Thompson se maravilla de las “inexplicables” leyes que rigen el mercado del arte: el prestigio de un artista como Hirst, autor de la obra a la que hace mención el título del libro, museos como el MoMa, galerías como Gagosian o casas de subastas como Christie’s son las que dan valor al “arte de marca”. Aunque mejor llamarlo el “arte del despiste”. Los argumentos de Thompson no son nuevos: codicia, avaricia, vanagloria de tan suntuosas posesiones… así los principales coleccionistas, las principales galerías y casas de subastas aparecen entremezcladas con otros cientos de grandes y medianos inversionistas o, en todo caso, presentados como millonarios filántropos que especulan con el arte, como si los millones en movimiento, y la codicia que los mueve, fueran el único motor del mercado del arte mundial. Claro que los beneficios son la base fundamental de este negocio, como de cualquier otro, y más a escalas estelares como de las que estamos hablando. Pero si desde estas páginas hemos insistido el el papel del arte como “distintivo de clase” no es solo por su simbología básica como elemento decorativo en el gran salón del “señorito”, sino porque expresa el poder histórico y actual de esa clase en el mundo. Así podemos encontrar a Allan Gotlieb, entonces presidente de Sotheby’s Canadá, entre los fundadores de la Trilateral, uno de los principales aparatos de decisión de la estrategia política y militar de EEUU en el mundo. Como a 167 de los 200 mayores coleccionistas del mundo – según la revista ARTnews – entre los miembros de los principales grupos oligárquicos de Europa y EEUU (96 son norteamericanos): Ronald Lauder,miembro destacado del establishment norteamericano, subsecretario de Defensa con Reagan y diplomático clave en Europa Central. Propietario de “Central European Media Enterprise”, el principal grupo mediático en la zona y un puente de influencia e intervención en Europa Oriental y Oriente Próximo. Mitchell Rales, Steven A. Cohen, Henry R. Kravis, o León Black, propietarios de Equity Group Holdings, SAC Capital Partner, Kohlberg Kravis Roberts & Co, y la Apollo Management, parte del núcleo duro del sector financiero norteamericano, al igual que Eli Broad, fundador de otra filantrópica obra, The Broad Fundation, y uno de los principales magnates inmobiliarios de EEUU. También se encuentran otros destacados miembros de la “comunidad hispana”. El multimillonario Carlos Slim, cuya fortuna sirve de soporte a uno de los más importantes entramados de intervención e influencia norteamericana en hispanoamérica. Hace seis años Slim reunió a los principales hombres de negocios sudamericanos, asesorado por Felipe González, para fundar una especie de Trilateral del cono sur. Y luego Juan Abelló, las Koplowitz, Várez Fisa, Juan y Carlos March… Pese a lo estrambótico de los 100 millones de dólares por los que fue vendida la calavera humana de Damien Hirts, no debemos dejar que esto nos despiste. Primero porque el coste de producción de la misma obra fue de 22 millones de dólares, elaborada con un revestimiento de plata y cubierta de diamantes. Segundo porque como el propio Hirts afirma en una entrevista “se puede uno burlar del arte, pero nunca del mercado del arte”, sometido a las mismas leyes que cualquier otro. Su particularidad reside precisamente en expresar la correlación de fuerzas de los diferentes grupos de poder en el mundo. Así puede entenderse la irrupción de países como China o India reivindicando la recuperación de su patrimonio histórico en manos de las grandes potencias o de las viejas metrópolis coloniales. Igualmente, si atendemos a las subastas podemos encontrar recientemente la venta de la colección de los Lehman, que económicamente no cubre ni el 1% de sus deudas y sin embargo escenifica la pérdida de su estatus en el seno de la oligarquía norteamericana. Incluso en nuestro país: el pasado octubre Manuel March subastó 700 lotes de pinturas a través de la casa Christie’s.Desde la famosa colección de los Sutherland (familia aristocrática que participó en los procesos de expropiación forzosa a más de 3 mil familias de campesinos escoceses que están en la base del surgimiento de Inglaterra como primera potencia capitalista y, realmente, de la irrupción del capitalismo como sistema de organización económico, político y social), hasta las colecciones Cohen o Hearst que atesoran cientos de obras de arte tomadas de los nazis por EEUU en la IIGM, el arte ha cumplido y cumple el papel de “sello de clase”, expresando el puesto que se ocupa en la correlación de fuerzas entre los diferentes poderes a escala nacional e internacional. No son los millones que valen, sino lo que representa su posesión. No permitamos que los árboles no nos dejen ver el bosque. No en vano el Banco Santander atesora la mayor colección de obras de arte del país, miles de obras que abarcan más de 5 siglos de historia. No en vano lo que gasta un banco en arte es, comparable en presupuesto, a lo que se gasta en clips y de nada le serviría venderlo en época de crisis (que se lo pregunten a Lehman). No en vano el 41% del mercado internacional lo mueve EEUU y entre los principales “agentes” y colecciones se encuentran JP Morgan, el Chase Manhattan, o el Deutsche Bank en Europa.

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