SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El 25-N y el principio de realidad

CON un excelente nivel de participación, las elecciones al Parlament de Catalunya nos acaban de brindar un retrato del país. Un retrato complejo: la mayor parte de la sociedad catalana apoya cambios en el marco de relaciones con el Estado español en un grado u otro y a la vez ha sido renuente a depositar en un único partido la fuerza necesaria para liderar, plantear y negociar esos cambios. Y sin liderazgo claro, no hay cambio. Hay efervescencia, pero no hay cambio. Esa es la gran paradoja de unas elecciones que colocan a Catalunya ante una fase de difícil gobernación.La propuesta de mayor soberanía ha calado como corriente de opinión -como principal corriente, no como única corriente- y a la vez los electores han acabado castigando al grupo político que debía liderarla. La corriente se ha dividido en dos brazos: Convergència i Unió (CiU) ha perdido doce escaños y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) ha ganado once. El president Artur Mas ha recibido un severo castigo ante la opinión pública española e internacional y una inequívoca sensación de fracaso se ha apoderado de mucha gente, exceptuando las militancias enfervorizadas. Sin negar que el primer y el segundo partido comparten en estos momentos el ideal soberanista, se impone una reflexión sobre el verdadero alcance sociológico del derecho a decidir. El voto soberanista no ha aumentado sensiblemente con respecto a los anteriores comicios, celebrados en el 2010. Se ha reorganizado, se ha distribuido de distinta manera, pero en número de diputados incluso ha retrocedido en dos escaños. Ha ganado intensidad y ha multiplicado su visibilidad pública, pero no ha alcanzado una mayor profundidad sociológica en unas elecciones con mayor participación. No estamos ante un plebiscito. Por consiguiente, se impone prudencia en los análisis y una reflexión autocrítica.Catalunya es así. Compleja y contradictoria. No estamos ante una extravagancia. Seguramente muchos electores no han querido dar su voto a CiU como consecuencia de los recortes que el Govern de la Generalitat ha tenido que llevar a cabo en estos dos últimos años en diversos servicios públicos, apremiado por el déficit pavoroso heredado y forzado por la hecatombe financiera del Estado de las autonomías. Otros han optado por el partido (ERC) que se ofrecía como válvula de seguridad de la voluntad soberanista. Otros electores seguramente han recelado del súbito giro de una formación tradicionalmente gradualista como es Convergència, con la que compartían la propuesta de pacto fiscal, precipitadamente archivada. Hay más factores. La campaña de CiU no ha sido de gran calidad propagandística y es posible que el juego sucio de los últimos días haya tenido alguna influencia en el voto, aunque sólo desde el turbio asunto del borrador policial -en fase de clarificación por la justicia- se puede considerar como un factor relevante en el desenlace de los comicios.Para entenderlo todo mejor, hay que regresar a la manifestación del Onze de Setembre. Aquel acto masivo en Barcelona transportaba diversos malestares, difíciles de sintetizar en un único mensaje político. Lo dijimos entonces y lo repetimos ahora. En este sentido, Catalunya no es una excepción entre las sociedades europeas de fuerte componente urbano, en las que la crisis fragmenta y divide el voto y genera corrientes de opinión que emergen y pierden fuerza de manera muy rápida.El catalanismo no ha sido derrotado en estas elecciones, pero tampoco estamos ante una simple redistribución de escaños. El orden de los factores sí que altera el producto. Y el producto resultante no será fácil de gestionar. Con todo, lo urgente en estos momentos es la formación del nuevo Govern y la obtención de una mayoría parlamentaria estable. No será fácil. Ayer por la tarde, Artur Mas y Josep Antoni Duran Lleida invitaron a ERC y al PSC al diálogo, con referencias explícitas a los costes de la acción de gobierno en las actuales circunstancias. Veremos cuál es su respuesta. La sociedad catalana no ha votado precisamente por la ingobernabilidad. Un colapso de la Generalitat en estos próximos meses sería todo lo contrario de lo que ha querido expresar en las urnas la ilusión de la gente. La crisis no espera y la responsabilidad obliga.

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