¿Dónde está el Maquiavelo del presidente Obama?

«Los dos maestros modernos de la diplomacia estadounidense maquiavélica, Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, practicaron su arte en momentos comparables a éste- con el paí­s sufriendo reveses en la guerra y la pérdida de confianza en su liderazgo polí­tico. Así­ que es un ejercicio de pensamiento interesante imaginar cómo un asesor de seguridad nacional con el reservado estilo de canales secretos de un Kissinger o de un Brzezinski jugarí­an la mano diplomática de Estados Unidos hoy.»

Por último, existe el sublime desafío estratégico de Afganistán. La llegada del general David Petraeus es un "factor X" útil allí. Él generará dudas entre los talibanes sobre el asunto, de otra manera tambaleante, de que los Estados Unidos y sus aliados ueden revertir el impulso del enemigo en el campo de batalla. Pero la verdadera prueba estará en establecer canales secretos de contacto con adversarios irreconciliables – algo en lo que fue diestro Petraeus en Irak. La administración Obama tiene que decidir qué tipo de resultados desea y luego usar todos los elementos del poder –abiertos y encubiertos, militares y diplomáticos– para lograrlo. (THE WASHINGTON POST) DIARIO DEL PUEBLO.- Durante años ha ido in crescendo un insistente clamor en EEUU y la Unión Europea (UE) para que las grandes economías emergentes, como la India y China, se conviertan en “actores responsables del sistema internacional”. Lo que no se dice, sin embargo, es que tales voces llaman a Delhi y Beijing a ser responsables ante Washington y Bruselas, a la espera de que los líderes de ambos gigantes asiáticos adopten (o convengan en adoptar) políticas que dañan los intereses de sus propios ciudadanos, a la vez que promueven los intereses de algunos en EEUU y la EU, como en el caso de las grandes instituciones financieras que casi han destruido la economía mundial con su avaricia; o las compañías petroleras y cupríferas, que apoyan la labor de los especuladores para distorsionar los precios de las materias primas, en un modo tal que perjudica los intereses económicos de las 2.500 millones de personas que viven en la India y China en conjunto. EEUU. The Washington Post ¿Dónde está el Maquiavelo del presidente Obama? David Ignatius Los dos maestros modernos de la diplomacia estadounidense maquiavélica, Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, practicaron su arte en momentos comparables a éste – con el país sufriendo reveses en la guerra y la pérdida de confianza en su liderazgo político. Así que es un ejercicio de pensamiento interesante imaginar cómo un asesor de seguridad nacional con el reservado estilo de canales secretos de un Kissinger o de un Brzezinski jugarían la mano diplomática de Estados Unidos hoy. Ojo, no estoy sugiriendo que recomendaría realmente las políticas de ellos dos hoy, sino lo que, en cambio, un enfoque diplomático más creativo podría producir en un momento de dificultad. Cuando digo "creativo", lo que significa en parte es tortuoso. Ambos Kissinger y Brzezinski no siempre decían públicamente lo que hacían en privado. Después de la guerra de 1973 entre árabes e israelíes, Kissinger abrió un canal secreto de inteligencia con la Organización de Liberación de Palestina, en el momento mismo en que era la marca de un grupo terrorista y se negaba su reconocimiento abierto. Similares conversaciones secretas rodearon el proceso de paz árabe-israelí. No todas las maquinaciones de Kissinger tuvieron éxito: aceptó una intervención de Siria en la guerra civil libanesa en 1976 para ayudar a los cristianos en contra de la OLP que sin duda sigue causando problemas. Pero él creó espacio y opciones para unos Estados Unidos que habían sido debilitados de otra manera por la guerra de Vietnam. Brzezinski también era hábil para ocultar su mano y añadir peso a una presidencia de Jimmy Carter a la deriva. Cuando una envalentonada Unión Soviética entró en Afganistán, Brzezinski diseñó una alianza secreta de inteligencia con China y Pakistán, para contener a los soviéticos. Aquí, también, estamos viviendo todavía con algunas de las consecuencias negativas. Pero hay que decir que la Unión Soviética ya no existe. Veamos cómo un enfoque así podría aplicarse hoy a cuatro tipos de problemas: Irak, el desastre árabe-israelí, la disputa entre India y Pakistán y el final en Afganistán. Una vez más, quiero subrayar que estas tácticas son al estilo de la de estos estrategas venerable, pero no necesariamente son por las que ellos abogan ahora. Irak es un lugar donde los Estados Unidos, después de haber combatido en una guerra sucia, se debe orientar a obtener resultados políticos con el mínimo uso de la fuerza. Es un lugar donde usted tiene la esperanza de que la CIA ha estado ocupada en hacer amigos y contactos, y donde un fuerte embajador de EEUU será esencial. Es bueno que el vicepresidente Biden estuviera allí el pasado fin de semana del cuatro de julio, instando a la formación de un nuevo gobierno. Se reunió con todos los partidos apropiados, y ahora, él y el nuevo embajador, Jim Jeffrey, tendrán que tirar de esas difíciles cuerdas. El problema palestino es uno en el que espero que Estados Unidos esté participando en algunos contactos diplomáticos secretos – con Israel, Siria, Líbano, Jordania, Egipto, la Autoridad Palestina e incluso, sí, Hamas. Cuando el camino abierto parece bloqueado, es el tiempo de experimentar por nuevos senderos. La historia nos dice que cuando Estados Unidos entra en contacto secreto con grupos que lo rechazan, se dividen, eso es lo que ocurrió con la OLP en 1974. El punto muerto entre India y Pakistán ha estado en la caja de "demasiado duro" durante años. Pero como con las negociaciones en la década de 1990 entre Gran Bretaña y el Ejército Republicano Irlandés en Irlanda del Norte, América puede fomentar sutilmente un mayor contacto entre las dos partes – facilitando el intercambio de inteligencia contra el terrorismo y la información militar que será esencial en la construcción de confianza. El primer ministro indio, Manmohan Singh quiere un acuerdo; los Estados Unidos debe animar a que exista una reciprocidad por parte de Pakistán que haga a los dos países más seguros. Por último, existe el sublime desafío estratégico de Afganistán. La llegada del general David Petraeus es un "factor X" útil allí. Él generará dudas entre los talibanes sobre el asunto, de otra manera tambaleante, de que los Estados Unidos y sus aliados pueden revertir el impulso del enemigo en el campo de batalla. Pero la verdadera prueba estará en establecer canales secretos de contacto con adversarios irreconciliables – algo en lo que fue diestro Petraeus en Irak. La administración Obama tiene que decidir qué tipo de resultados desea y luego usar todos los elementos del poder –abiertos y encubiertos, militares y diplomáticos– para lograrlo. Los contactos secretos con elementos de los talibanes serán especialmente útiles si se puede aumentar gradualmente la confianza sobre lo que cada parte puede ofrecer. Tal vez todos estos sacacorchos diplomáticos ya están en marcha. Está en la naturaleza de la diplomacia secreta de éxito que usted no sepa nada sobre ella hasta que termina – y tal vez ni siquiera entonces. Pero si alguna vez hubo un momento en que unos Estados Unidos fatigados de batallas necesitan un estratega astuto para explorar opciones, es este. Quién podría desempeñar este papel entre los personajes de carácter de la actual administración no resulta evidente, y eso es un problema que el presidente Obama debería abordar. THE WASHINGTON POST. 8-7-2010 China. Diario del Pueblo El G-8 debe dar paso a un nuevo sistema M. D. Nalapat Durante años ha ido in crescendo un insistente clamor en EEUU y la Unión Europea (UE) para que las grandes economías emergentes, como la India y China, se conviertan en “actores responsables del sistema internacional”. Lo que no se dice, sin embargo, es que tales voces llaman a Delhi y Beijing a ser responsables ante Washington y Bruselas, a la espera de que los líderes de ambos gigantes asiáticos adopten (o convengan en adoptar) políticas que dañan los intereses de sus propios ciudadanos, a la vez que promueven los intereses de algunos en EEUU y la EU, como en el caso de las grandes instituciones financieras que casi han destruido la economía mundial con su avaricia; o las compañías petroleras y cupríferas, que apoyan la labor de los especuladores para distorsionar los precios de las materias primas, en un modo tal que perjudica los intereses económicos de las 2.500 millones de personas que viven en la India y China en conjunto. Pongamos el ejemplo de la UE. Esta enorme asociación intenta cerrar las puertas a la competencia que le plantean las grandes economías emergentes, imponiendo numerosas barerras arancelarias y no arancelarias a la entrada de sus productos. Al mismo tiempo, intentan maximizar la venta de coches de lujo y de otros artículos caros a los mercados asiáticos. Claramente, para los mandarines de la UE, el “libre comercio” significa la libertad para que la UE venda mercancías a Asia, pero ninguna libertad para que las entidades asiáticas obtengan privilegios recíprocos en los mercados europeos. Lo mismo ocurre con los seres humanos. Europa y Asia deben seguir las mismas políticas, de modo que ambas disfruten de acceso mutuo al mercado, y dar la bienvenida a la migración, en lugar de adherirse al tráfico unidireccional que es la norma actualmente. Cuando el G8 fue ampliado como G20, se esperaba que el nuevo foro reajustara el desequilibrio existente en las consultas globales sobre temas financieros, asegurándose de que las voces de China, de la India y de Brasil se escucharan antes de establecer políticas. Es decir, al igual que el G7 se convirtió en el G8, el G8 debía convertirse en el G20. Pero lo que ha sucedido en la realidad es que el G8 ha continuado, y ha impuesto un formato mediante el cual sus ocho miembro se reúnen antes de las cumbres del G20 para acordar una posición común, la cual, más tarde, piden que sea aceptada por los otros 12 países. El formato G8:G20 ha devenido un modo de influenciar a las grandes naciones emergentes para que éstas acepten de nuevo el liderazgo político de EEUU y la UE, en lugar de fungir como plataforma para reconciliar las necesidades de los países desarrollados y las naciones emergentes. Si el G8 continúa, entonces el G12 deberá reunirse con antelación a los encuentros, de la misma manera que hace el G8, como forma de concertar posiciones respecto a problemas globales. Tanto las economías desarrolladas como las grandes naciones emergentes se necesitan mutuamente para conseguir ventajas y prosperidad comunes. Las dos deben trabajar en armonía y conciliación. Sin embargo, la situación actual es que el G8 todavía intenta imponer sus opiniones ante el resto del mundo Es preciso que estos países entiendan que el mundo ha cambiado desde la crisis financiera de 2008. Hasta ese momento, los países desarrollados podían fingir que actuaban de manera responsable y marchaban por el camino que aseguraba un crecimiento constante, por lo menos para sí mismos. Podían fingir asimismo que tenían estándares morales más altos que las naciones emergentes. Las agencias encuestadoras alimentaron esa ilusión, otorgando grados de excelencia a la deuda soberana de los países que, ahora sabemos, estaban arruinados en ese entonces (y lo siguen estando), mientras dejaba las más bajas calificaciones para los países asiáticos que tienen un expediente fiscal mucho más sano. Los guardianes anti-corrupción consideraban a los países de Norteamérica y Europa como seguidores de principios y honestos, mientras dejaban el calificativo de corruptos para varios países asiáticos. El desplome de 2008 demostró que el grado de corrupción y avaricia en EEUU, Reino Unido y otros países “honestos” superaba comparativamente a los manejos indebidos de Asia. ¿A cuántos funcionarios de las instituciones financieras que en su conjunto estafaron más de 6 billones de dólares a los inversionistas se ha arrestado? Apenas a un puñado, mientras que la mayoría han obtenido primas enormes como resultado de sus lesivas actividades, sin que nadie les haya impedido quedárselas. Muchos todavía siguen en sus empleos, y más de uno continúa en altas posiciones del gobierno. En cambio, varios han pagado un precio mucho más alto por corrupción en China, como también ha sucedido en la India. Después de que el mundo desarrollado dejara expuestas sus vergüenzas a la vista de todos por obra de la crisis financiera, éste ha perdido la moral para dictar sus términos a Asia. A estas alturas se precisa recordar que durante la crisis financiera asiática de 1997, países tales como Indonesia y Tailandia, que aplicaron a pie juntillas los consejos que les ofrecieron Nueva York y Francfort, se sumergieron el colapso económico, mientras que los países que no escucharon tal prédica escaparon ilesos. El mundo desarrollado debe ya aceptar que se ha terminado el época en que dictaba sus términos a los grandes países emergentes. Deben entender que la ganancia compartida implica que ambas partes comparten las verdes y las maduras. En consecuencia, se impone el desmembramiento del G8, de modo que tanto los países desarrollados como los emergentes actúen de consuno para resolver los problemas que hoy encara la Humanidad. Sin embargo, si el G8 sigue activo, entonces necesitaremos un G12. DIARIO DEL PUEBLO. 8-7-2010

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