Tras meses de idilio personal, ideológico y político, a Donald Trump y a Elon Musk se les rompió el amor de tanto usarlo.
El presidente norteamericano y el -según la lista Forbes- hombre más rico del mundo, dueño de Tesla, de Space X y de la red social X, no sólo han agotado su colaboración política -en la que Elon Musk ha ejecutado recortes de más de 100.000 millones de dólare mediante la cancelación de contratos y la reducción de personal en distintos tramos, departamentos y programas de la administración norteamericana- o sus mutuos halagos, sino que han acabado enfrentándose en mutuas amenazas y acusaciones.
Elon Musk ha llegado a airear los escándalos sexuales de Trump, implicándole en las turbias redes de pederastia de Jeffrey Epstein -algo no difícil de imaginar, dada la estrecha relación del neoyorquino con el tiburón de Wall Street-; y Trump ha amenazado con romper todos los jugosos contratos públicos -para la NASA y programas militares- de su gobierno con las empresas del sudafricano, algo que ha provocado un desplome del 15% de las acciones de Tesla.
Como de costumbre, nos presentan este conflicto como un duelo de egos entre dos individuos narcisistas. No pueden haber dos gallos en el corral, dicen. Desechemos esa miope mirada para trazar algunos contornos algo más materialistas
El origen de este divorcio parece girar en torno a las desavenencias de Musk con la pomposamente llamada ‘Big, One, Beautiful Bill’ -traducido como la “Gran, Maravillosa y Única Ley”- que impulsa Trump, un proyecto presupuestario de más de 1.000 páginas que el responsable de DOGE ha tildado de “abominación repugnante”, debido al brutal aumento del déficit (hasta los 2,5 que para la superpotencia supone reducir la recaudación y aumentar el gasto en defensa y fronteras.
Más allá de las cuestiones personales entre los individuos Trump y Musk, aquí tenemos una cuestión muy material en torno a la cual hace muchos años que se libra una aguda lucha de clases.
Porque EEUU es la única superpotencia -y su poder político y militar no tiene comparación con el de ningún otro país- pero están en su ocaso imperial. Su hegemonía, erosionada por la lucha de los países y pueblos del mundo, está en una cada vez más acelerada decadencia.
Y uno de los factores que más hondamente retrata ese ocaso es… la pesada losa que para la superpotencia supone la gigantesca deuda que pesa sobre su economía.

EEUU es el mayor deudor del mundo. Hasta hace poco la situación era la inversa: las mayores potencias imperialistas eran los grandes acreedores. Desde 2001 hasta hoy el PIB norteamericano se ha más que duplicado, pero su deuda se ha multiplicado casi por seis.
EEUU ha crecido a costa de endeudarse. Por cada dólar que ha aumentado el PIB de EEUU desde 2001, la deuda de la superpotencia ha aumentado dos.
¿Por qué sucede esto? Por una combinación de dos factores.
En primer lugar, EEUU pierde peso, porque lo gana el Tercer Mundo. Desde 1999 la participación de la superpotencia en el PIB mundial ha caído 7 puntos, mientras el de China es 14 puntos más, y el del conjunto del Tercer Mundo 23 puntos mayor.
En segundo lugar, a la superpotencia le cuesta más mantener su hegemonía, principalmente a causa de un gasto militar disparado, que se ha triplicado desde 1999.
En torno a este segundo aspecto, la administración Trump ha aplicado un extenso y hondo programa de recortes -de ahí el hachazo de DOGE- en múltiples programas. Pero al mismo tiempo, y no puede evitarlo, necesita fortalecer y acrecentar el costosísimo aparato de dominio militar del que depende en última instancia su hegemonía. Ya antes de su toma de posesión, Trump planteó un gasto militar para 2025 de 849.800 millones de dólares, con 310.700 millones destinados a armamento.
Los distintos sectores de la clase dominante norteamericana, y sus representantes políticos debaten -a menudo acaloradamente- sobre qué hacer para resolver el agudo problema de la deuda, pero sobre todo qué hacer para frenar o domar el ocaso imperial que agobia a la superpotencia.
Esta es la fuente última de todos los «reality shows» de la Casa Blanca.