José Montilla, presidente de la Generalitat de Cataluña, ha defendido que la manifestación convocada en contra de la sentencia del Tribunal Constitucional, que declara nulos algunos de los artículos del estatut, esté encabezada por la senyera. Tratándose de Montilla, habría que advertir que detrás de la senyera se esconden los intereses de la Caixa, nódulo financiero en torno al cual se ha articulado la burguesía catalana.
Por fin el Tribunal Constitucional se ha ronunciado, retocando algunos de los ejes del nuevo estatut catalán. El máximo órgano judicial ha dictaminado que “carecen de eficacia jurídica interpretativa las referencias del Preámbulo del Estatuto a Cataluña como nación y a la realidad nacional de Cataluña”. Ha revocado la posibilidad de entablar unas relaciones bilaterales, donde una comunidad autónoma -Cataluña- negocie de forma independiente con el gobierno central. Y ha denegado la posibilidad de crear un Consejo Judicial catalán que se erija como máxima instancia jurídica. El grueso del estatut permanece intacto, pero estos retoques colocan límites a las desmesuradas ambiciones de la burguesía catalana. Y la rebelión está encabezada por José Montilla, el primer presidente catalán de origen “charnego” -como se denomina despectivamente a los trabajadores llegados del resto de España-, que lejos de alejarse de los cauces nacionalistas se ha convertido en uno de los más fieles escuderos de la burguesía catalana. Montilla, nacido en Iznájar (Córdoba), y llegado a Cataluña con 16 años en busca del trabajo que se negaba en su Andalucía natal, representa a una generación de cuadros socialistas –la llamada “generación de los capitanes”– que han alcanzando el control orgánico del PSOE o las alcaldías de los importantes centros de población del cinturón metropolitano. Frente al dominio exclusivo de nombre ligados a históricas familias de la burguesía catalana (los Maragall, Serra…), llegaba a la dirección del PSC una generación, encabezada por Montilla, procedente de la inmigración. Pero el desarrollo del nuevo estatuto –que incrementa notablemente el poder y los recursos de esas castas locales- ha sido un punto de confluencia de los centros de poder políticos y económicos, desde el presidente de La Caixa… hasta José Montilla. Los “capitanes charnegos” del PSC coparon diputaciones y consejerías, imbricándse desde esa posición privilegiada en el elefantiásico entramado político en el corazón de esas castas burocráticas locales, ligadas por múltiples vínculos a los nódulos históricos de la burguesía catalana. Y Montilla representa como nadie esa comunión de intereses. A los 25 años ya ocupaba el puesto de teniente de alcalde de Hacienda en la localidad de Sant Joan Despí. Posteriormente, ocuparía durante 20 años el cargo de alcalde de Cornellà de Llobregat. Encaramándose a la presidencia de la Diputación de Barcelona. Y aquí aparece, por primera pero no última vez, la Caixa en la trayectoria política de Montilla. La super caja catalana, dado su carácter semipúblico, es uno de los centros principales donde confluyen y se anudan los intereses de los nódulos tradicionales de la burguesía catalana y las altas esferas de las castas políticas. Montilla participó en la Asamblea General de la Caixa en su condición de alcalde de Cornellá de Llobregat, uno de los municipios que tienen derecho de forma rotatoria a participar en los nombramientos de representantes. Durante el periodo que Montilla ostentó el cargo de consejero general de la Caixa, la entidad financiera “perdonó” la mitad de la deuda de 14 millones que arrastraba el PSC. La primera caja catalana permitió que prescibieran 6,5 millones, al dejar pasar cinco años desde que venció la deuda -1994- sin reclamar en ningún momento el pago de intereses. El matrimonio estaba sellado a la manera que la burguesía cierra sus alianzas, con dinero por medio. A partir de este momento, las relaciones entre Montilla y La Caixa serán extraordinariamente fructíferas. Cuando Zapatero ganó las elecciones, Montilla cogió el puente aéreo a Madrid, para cubrir la cuota que correspondía al PSC en el gobierno central. Casi nadie entendió porque el ya entonces secretario de organización de los socialistas catalanes, le correspondió la cartera de Industria, Turismo y Comercio. Pero el tiempo dio sobradas razones para este nombramiento. Sorprendentemente, Gas Natural, participada por La Caixa, lanzaba una OPA hostil para hacerse con el control de Endesa. Una jugada con la que la burguesía catalana pretendía culminar el sueño de conformar uno de los primeros grupos energéticos nacionales y europeos. ¿Quién debía otorgar la autorización legal a esta operación? El ministerio de Industria encabezado por Montilla, y una Comisión Nacional de la Energía presidida por… una ex diputada del PSC. Previamente, la Caixa había dado un golpe de mano en Repsol, haciendo valer su condición de máximo accionista para encumbrar a la presidencia de la petrolera a Antoni Brufau, cabeza del holding industrial de la caja catalana. En cada una de estas operaciones, la Caixa contó con el amparo político del ministerio de Industria, que Montilla cedió a Joan Clos, ex alcalde de Barcelona y también peso pesado del PSC. Ya sabemos el resultado de las andanzas del tándem Montilla-La Caixa. Abrieron una batalla eléctrica que ha acabado con la entrega de buena parte del sector energético español al capital extranjero. Sorprendentemente, el presidente “charnego” ha coincidido con el periodo de mayor radicalización nacionalista en el seno del PSC. Y es que, más allá de los sentimientos nacionales, lo que actúa realmente son los intereses materiales de los diferentes círculos de poder catalanes. Y aquí es donde Montilla, como cabeza del aparato político autonómico, se hermana indisolublemente con los apellidos tradicionales de la burguesía catalana. En torno a los ingentes presupuestos autonómicos, y las cada vez más amplias competencias de las comunidades, es decir en torno a su reparto y expolio, está el principal motor del crecimiento de las burguesías regionales.