Por más que traten de justificarse tras la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU o se amparen bajo la bandera de la democracia, los ataques aéreos contra Libia por parte de EEUU, Francia e Inglaterra son un acto de agresión imperialista de consecuencias impredecibles, tanto para el pueblo libio como para el resto de pueblos del Norte de África, Oriente Medio y el Mediterráneo.
Los comunistas estamos radicalmente or la libertad y por la democracia. Y estamos aún más por una democracia popular y antiimperialista. En la que los pueblos disfruten de las más amplias libertades y dispongan de la capacidad de decidir por sí mismos, de forma democrática, soberana e independiente su propio destino, sin tiranos, dictadores ni autócratas internos, pero también sin intromisiones, injerencias ni imposiciones externas. Gadafi, al desatar el terror y la violencia contra su propio pueblo se ha ganado a pulso el rechazo y la condena mundial. Pero Washington, Londres y París, lanzando un ataque de esta intensidad y envergadura, no defienden la democracia sino que han iniciado una escalada bélica que, además de incumplir el mandato de la ONU, amenaza con provocar una autentica carnicería sobre el pueblo libio y una convulsión geopolítica de incalculables consecuencias para la región. No es cierto No es cierto que estemos, como se repite hasta la saciedad, ante una guerra avalada por la “comunidad internacional”. El Consejo de Seguridad, con la abstención de China, Rusia, Brasil, la India y Alemania (cinco países que representan a más del 40% de la humanidad) sólo ha aprobado crear una zona de exclusión aérea –objetivo que según el Pentágono había sido ya alcanzado en las primeras 24 horas– para evitar el bombardeo sobre la población civil, reforzar el embargo de armas a Libia y crear las condiciones para que pueda actuar la ayuda humanitaria. Sin embargo, apenas 48 después de iniciado el ataque, resulta ya evidente que sus objetivos iniciales han sido ampliamente desbordados. Derribar el régimen de Gadafi, y si esto no es posible, fragmentar el país y dividirlo en dos es el horizonte real que empieza a dibujarse nítidamente tras la intervención. La misma Liga Árabe, que inicialmente apoyó la creación de una zona de exclusión aérea, ha acusado la intervención de las tres grandes potencias, denunciando cómo el objetivo de la resolución de la ONU "es la protección de los civiles y no el bombardeo de más civiles". Tampoco es cierto que estemos, como dicen, ante una “guerra justa” dado que su objetivo es evitar las masacres sobre una población civil desarmada. Como han subrayado numerosos comentaristas estos días, ¿acaso no se está masacrando igualmente a una población civil indefensa en Bahrein o Yemen? ¿No lo hizo Marruecos hace sólo unos meses con la población saharaui? ¿Por qué entonces este doble rasero, estas dos varas de medir? Enarbolar la bandera de la democracia y los derechos humanos en Libia, cuando se permite a las tropas de Arabia Saudí ocupar Bahrein para reprimir las revueltas de la población chiíta o al gobierno de Yemen, aliado clave en la lucha contra Al Qaeda, masacrar a su población no deja de ser una sangrienta burla. Cambios controlados A pesar de que políticamente son París y Londres los que han dado el primer paso y tomado la iniciativa, nada de esto sería posible sin la dirección de Washington, que ha tomado el mando efectivo de las operaciones bélicas. Y no sólo por obvias razones militares. La guerra desatada en Libia es consecuencia directa del incendio desatado por Obama en la región para pilotar y dirigir la transición desde unos inestables regímenes autoritarios e hipercorruptos hacia regímenes igualmente controlados por EEUU, pero más estables. Y si en Túnez y Egipto el proyecto norteamericano pudo ejecutarse de forma rápida y “limpia” gracias al histórico control de Washington sobre los aparatos políticos y militares de esos países, las tornas cambiaron al llegar a Libia, una anomalía política en la región que ha resultado imposible resolver por estos mismos medios. En la medida que Gadafi –a diferencia de Mubarak o Ben Alí y pese a responder a un mismo patrón de despotismo, corrupción y nepotismo– no es un hombre de paja puesto por el imperialismo, su régimen, basado en un sistema tribal de fidelidades personales, familiares y de clan, ha resultado en gran medida impermeable a la penetración, influencia y control de EEUU. Lo que explica la diferencia, no sólo en el desarrollo de las revueltas, sino en el tratamiento que se le está dando. La reacción de Gadafi, mostrando tanto su brutalidad como la reducida base de fuerza política interna y apoyo de masas de la oposición y aislándola en el este del país, ponían en jaque todo el proyecto de Obama para la región. Ni el envío de armas norteamericanas a la oposición libia a través de Arabia Saudí ni la presencia sobre el terreno de la inteligencia militar egipcia tratando de organizarla militarmente consiguieron detener el contraataque de las fuerzas del régimen de Gadafi, que amenazaban ya con tomar Bengasi, el ultimo bastión de la rebelión. Su diseño de un Norte de África y un Oriente Medio –la región que concentra más de la mitad de las reservas mundiales de petróleo– con unos regímenes estables que aseguren el dominio exclusivo de EEUU por otros 50 años se estaba jugando en Bengasi. Y como reconocía la pasada semana la misma prensa norteamericana, el desarrollo de los acontecimientos en Libia estaba cambiando la correlación de fuerzas favorable a su proyecto creada tras los cambios en Túnez y Egipto y, en consecuencia, “la ventana de oportunidad para fomentar el cambio pacífico se está cerrando rápidamente”. Era necesario desatar la guerra contra Gadafi para poder seguir fomentando “el cambio pacífico”. Esta, y no otra, es la razón última de la guerra y de la urgencia de Washington por arrancar bajo presión una resolución de la ONU, que inmediatamente se han lanzado a incumplir. El pase negro de Obama Pero los objetivos de Washington no se detienen aquí. Tras forzar la resolución del Consejo de Seguridad –amenazando y presionando sin límites a Sudáfrica y Nigeria, partidarias de la abstención hasta el último momento–, EEUU ha mandado por delante a las dos grandes potencias militares europeas, París y Londres, para que sean ellas las que carguen en primera instancia con las más que previsibles reacciones políticas adversas que su agresión va a desatar en el mundo árabe y en los pueblos del mundo. Algo parecido a lo que los tahúres denominan como un “pase negro”, es decir, aparentar que no se tiene demasiado interés en la partida para que los otros arriesguen apostando fuerte, y aparecer al final con las bazas triunfadoras para llevárselo todo. Que Gran Bretaña acepte entrar en este juego entra dentro de la lógica de su “relación especial”, de perrillo faldero en cuestiones militares y de inteligencia de Washington. La ambición de Sarkozy en querer tomar a toda costa la delantera revela, por el contrario, el deseo –y la necesidad– de la burguesía monopolista francesa de no quedar “fuera de juego” de los cambios geopolíticos impulsados por Obama en una región, el Norte de África, donde posee múltiples intereses de todo tipo. El tiempo dirá si su capacidad política y militar está en consonancia con su codicia. En todo caso, la abstención de los BRIC y Alemania, unido a las fisuras que empiezan a abrirse en la Liga Árabe vaticinan que la guerra contra Libia va a convertirse en un foco de división mundial y fuente de peligrosas tensiones. Si los agresores limitan estrictamente su acción al mandato de la ONU (cosa que entrada no están haciendo), la situación corre el riesgo de enquistarse, con dos oponentes en equilibrio estratégico: Gadafi por su control sobre las estructuras claves del poder político y militar libio, la oposición gracias a la cobertura militar de las grandes potencias. Una situación cuya deriva sería una larga y cruenta guerra civil o la partición de país. Si las potencias exceden el mandato de Naciones Unidas y se lanzan abiertamente a por el derrocamiento de Gadafi, no sólo crecerá la oposición a la guerra entre los países y pueblos del mundo, sino que previsiblemente el antihegemonismo cobrará nueva fuerza y un mayor protagonismo en la oleada de revueltas que sacuden el mundo árabe. Zapatero travestido La posición de Zapatero de seguir a pies juntillas los dictados de Washington y París y embarcar a nuestro país en una guerra de agresión contra un país soberano, además de ser una traición a sus promesas de “infinitas ansias de paz” por las que fue elegido en 2004, se basa, una vez más, en una gran mentira. Tanto PSOE como PP dicen que España ha de participar en la guerra porque “tiene que cumplir con sus obligaciones internacionales y sus compromisos con los aliados”. Ninguna de las dos afirmaciones contiene un gramo de verdad. Alemania se ha abstenido de votar una resolución de la ONU a la que ve “el peligro de desatar una escalada bélica imprevisible”, sin renunciar por ello a ninguno de sus compromisos internacionales. Turquía está bloqueando la participación de la OTAN en la guerra sin faltar a sus compromisos con los aliados. Sólo el seguidismo absoluto hacia Francia y la sumisión y el vasallaje a Washington explican su indecente travestismo también este terreno. La sociedad española, dividida entre el rechazo a la guerra y la necesidad de algún tipo de intervención humanitaria de la comunidad internacional para evitar nuevas y mayores masacres, no debe llamarse a engaño. No hay el mas mínimo rastro de intervención humanitaria en la agresión de EEUU a Libia. Son sus intereses de dominio político y militar sobre una región vital para el mantenimiento de su hegemonía como superpotencia los que se esconden detrás de su supuesto humanitarismo. Al propiciar la oleada de incendios en el Norte de África y Oriente Medio, al forzar a resolución de la ONU, al incumplirla excediéndose de su mandato, Washington ha creado las condiciones para que Libia adquiera la categoría de siniestro total. Catástrofe cuyas llamaradas no tardarán, de uno u otro modo, a alcanzarnos a todos sus vecinos. ¡No es intervención humanitaria, es agresión imperialista! ¡Sí a la Democracia, No a la Guerra!