Desde hace dieciocho meses, Gaza es un campo de exterminio donde a diario las bombas de Israel masacran a decenas o centenares de civiles gazatíes. Pero mientras tanto, y con menos atención mediática, Israel también intensifica sus operaciones militares en Cisjordania, donde lleva a cabo una limpieza étnica con otro ritmo, pero con el mismo objetivo. Hasta 40.000 cisjordanos han sido expulsados de sus hogares en el norte de los territorios ocupados.
Semana a semana, el baño de sangre en el que Israel ha convertido Gaza desciende un nuevo peldaño en el averno.
Sólo el 25 de abril, 40 gazatíes fueron brutalmente asesinados por los bombardeos israelíes, incluidos una mujer embarazada, su marido y sus tres hijos. Pocos días antes, los proyectiles sionistas habían atacado una escuela de la ONU, otro centro escolar en la ciudad de Gaza, o varios hospitales.

A lo largo de estos dieciocho meses de genocidio, el Estado de Israel se ha empeñado en demostrar que no hay crimen de guerra que no esté dispuesto a cometer.
Al menos 2.062 personas han muerto en Gaza desde que Israel rompió unilateralmente el alto el fuego el 18 de marzo y reanudó su ofensiva el 18 de marzo. El 70% son mujeres y niños.
Según la nueva actualización del Ministerio de Salud de Gaza, al menos 51.439 personas han muerto asesinadas desde que Israel comenzó los bombardeos sobre la Franja, junto a más de 120.000 heridos. Pero este número -que cuenta los fallecimientos constatados- no incluye todas las muertes, no cuenta por ejemplo los fallecidos por hambre y enfermedad. Ni tampoco los cadáveres -se estiman en no menos de 11.000 adicionales- que yacen bajo los 50 millones de toneladas de escombros al que las bombas de Netanyahu han reducido a la Franja.
Estas cifras dan apenas un pequeño trazo del brutal contorno de este genocidio.
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Hambre y sed como arma de guerra

Además de las bombas, la población civil se enfrenta a otra forma de muerte no menos cruel: el hambre y la sed. Desde principios de marzo, incluso antes de romper la tregua, Israel cortó en seco el acceso de toda ayuda humanitaria a la Franja, lo cual es -de nuevo- un crimen de guerra. El resultado es que el Programa Mundial de Alimentos se ha quedado sin comida en la Franja de Gaza, algo que aboca a una situación humanitaria aún más dramática para los 2,4 millones de habitantes del territorio.
No sólo son los alimentos. Israel también trata de usar la sed como arma de guerra. Los bulldozers destruyen las cañerías de agua potable, y los misiles atacan las plantas potabilizadoras y plantas de tratamientos de aguas. Esto, además de sed y deshidratación, acrecienta la inseguridad hídrica que sufre la población civil, obligándoles «a beber agua contaminada e incrementando el riesgo de brotes de enfermedades, especialmente entre los niños», como denuncia UNICEF, que añade que «más de 15.000 niños palestinos han sido asesinados y casi dos millones están en situación de inseguridad alimentaria severa y 345.000 en una fase catastrófica, con 12.000 en malnutrición severa».
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Una limpieza étnica en marcha

Las tropas de Netanyahu ocupan y controlan ya el 70% de la Franja, obligando a dos millones de palestinos a hacinarse en el 30% restante de territorio, unas áreas que masacra sin piedad y a las que -como en un asedio medieval- ha cortado cualquier acceso al agua, alimentos, medicamentos, electricidad o combustible.
Desde que rompió el alto el fuego, Netanyahu ha ordenado a sus tropas que dupliquen la llamada “zona de contención militar”, eliminando además del mapa las áreas humanitarias, en las que -sobre el papel- podría refugiarse la población. El pretexto es crear una «zona colchón» -similar a las que las ofensivas israelíes han creado en Líbano o Siria- que «aumente la seguridad de las comunidades israelíes fronterizas».
Pero la Oficina de Derechos Humanos de la ONU y otros expertos niegan que esta sea la intención. Israel pretende ocupar de manera permanente estás áreas. “Las Fuerzas de Defensa de Israel no evacuarán las zonas que han sido limpiadas y tomadas”, dijo el mismo de Defensa de Netanyahu, Israel Katz. Es el primer paso de la limpieza étnica que -de manera descarada y sin tapujos- pretende llevar a cabo Tel Aviv.
“Lo que presenciamos aquí es el primer paso en la ejecución del plan de limpieza étnica de los palestinos de Gaza. La limpieza étnica es un crimen de lesa humanidad; el traslado forzoso de civiles también es un crimen de guerra», dice Sonia Boulos, profesora palestino-israelí en la Universidad Antonio de Nebrija experta en derecho internacional, a elDiario.es. “Todo el objetivo de confinar a los palestinos de Gaza en un pequeño territorio es obligarlos a irse. Israel y sus aliados pueden llamar a esto migración, desplazamiento voluntario o como quieran; esto no cambiará la verdad, y esa verdad es que la destrucción apocalíptica de Gaza, hasta el punto de que ya no es habitable, pretende obligar a la población civil a abandonarla. Esto tiene un nombre: limpieza étnica”, afirma Boulos.
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Cisjordania: el guetto colonial

Si la situación de Gaza es la de un sangriento campo de exterminio, la de Cisjordania es la de un guetto sometido a una brutal opresión.
Desde el 7 de octubre de 2023, Israel no sólo lanzado un genocidio contra la Franja, sino que ha lanzado una guerra colonial contra los territorios ocupados de toda Cisjordania. En estos 18 meses, mientras masacraba a decenas de miles de gazatíes, las tropas o los colonos sionistas también han asesinado a más de 900 cisjordanos, más que en toda la década anterior.
Además de romper el alto el fuego en la Franja, Israel anunció que la intensificación de sus operaciones en Cisjordania también formaba parte de sus “objetivos de guerra”. Desde entonces, hay más de 40.000 desplazados.
Con el pretexto de buscar y encontrar «terroristas» -en Cisjordania gobierna la Autoridad Nacional Palestina de Fatah, pero eso da igual- el ejército israelí lleva semanas desplegando una brutal ofensiva -llamada «Muro de Hierro»- en torno al campamento de refugiados de las poblaciones de Yenín, Tulkarem y Tubas, al norte de la Cisjordania ocupada.
No son simples incursiones armadas, sino operaciones con ataques aéreos, fuego de artillería, drones de combate y hasta tanques. Son -a menor escala- las mismas tácticas militares que despliega en Gaza. Así lo denuncia la UNRWA.
Los ataques, que se han intensificado desde enero, han asesinado a más de 100 cisjordanos, incluídos ocho niños. En febrero, en una razzia contra el campamento de refugiados de Nur Shams, cerca de Tulkarem, los soldados mataron a la joven Sondos Shalabi, de 23 años, embarazada de ocho meses. Su bebé no pudo ser salvado dado que los israelíes bloquearon el acceso del auxilio médico.
El objetivo es arrancar un nuevo trozo de la Cisjordania ocupada, destruyendo los campamentos de refugiados del norte. También una limpieza étnica, pero por etapas.