Con el total apoyo de la Casa Blanca de Trump, el gobierno ultrasionista de Netanyahu está determinado en llevar a término su criminal y genocida «solución final»: la expulsión forzosa -por las bombas, por el hambre y la sed- de los dos millones de gazatíes de la Franja, ocupando de manera permanente este territorio para convertirlo en un protectorado norteamericano, la «Riviera de Oriente Medio».
Todos los días la muerte llueve sobre Gaza. Todos los días los ataques aéreos israelíes impactan sobre un objetivo civil: sobre un hospital, sobre una escuela o un refugio de la ONU, donde tratan de resguardarse cientos de civiles. Todos los días los proyectiles made in USA caen sobre barrios residenciales, o sobre las precarias tiendas de campaña, destrozando los cuerpos de hombres, mujeres y niños.
Al menos 2.062 personas han muerto, y más de 5.200 han resultado heridas en Gaza desde que Israel rompió unilateralmente el alto el fuego el 18 de marzo y reanudó su ofensiva. Se suman al sangriento cómputo de los quince meses anteriores a la precaria tregua que se alcanzó en enero. Desde que Israel se lanzó a esta guerra genocida, más de 51.000 personas han muerto asesinadas por el ejército sionista, a los que hay que sumar más de 120.000 heridos.
Pero este número no da cuenta de toda la muerte. No incluye a los más de 10.000 cuerpos sepultados bajo el mar de escombros que es hoy Gaza. Tampoco a los que mueren de desnutrición, de deshidratación, de frio o de enfermedades como la disentería. La cifra real de asesinados se estima en 60 o 70.000 palestinos.
Y muy pronto ese número podría dispararse. Y no sólo por la violencia de las explosiones o por la crueldad de los francotiradores israelíes, que acostumbran a acribillar a los civiles cuando tratan de conseguir agua o comida.
Todos los días el hambre y la sed agobian y asaltan a una población civil sometida a un asedio medieval. Desde principios de marzo Israel ha cortado completamente el acceso de ayuda humanitaria a la Franja. El Programa Mundial de Alimentos se ha quedado sin comida en la Franja de Gaza. Tampoco hay agua potable: el ejército se ha ensañado con las plantas de tratamientos de aguas, así como con las conducciones.
La situación humanitaria, que ya es desde hace meses desesperadamente catastrófica, no deja de ser cada vez peor.
Gaza es un infierno en la Tierra. Un campo de exterminio a cielo abierto.
Esta es la obra genocida de Netanyahu y de Trump, de Israel y de la superpotencia norteamericana.
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Objetivo: limpieza étnica
Las tropas israelíes ya controlan directamente el 70% del territorio de la Franja de Gaza, obligando a los dos millones de gazatíes a concentrarse -hacinadamente- en el 30% del territorio restante, al que castigan y bombardean con saña.

Han borrado del mapa cualquier noción de «zona humanitaria». Nunca las han respetado, pero ahora ni siquiera las contemplan.
El gobierno de Netanyahu, exhibiendo el total y completo respaldo de la administración Trump, ya no se molesta en maquillar sus verdaderas intenciones. Están conquistando un territorio para anexionárselo. “Israel no evacuará las zonas que han sido limpiadas y tomadas”, ha dicho Israel Katz, ministro de Defensa.
¿Cuál es plan en Gaza?, preguntaron hace unas semanas a Netanyahu unos periodistas. «que Hamás se rinda y entregue las armas para que Israel la ocupe y aplique la iniciativa esbozada en febrero por el presidente de EEUU, Donald Trump», respondió el primer ministro.
Se refiere a la propuesta de Trump, que volvió a reiterar nuevamente hace dos semanas, de trasladar (forzadamente) a la población civil de Gaza a algún lugar del mundo, para reconstruirla como enclave turístico de lujo.
“Ese es el plan. No lo estamos ocultando”, dijo Netanyahu.
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Selección de Prensa – 972 Magazine / Local Call (Isarel)
La última visión de Israel para Gaza tiene un nombre: campo de concentración
Meron Rapoport*
Hace dos semanas, la periodista israelí de derechas Yinon Magal publicó lo siguiente en X: “Esta vez, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) pretenden evacuar a todos los residentes de la Franja de Gaza a una nueva zona humanitaria que se habilitará para estancias prolongadas, estará cerrada y cualquier persona que entre será revisada previamente para garantizar que no sea un terrorista. Las FDI no permitirán que una población rebelde se niegue a ser evacuada esta vez. Cualquiera que permanezca fuera de la zona humanitaria será implicado. Este plan cuenta con el apoyo de EEUU”.
Ese mismo día, el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, publicó una declaración en video que insinuaba algo similar. “Residentes de Gaza, esta es su última advertencia”, dijo (…). “Sigan el consejo del presidente estadounidense: devuelvan a los rehenes y expulsen a Hamás, y se les abrirán otras opciones, incluyendo la reubicación en otros países para quienes lo deseen. La alternativa es la destrucción y la devastación totales”.

Los paralelismos entre ambas declaraciones no son, evidentemente, una coincidencia (…)
Al conectar todos estos puntos, se llega a una conclusión bastante clara: Israel se prepara para desplazar por la fuerza a toda la población de Gaza —mediante una combinación de órdenes de evacuación y bombardeos intensos— a una zona cerrada y posiblemente vallada. Cualquiera que fuera sorprendido fuera de sus límites sería asesinado, y los edificios del resto del enclave probablemente serían arrasados.
Sin pelos en la lengua, esta «zona humanitaria», como tan amablemente la describió Magal, donde el ejército pretende acorralar a los dos millones de habitantes de Gaza, se puede resumir en dos palabras: campo de concentración. No es una hipérbole; es simplemente la definición más precisa para ayudarnos a comprender mejor a qué nos enfrentamos.
Para que la «salida voluntaria» tenga el éxito suficiente como para permitir la anexión y el restablecimiento de asentamientos judíos en la Franja, cabría pensar que al menos el 70 % de los residentes de Gaza tendrían que ser expulsados, es decir, más de 1,5 millones de personas. Este objetivo es totalmente irrealista dadas las circunstancias políticas actuales, tanto en Gaza como en el resto del mundo árabe (…)
En otras palabras, la idea parece ser: primero, encerrar a la población en uno o más enclaves cerrados; luego, dejar que el hambre, la desesperación y la desesperanza hagan el resto. Quienes se encuentren confinados verán que Gaza ha sido completamente destruida, que sus hogares han sido arrasados y que no tienen ni presente ni futuro en la Franja. En ese momento, según el pensamiento israelí, los propios palestinos comenzarán a impulsar la emigración, obligando a los países árabes a acogerlos (…)
Quizás el gobierno y el ejército crean que una «salida voluntaria» de la población de Gaza borrará los crímenes de Israel; que una vez que los palestinos encuentren un futuro mejor en otro lugar, las acciones del pasado serán olvidadas. La triste realidad es que, si bien un traslado forzoso de esta magnitud no es viable en la práctica, los métodos que Israel podría utilizar para implementarlo podrían conducir a crímenes aún más graves: campos de concentración, destrucción sistemática de todo el enclave y, posiblemente, incluso el exterminio total.
*Meron Rapoport es editor el Local Call, un medio israelí de izquierdas comprometido con la causa palestina.
Artículo completo en www.972mag.com/israel-gaza-concentration-camp-expulsion