Se recrudece la ofensiva contra La Habana

Defensa de Cuba y agravio de Washington

Bloqueo económico, batalla polí­tica y guerra mediática. En torno a estos tres ejes y su distinta modulación según las condiciones de cada momento, dando mayor énfasis a uno o a otro, se ha articulado la estrategia de EEUU hacia Cuba desde hace más de 50 años. En el último episodio, que vivimos estos dí­as con la muerte de Zapata y la huelga de hambre de Fariñas, la ofensiva polí­tica contra Cuba tiene su epicentro en una guerra mediática repleta de mentiras y de medias verdades. Y coincide en el tiempo, no por casualidad, con la histórica decisión adoptada en Cancún de crear un boque polí­tico regional americano sin la presencia de EEUU.

Cuba y Venezuela “están avanzando una agenda retrógrada y anti-norteamericana ara el futuro del hemisferio y están encontrando cierta resonancia en la región”. Los grupos de oposición cubanos necesitan “programas bien financiados concebidos para fortalecerlos”, hace falta “construir un consenso internacional en apoyo a estos grupos”, y EEUU debe “identificar medidas adicionales y desarrollar un plan estratégico conciso pero flexible para ayudar” a derrocar el régimen cubano. Los objetivos marcados por la Commission for Assistance to a Free Cuba (Comisión para la Ayuda a una Cuba Libre, creada en 2003 por Bush y presidida por la secretaría de Estado) no sólo siguen vigentes tras la llegada de Obama al poder, sino que los últimos acontecimientos indican que se están intensificando. Sólo en el año 2007, último año del que se tienen datos oficiales, la Casa Blanca destinó directa y públicamente 79,2 millones de dólares a “asistencia y financiación” para la disidencia cubana. Hasta siete organizaciones del propio exilio cubano (la Mesa de Reflexión Externa, en la que participan fuerzas como el Partido Demócrata-cristiano o el Partido Socialdemócrata de Cuba) denunciaron públicamente entonces a la CAFC como un organismo destinado a la “injerencia e intervención” en los asuntos internos de la isla que “viola la soberanía cubana”. Es importante retener estos datos para comprender lo que está ocurriendo estos días en Cuba. Presos de conciencia y delitos de traición Los grandes medios de comunicación internacionales han convertido en una afirmación incuestionable, en un axioma que no necesita demostración que tanto Zapata como Fariñas y el resto de presos que han desafiado al gobierno cubano son “presos de conciencia”, prisioneros políticos encarcelados por manifestar su disidencia con el régimen. Pero esta es sólo una verdad a medias. Y como todas las verdades a medias, esconde en realidad una gran mentira. Fariñas y el resto de presos son, efectivamente, opositores al régimen cubano. No están de acuerdo con él y lo manifiestan públicamente. Pero esta no es la causa por la que se encuentran encarcelados. En la isla existen muchos otros opositores al régimen cubano, que llegan a manifestar su oposición de forma incluso más radical que ellos y sin embargo no han sido juzgados y condenados por sostener criterios políticos contrarios al sistema político del país. El grupo de presos en torno a los cuales se ha organizado la actual ofensiva contra Cuba están encarcelados por un delito que es tipificado como tal en absolutamente todos los países del mundo: por sus acciones ilegales colaborando con una potencia extranjera en contra de la soberanía y la integridad de su propio país. No hace falta irse demasiado lejos de La Habana para encontrar abundantes ejemplos de ello. El propio Código Penal de los EEUU establece que “ha cometido el delito de traición cualquiera que debiéndole fidelidad a los Estados Unidos, le hace la guerra o se asocia a sus enemigos, ayudándolos, dentro o fuera de los Estados Unidos”. Cualquier ciudadano norteamericano que sea acusado de ese delito será sentenciado a muerte o encarcelado por no menos de cinco años”, debiendo pagar una multa de “no menos de 10 mil dólares” y quedando “inhabilitado para asumir cargo público alguno en los Estados Unidos”. Cuba, como cualquier otro país del mundo, posee una legislación similar para la defensa de sus intereses nacionales. En 2003, los cubanos que hoy son presentados como “prisioneros políticos”, fueron juzgados, encontrados culpables y condenados por trabajar de forma estrechamente coordinada y al servicio de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana (el organismo que hace las veces de embajada yanqui en la isla). En el juicio, cuyos datos y conclusiones fueron hechos públicos y pueden ser consultados por cualquiera, quedó irrebatiblemente demostrado que eran financiados por la embajada yanqui, la cual les proporcionaba los recursos materiales necesarios para subvertir el orden constitucional en la isla. En contra de lo quieren hacernos creer, no están condenados por defender la libertad para Cuba, sino por trabajar en contra de la independencia y la soberanía de su país en connivencia, con la financiación y bajo las órdenes de una potencia extranjera. Delito por el que igualmente habrían sido condenados en la inmensa mayoría de países del mundo. La independencia va unida a la libertad La izquierda y el pensamiento progresista de nuestro país está abiertamente dividido en la valoración y el tratamiento a Cuba. Por un lado están quienes repudian sin concesiones al régimen cubano por su carácter totalitario, por el otro quienes lo apoyan incondicionalmente y sin fisuras. Pero estos dos puntos de vista aparentemente tan antagónicos tienen sin embargo un mismo hilo conductor que los une como si fueran las dos caras de una misma moneda. En ambos casos ha desaparecido el hegemonismo como el centro nuclear, como la línea de demarcación radical en torno a la cual hay que situar la cuestión de Cuba. A lo largo de muchos años, nuestro partido mantuvo una línea absolutamente crítica con un régimen cubano alineado con la URSS y que, independientemente de su voluntad o sus intenciones, colaboró activamente con la agresiva política expansionista de una superpotencia hegemonista, contribuyendo a que algunos pueblos del mundo cayeran bajo sus garras. Entonces, toda la izquierda sin excepción defendía a Cuba como un modelo a seguir por sus avances sociales en terrenos como la educación o la sanidad, haciendo desparecer su condición de cómplice activo en la expansión de uno de los dos mayores enemigos de los pueblos del mundo. No hace falta bucear muy atrás en las hemerotecas para comprobar como muchos de los principales detractores de Cuba hoy, eran sus más acérrimos defensores ayer. Pero de la misma forma que ayer criticábamos a Cuba por su alineamiento con una superpotencia, hoy la defendemos frente a los agresivos ataques que sufre por parte de la única superpotencia que ha quedado en pie tras la Guerra Fría. Y exactamente por las mismas razones. Se puede estar más o menos de acuerdo con el sistema político del régimen cubano. Se puede considerar más o menos afortunada su política económica. Se puede valorar mejor o peor su sistema social, su sistema sanitario, su sistema educativo,… Pero por encima de todo ello hay que trazar una clara línea de demarcación sin la cual todo lo demás está confundido, extraviado, fuera de su sitio: la defensa de la independencia nacional frente a la injerencia, los chantajes, las presiones y la intervención del hegemonismo y del imperialismo. Al no colocar en el puesto de mando esta cuestión capital, desde uno y otro lado se hace un flaco favor a Cuba y al pueblo cubano. En un caso porque se levantan –conscientemente o no– las banderas que enarbola el hegemonismo para conseguir su largamente acariciado objetivo de acabar con la independencia de Cuba y convertir a la isla en un nuevo Puerto Rico. En el otro, porque al confundir torpemente lo principal de lo accesorio se reduce el campo de los aliados y amigos, echando en brazos de los argumentos del enemigo a mucha gente que sinceramente desea lo mejor para Cuba y su pueblo. Es bastante probable que un país independiente pueda equivocarse en el rumbo que sigue, en las decisiones que toma, en el camino que escoge. Pero lo que es completamente seguro es que sin independencia nacional, sin la capacidad de tomar en sus manos el propio destino, no es posible, tan siquiera pensable, hablar de libertad.

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