“¿En qué puede el gobierno gastar bastante para evitar que el sistema se hunda en el fango del estancamiento? En armas, armas y siempre más armas” (Baran y Sweezy, 1974: 170)El 11 de febrero de 2015 tuvimos la noticia de que el presidente estadounidense Barack Obama solicitó apoyo al Congreso de su país para continuar con la incursión militar de EEUU en zonas de Medio Oriente donde se encuentra el Estado Islámico, pero “evitando el uso de tropas terrestres como en Irak y Afganistán” (La Jornada, 12 febrero 2015). Tal pedido no se limita a este enfrentamiento particular contra el Estado Islámico. Se trata de estrategias para mantener una economía en crisis (en un sistema capitalista en crisis) y legitimar un “modo-de-hacer-las-cosas” que beneficia a la elite del poder estadounidense y sus aliados en el exterior.El presidente Obama ha pedido autorización al Congreso como una herramienta más de legitimación, más que de legalización de la guerra contra el Estado Islámico, pues desde el año pasado vienen llevando a cabo bombardeos en Siria. En este sentido, lo que busca Obama es unanimidad dentro del Congreso para profundizar el despliegue militar, a pesar de su discurso pacifista y las loas al “poder blando” impulsadas especialmente durante su mandato. Decimos que se trata de una herramienta más, pues esta legitimación es producida de modo fenomenal por los medios masivos hegemónicos occidentales, que luego del último atentado en Francia han dado cuenta de su capacidad para homogeneizar al punto de la ridiculez al mundo musulmán, así como de fomentar la islamofobia (ver más abajo).Mucha gente se preguntará si esta decisión se debe a los resultados de las guerras en Afganistán o Irak ¿será que Estados Unidos falló en esas incursiones y por eso el gobierno insiste en permanecer en Medio Oriente para seguir hasta “ganar la guerra”? ¿o será que salió victorioso y por eso, también, debe quedarse a salvaguardar la victoria? ¿qué significa “ganar” o “perder” la guerra? ¿los daños “colaterales” justifican la incursión militar? ¿a quiénes favorece la presencia permanente de civiles y militares estadounidenses en esas zonas? Estas preguntas son irrelevantes para una elite del poder cuyo modo de (re)producción es la guerra.Para proporcionar algunos ejemplos que nos permitan ir más allá de la coyuntura, veamos el caso de la invasión a Vietnam –que, por cierto, tal como apunta Kuznick (2013:125) se sigue denominando “guerra de Vietnam– implementada por los gobiernos de Kennedy (1961-1963), Johnson (1963-1969) y Nixon (1969-1974), con 50 años de perspectiva a nuestro favor.Si bien la presencia en Vietnam data de principio de los ‘50, la escalada estadounidense en dicho país se produce con la puesta en escena del ataque en el Golfo de Tonkin (1964) (que implicó el engaño al pueblo estadounidense para predisponerlo favorablemente a la invasión, tal como lo mostraron los Papeles del Pentágono)[1] y el despliegue de tropas en 1965, con la gestión de Lyndon B. Johnson. Se sabe que en una ocasión, Johnson preguntó en privado si el resultado en Vietnam importaba “realmente” para la seguridad estadounidense y de Occidente, si “valía la pena para Estados Unidos”. La respuesta fue un bombardeo masivo a Vietnam del Norte (operación Rolling Thunder). También se conocen las voces disidentes a dicha escalada bélica. Un asesor de Johnson, McGeorge Bundy, en 1964, le decía al presidente “Creo que no vale la pena luchar, y creo que quedaremos atrapados en esta guerra” (Logevall y Goldstein, 2014).Además, los análisis serios sobre Vietnam, afirman que en general, a pesar de las disputas que había entre las diferentes reparticiones del gobierno, se tendió a consensuar a favor de soluciones militares para resolver problemas políticos, aferrándose a operativos que hacían casi imposible distinguir entre civiles y combatientes (Martini, 2013: 60) lo que incluye especialmente a los bombardeos aéreos. Según un informe de Reuters (Dunham, 2008) el total de vietnamitas muertos entre 1955 y 1984 asciende a 3.8 millones (comparado con los 2 millones que manejaban las cifras oficiales hasta ese momento).En el marco del inicio de los 13 años de conmemoración de Vietnam (según ley 110-181, sec 598, National Defense Authorization Act de 2008)[2], se han levantado las voces de académicos y militantes estadounidenses en contra de dicha guerra, que plantean que uno de los grandes temores de esta conmemoración organizada y dirigida por los Veteranos y el Pentágono es que “se olviden de la historia completa, que el gobierno use esta historia parcial para continuar con guerras a lo largo y ancho del mundo, que se utilice como propaganda… no se puede separar este esfuerzo por justificar las terribles guerras de hace 50 años con las guerras terribles de la actualidad” (Gay Stolberg, 2014). Considerando las últimas acciones de Washington, que muestran la expansión de los bombardeos de Irak hacia Siria, vemos que los temores no son nada infundados.Por otra parte, la legitimación de la guerra sigue en pie y forma parte de la conmemoración de Vietnam (a pesar de que, siguiendo los resultados de dicha incursión –tanto en Vietnam como en EEUU– debería generarse el efecto contrario). Obama decía en su discurso a los Veteranos de Vietnam y sus familias en 2012: “Es gracias a Uds., gracias a los veteranos de Vietnam y sus luchas, que miles de veteranos post 9/11 van a la universidad hoy a cumplir sus sueños. Gracias a Uds., recibimos a cada avión y tripulación que regresa a casa. Gracias a Uds., comunidades enteras a lo largo y a lo ancho del país han recibido a las tropas de regreso de Irak (…) Uds. hicieron su trabajo. Sirvieron con honor. Nos hicieron sentir orgullosos. Volvieron a casa y ayudaron a construir el país que amamos y atesoramos (Obama, 2012). Además de pasar por alto los daños humanos, materiales y ecológicos irreparables de la guerra (para todos los implicados y particularmente en territorio vietnamita) el presidente se lamentó sobre la necesidad de la guerra: “Odiamos la guerra. Cuando peleamos, lo hacemos para protegernos porque es necesario” (Ibid.).Ante la pregunta para qué la guerra y para quiénes, si bien puede haber múltiples respuestas, aquí compartimos una pista. En 2012 y 2013 las diez empresas que mayor cantidad de armamento y servicios de seguridad vendieron a nivel mundial, están radicadas en Estados Unidos y Europa. De estas diez, entre las cinco primeras, hay cuatro estadounidenses. Las dos primeras son Lockeed Martin y Boeing, que en el año 2013 vendieron un total de armas por 35.490 millones y 30.700 millones de dólares, respectivamente (Fleurant y Perlo-Freeman: 2014: 3). Y no se trata de las empresas, sino del complejo industrial-militar que habilita y alienta esta forma de hacer política. Tal como lo definía Melman (1972: 17): “El complejo militar-industrial significa un grupo poco estructurado e informalmente definido de empresas que producen productos militares, Oficiales militares de alta jerarquía y miembros de las ramas ejecutiva y legislativa del gobierno federal, todos ellos unidos por las relaciones del mercado de la red de productos militares y con una ideología común en cuanto se refiere a mantenimiento y ampliación de las fuerzas armadas de Estados Unidos y de su papel en la política norteamericana”. Esto se corrobora con el caso del Estado Islámico, financiado en buena medida por el petróleo de Arabia Saudita (aliado estadounidense, ver RT, 21 agosto 2014), así como en el hecho de que las empresas estadounidenses están vendiendo armas a Egipto, Irak y Arabia Saudita. La pregunta “no es quién recibe el armamento de EEUU sino quién no lo ha recibido todavía” (Hartung, 2013).El discurso hegemónico tiende a remarcar que a los estadounidenses (léase: a los estadounidenses que toman las decisiones) “no solo les interesa el dinero” o las ganancias económicas. La ideología detrás es mucho más compleja, pues se respalda en la misión civilizadora, democratizadora y pacificadora de este país, desde su conformación. En plena Guerra Fría, a principios de los ‘60, el poeta y dramaturgo y ex representante de EEUU ante la UNESCO, Archibald MacLeish sentenciaba en una nota para la revista Life: “Hay quienes replicarán que la liberación de la humanidad, la libertad del hombre y del espíritu, es solo un sueño. Tienen razón. Es el sueño americano” (Life, 8 de agosto, 1960:52). Esta “misión excepcional” de los Estados Unidos en el mundo viene justificando sistemáticamente las numerosas, costosas y sangrientas incursiones bélicas hasta la actualidad. El mismo Obama, en la Estrategia Nacional de Seguridad 2015, asegura que “La cuestión no es si Estados Unidos debe liderar, sino cómo debe hacerlo” (NSS, 2015). Entonces se anula la principal pregunta: ¿por qué y para qué debería intervenir el gobierno estadounidense? En ese documento, se asegura que la misión en Medio Oriente y el Norte de África es “desmantelar las redes terroristas que amenazan a nuestra gente” (NSS, 2015: 26). En los hechos, esto se traduce en el bombardeo, la desaparición física de población civil y desarticulación del tejido social de países como Siria.Lo interesante es que esta intervención militar, abre las puertas a la intervención humanitaria, también en aras de la seguridad nacional estadounidense. Según el Presupuesto del gobierno estadounidense para el Año Fiscal 2015, se enuncia a Siria en el apartado dedicado a Avanzar en las Prioridades de Seguridad Nacional, que implica la “asistencia a países en transición y la promoción de reformas en Oriente Medio y África del Norte”, como parte del compromiso de apoyar los “procesos de transformación” iniciados desde la Primavera Árabe en dichas regiones, asignando un presupuesto de 1500 millones de dólares para enfrentar la crisis en Siria, proveyendo asistencia humanitaria, estabilización fiscal, asistencia técnica, comercio y recuperación de activos (The Budget for Fiscal Year, 2015: 29).Claro que cada vez son menos los que creen ingenuamente en este discurso altruista, tanto a nivel nacional como en el exterior. Es por ello que a través de los medios masivos hegemónicos se procura exacerbar las condiciones “necesarias” para justificar estas acciones, y nada mejor que un enemigo común difuso para incluir a mucha gente, pero lo suficientemente acotado como para que parezca real. El discurso ideológico del racismo siempre ha sido una herramienta clave, y se ha centrado en el islam, especialmente desde el 9/11. Según un informe del Center for American Progress (think-tank liberal) la islamofobia se desató más que nunca a partir del 2001 y se define como “miedo exagerado, odio y hostilidad hacia el Islam y los musulmanes, que es perpetuado por estereotipos negativos, resultando en visiones parciales, discriminación, marginalización y exclusión de los musulmanes de la vida social, política y cívica estadounidense” (Ali, Clifton, Duss, et. Al., 2011: 9).Nada casual si recordamos que la aventura en Vietnam fue reforzada con tecnologías racistas que justificaron y codificaron la subordinación de los vietnamitas, creando un espacio jurídico y cultural, en tanto seres de una categoría diferente, tal como se hacía (¿hacen?) con migrantes y los negros a nivel nacional (Le Espiritu, 2008: 1700). Edward Said, lo describe claramente: “La red de racismo, de estereotipos culturales, de imperialismo político y de ideologías deshumanizadas que se ciernen sobre el árabe o musulmán es son realmente sólidas, y todo palestino ha llegado a sentirla como un castigo que le ha reservado el destino” (Said, 2004:52)El pedido de Obama al Congreso no es una simple solicitud para profundizar la presencia militar estadounidense en Oriente Medio, se trata de un modo-de-hacer-las-cosas de la elite estadounidense y sus aliados para perpetuarse en el poder, a través de la destrucción real de otros espacios y pueblos, justificada por un discurso ideológico de “excepcionalismo americano” de larga data y que tiene como base real la promoción y perpetuación del negocio de la guerra y la muerte. Tal vez a todo esto se refieran cuando hablan del “modo de vida americano”.