Cumbre Biden-Putin en Ginebra

Conclusiones de Ginebra: con Moscú quizás; con Pekín ni hablar

Con Rusia, EEUU puede negociar. Con Moscú, aunque sea a cara de perro, Washington puede llegar a compromisos. Con China no. Con Pekín ni hablar. Quizá éste sea el principal mensaje entre líneas que podemos extraer de las conversaciones de la Villa La Grange.

Biden y Putin se hablan, pero el hielo entre las relaciones de EEUU y Rusia sigue ahí. La cumbre de Ginebra ha dejado claro que, aunque Washington sabe que los choques con Moscú van a continuar y que la hostilidad va a permanecer, puede haber entendimiento parcial y limitado -e incluso cierto nivel de cooperación- en algunos temas.

La relación entre la superpotencia y Moscú atraviesa seguramente su peor momento tras la caída de la URSS, en medio de una escalada de sanciones por parte de Washington, ciberataques e injerencias electorales por parte de Moscú, y la mutua expulsión de diplomáticos. Tampoco es ningún secreto la nula simpatía personal que se tienen Biden y Putin, ambos representantes de sus respectivas clases dominantes: uno es la quintaesencia del establishment político de Washington, y experto en relaciones internacionales; y el ruso es un ex-coronel de la KGB, un vástago de la burguesía burocrática socialfascista soviética. Hace pocos meses, el presidente norteamericano afirmó en una entrevista que Putin «era un asesino» y que «no tenía alma»; a lo que el ruso en otra entrevista respondió con una sonrisa: «el que lo dice, lo es». Ambos tenían razón.

La propuesta del encuentro partió de la Casa Blanca, aunque los portavoces presidenciales se esforzaron en decir que no esperaban mucho de ella, más allá de sentar las bases de una “predictibilidad y racionalidad” en la relación con Rusia

La lista de temas tratados en la Villa La Grange, la mansión del siglo XVIII donde se ha celebrado el encuentro, es tan larga y variada como los puntos de fricción entre EEUU y Rusia. Ciberseguridad, calentamiento global, estabilidad nuclear, el tratamiento a la oposición rusa y muchos asuntos internacionales: Ucrania, Siria, Libia, Irán, Afganistán, Bielorrusia…

De la larga conversación no salió ningún deshielo, pero sí algunos acuerdos concretos. El primero ha sido la vuelta de los respectivos embajadores a Washington y Moscú. Ambas potencias necesitan canales de comunicación fluidos. Y además se ha acordado negociar la liberación de «prisioneros de alto perfil» que ambos países mantienen uno del otro, y también futuras conversaciones sobre estrategias de seguridad conjuntas.

Otro punto de acercamiento fue acerca del control del arsenal nuclear de ambos países. Washington y Moscú tienen pendientes de renovación por cinco años más el Tratado START III de Reducción de Armas Estratégicas. También parecen haber algunos acercamientos sobre Oriente Medio. Biden ha asegurado que Putin se había mostrado abierto a «ayudar» a EEUU para que Irán o Corea del Norte no avancen en sus programas nucleares, y que también se mostró abierto a ayudar a luchar contra el «resurgimiento del terrorismo» en Afganistán.

La ciberseguridad fue uno de los temas que más espacio ocupó en la cumbre, y donde se alcanzó un principio de acuerdo, aunque no sin tensiones. EEUU ha acusado al Kremlin de llevar a cabo un agresivo espionaje cibernético y de encubrir y dar refugio a cibercriminales del «ramsomware» que tras atacar importantes infraestructuras estadounidenses -como la mayor red de oleoductos del país- han reclamado rescates luego. Una acusación naturalmente negada por Rusia.

El presidente norteamericano le entregó a Putin un listado de 16 sectores de infraestructura esencial en EEUU que deberían quedar «fuera del alcance» de los ataques cibernéticos. Tras un tira y afloja, ambos líderes acordaron formar un grupo de trabajo para «desarrollar un entendimiento específico sobre los ataques cibernéticos y abordar la problemática según cada caso».

A pesar de estos acuerdos, la relación entre ambos países sigue atravesada por importantes antagonismos. El régimen de Putin se ha cerrado por completo a ceder ni un milímetro en lo que considera sus asuntos internos, como el trato a Navalny y otros opositores. Pero tampoco va a ceder en lo tocante a Bielorrusia o los conflictos de Ucrania o Siria, que Moscú considera de su área de influencia irrenunciable. Otro punto de fricción latente entre EEUU y Rusia es el dominio del Ártico, por motivos no solo militares sino económicos y comerciales: el deshielo fruto del calentamiento global promete abrir nuevas y lucrativas rutas.

Sin embargo, lo significativo de esta cumbre no sólo es lo que se dijo, sino lo que no se mencionó, pero está de telón de fondo.

Y es que Biden -tras su gira por Europa, en la que ha mantenido largas reuniones con sus aliados y vasallos europeos donde el mensaje de fondo ha sido que «EEUU necesita a Europa… contra China»- se ha reunido con su enemigo Putin y ha llegado a algunos acuerdos.

Con Rusia, EEUU puede negociar. Con Moscú, aunque sea a cara de perro, puede llegar a compromisos. Con China no. Con Pekín ni hablar. Quizá éste sea el principal mensaje entre líneas que podemos extraer de las conversaciones de la Villa La Grange.

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