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Bruselas llama al orden

Los más avispados observadores de la vida comunitaria en Bruselas, en donde se manejan los hilos de las grandes orientaciones económicas de la Unión Europea, incluso más que en Frankfurt o Berlín, ya venían atisbando desde hace una o dos semanas un cierto malestar de las instancias oficiales europeas con la parsimonia del Gobierno español a la hora de afrontar medidas económicas de mayor calado. La sensación de que España no está haciendo suficientemente bien los deberes tendrá hoy miércoles una expresión pública con rango oficial en forma de advertencia. Bruselas no está conforme con la falta de resultados positivos en la economía española. Y considera que esta ausencia de resultados positivos se debe en gran medida a la pasividad de las autoridades nacionales, que no acaban de adoptar las decisiones capaces de corregir el rumbo.

El Gobierno de Rajoy ya lleva casi año y medio al frente del país y los resultados no aparecen por ningún lado. El paro, principal indicador de los horrores de la economía española, no deja de crecer y ni aparecen en el horizonte síntomas de frenazo. La deuda pública sigue en alza camino del 100% del PIB por la incapacidad del Gobierno para sujetar el gasto público de forma que la deuda se sitúe en donde debería estar, en el 60% del PIB. La deuda privada también se encuentra entre los indicadores horribles de la economía española. La entrada de capitales para inversión registra todavía cifras decepcionantes y la tan manoseada fortaleza de las exportaciones españolas sigue siendo un espejismo, ya que España pierde cuota de mercado en el exterior por la sencilla razón de que nuestros competidores tienen más éxito en los mercados internacionales.

Al parecer, la chispa que ha activado el incendio de los reproches a España se ha encendido hace dos semanas cuando los expertos de Bruselas constataron un nuevo incumplimiento de los objetivos de déficit público español para el ejercicio de 2012. La manipulación de la contabilidad pública, trasladado déficit del año 2012 al ejercicio siguiente mediante artilugios poco justificables, no gustó nada en Bruselas. Además, ni aún así España ha logrado cumplir los objetivos de déficit y el Gobierno ha tenido que iniciar el clásico y repetitivo peregrinaje por los centros de poder de la UE para suplicar “flexibilidad” y unos puntos más de deslizamiento al alza en el desequilibrio de las cuentas públicas, que de este modo ven alejarse un poco más el retorno a la normalidad.

Los últimos movimientos del Gobierno español, reflejados en las declaraciones del propio presidente, tampoco han servido para hacer amigos en Bruselas. El principal aliado de España en la crisis actual posiblemente sea y esté siendo Mario Draghi, el máximo responsable del Banco Central Europeo (BCE). A Rajoy no se le ha ocurrido estos días otra cosa que poner como ejemplo de buen hacer en las cuestiones monetarias al Banco de Japón. ¿Por qué el BCE no hace lo mismo?, se ha preguntado en público.

No contento con la osadía de sugerirle a Draghi lo que tiene que hacer al frente del BCE, Rajoy parece en condiciones de proponer nada menos que una reforma de los Tratados de la UE para provocar un cambio de funciones al BCE, de forma que este no se ocupe sólo de señalar objetivos de inflación y hacerlos respetar, sino que asuma tareas más ambiciosas, como la lucha contra los baches cíclicos de la economía o la estimulación del crédito para apoyar la creación de empleo.

Quizás no se trate de un desvarío pero, desde luego, suena raro que el presidente del Gobierno español dé la espalda a poderes tan sólidos como el BCE y sobre todo a la cultura económica europea que preconiza Alemania, cuya obsesión en contra de las políticas expansivas vía crédito y a favor de la estabilidad de precios son cuestiones sagradas del credo económico dominante en esta UE a la que España se sumó hace ya más de un decenio con las mejores expectativas, ahora incumplidas de forma reiterada.

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