«Que Zapatero haya renunciado a repetir como candidato socialista no significa que haya dejado de ser el presidente del Gobierno, ni que lo sea en funciones. No es la hora de hacer balances de su gestión, sino de analizar las iniciativas que se dispone a desarrollar hasta el final de la legislatura. Son iniciativas en las que los intereses generales del país y los electorales de su partido estarán en contradicción, puesto que son numerosas las reformas tan impopulares como imprescindibles que siguen pendientes. Dependiendo de cuáles sean los intereses que decida primar en el tiempo que le resta al frente del Ejecutivo, Zapatero se juega la manera en la que será recordado»
Pero el PSOE quizá tenga que afrontar otros costes si no resuelve bien el roceso de primarias. La lucha interna entre dos o más candidatos, en especial si se impone el juego duro, podría comprometer definitivamente el resultado en las generales. El PSOE está obligado a un doble ejercicio de democracia interna y de transparencia. También de juego limpio entre los candidatos, si finalmente hubiera más de uno. No es solo una exigencia que deriva de los principios, sino también de la experiencia acumulada en autonomías y municipios. Cuando la dirección federal no ha mantenido una estricta neutralidad, su candidato ha sido derrotado. (EL PAÍS) EL MUNDO.- Zapatero ha hecho caso omiso al influyente sector del partido que le pedía una designación a la mexicana, un dedazo que dejara atada y bien atada su sucesión. como hizo Aznar con Rajoy. Cabría interpretar en este sentido que el más defraudado por lo acontecido ayer podría ser Alfredo Pérez Rubalcaba, cuyas pretensiones de ser nombrado heredero por Zapatero, apoyadas por la vieja guardia felipista del PSOE, se han visto frustradas de momento por la convocatoria de esas primarias después de las municipales. Los partidarios de Rubalcaba habían apostado por una designación directa o, como mal menor, por la convocatoria fulminante de unas primarias, lo que, en la práctica, hubiera desalentado a los aspirantes a desafiar a un candidato de tanto peso como el vicepresidente. LA VANGUARDIA.- El presidente del Gobierno también anunció su intención de agotar la legislatura, tal como le pidieron hace una semana los grandes empresarios españoles, que son de la opinión, en contra de la del PP, que un adelanto electoral sería perjudicial para la recuperación económica. De esta forma, el Gobierno dispone de un año para acometer nuevas reformas y profundizar en las iniciadas y el PSOE para decidir quién será el candidato que se enfrentará a Rajoy y, si la situación económica y las cifras de empleo mejoran –cosa que está por ver–, recuperar el terreno perdido. ABC.- LO más llamativo fue el desapego. La gelidez emocional, el glacial desafecto con que la dirigencia socialista recibió el anuncio que llevaba meses esperando. No hubo un solo ademán de disimulo, ni un gesto de compasión retórica, ni un leve lamento postizo, ni mucho menos una ritual exhortación a la permanencia; sólo un alivio patente, denso, casi corpóreo, como si las palabras del presidente hubiesen desatornillado una válvula por la que se escapase la presión colectiva acumulada en muchas lunas de desasosiego. Nadie expresó un atisbo de pesar ni dio lugar siquiera por cortesía o por delicadeza a una sospecha de aflicción o de desconsuelo; la consigna del «respeto» a la decisión del líder apenas disfrazaba la manifiesta evidencia de una satisfacción mal enmascarada. Editorial. El País Arranca la sucesión Rodríguez Zapatero no será el candidato socialista para las elecciones de 2012. Así lo comunicó ayer el propio interesado al Comité Federal de su partido, poniendo fin a las incertidumbres que él mismo había desencadenado de manera informal a finales del pasado año. Es cierto que, desde su irrupción en la política nacional en 2000, sus declaraciones públicas siempre han sido favorables a la limitación de mandatos, aunque también ha prodigado gestos que podían interpretarse como dudas y titubeos. Tras su anuncio de ayer, unido al que realizó José María Aznar en su día, es probable que los próximos inquilinos de La Moncloa tengan dificultades para romper la regla no escrita de que dos legislaturas constituyen el plazo máximo de permanencia en el poder. Si esta práctica estuviera llamada a consolidarse, mejor que lo sea así, por la vía de los usos democráticos y no de una ley aprobada en el Congreso. Zapatero ha comunicado sus planes ante quien tenía que hacerlo, el máximo órgano del Partido Socialista entre congresos. En cuanto al momento elegido, era la última ocasión para no interferir en la inminente campaña para las elecciones autonómicas y municipales. Y habría interferido negativamente tanto si hubiera evitado pronunciarse ayer sobre su futuro como si hubiera insistido en la consigna de aplazar el debate, reiterada con fuerza durante los últimos días. Ahora la sucesión ha arrancado de forma oficial, con lo que la responsabilidad por la manera en la que se conduzca no recaerá solo sobre Zapatero, sino también sobre la dirección socialista en su conjunto y los eventuales candidatos a ocupar su puesto. Zapatero anunció que, tras las elecciones de mayo, convocará un Comité Federal extraordinario que dé paso a las primarias, renunciando, como no podía ser de otra manera, a cualquier fórmula de designación del sucesor. Reformas pendientes El Partido Popular (PP) se ha apresurado a reclamar elecciones anticipadas. Con esta postura ha demostrado no entender, o no querer hacerlo, que la decisión de Zapatero es de orden interno, no de índole institucional. Mientras el Partido Socialista disponga de mayoría parlamentaria, nada obliga al presidente del Gobierno a disolver las Cámaras. Todos los signos apuntan a que, antes de hacer pública su decisión de no ser de nuevo el candidato socialista, Zapatero ha tratado de asegurar la estabilidad de su Gobierno con el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos. Obcecarse en un adelanto electoral va contra la evidencia de que el PP no dispone de una mayoría alternativa a la de los socialistas, por mucho ruido que se proponga hacer fuera del Congreso. Se trata, además, de una grave irresponsabilidad, por cuanto la situación económica española aconseja no precipitar unas elecciones generales para las que falta todavía un año. Que Zapatero haya renunciado a repetir como candidato socialista no significa que haya dejado de ser el presidente del Gobierno, ni que lo sea en funciones. No es la hora de hacer balances de su gestión, sino de analizar las iniciativas que se dispone a desarrollar hasta el final de la legislatura. Son iniciativas en las que los intereses generales del país y los electorales de su partido estarán en contradicción, puesto que son numerosas las reformas tan impopulares como imprescindibles que siguen pendientes. Dependiendo de cuáles sean los intereses que decida primar en el tiempo que le resta al frente del Ejecutivo, Zapatero se juega la manera en la que será recordado. Y dependiendo, también, de la actitud en la que se instale, el PP llegará al Gobierno, si es que finalmente llega, con el lastre de haber antepuesto el ansia de poder a las necesidades del país. Necesidad y virtud El PSOE elegirá al sucesor de Zapatero como candidato a las elecciones generales del próximo año mediante la convocatoria de primarias. Este mecanismo, que hasta ahora ha dividido la opinión de sus principales dirigentes, ha permitido, sin embargo, articular una salida al principal problema al que se enfrentan los socialistas desde que, hace tres meses, Zapatero sembrara dudas sobre su continuidad. Este sigue al frente del partido y del Gobierno, al tiempo que se prepara su relevo como cabeza de cartel electoral. Al posponer la nominación del candidato a la consulta municipal y autonómica, Zapatero se dispone a asumir la responsabilidad de la previsible derrota, ahorrándole este coste a quien le sustituya, al tiempo que evita convertir el 22-M en un plebiscito sobre su figura. Pero el PSOE quizá tenga que afrontar otros costes si no resuelve bien el proceso de primarias. La lucha interna entre dos o más candidatos, en especial si se impone el juego duro, podría comprometer definitivamente el resultado en las generales. La concurrencia de un único candidato, seguramente la mejor opción en las circunstancias actuales, podría dejar abierto un flanco que el PP explotaría, argumentando que no existe tanta diferencia entre el sistema de designación que él aplica y el de elección mediante primarias. Pero la diferencia existe, puesto que en un caso es la voluntad del líder la que prima y en el otro, cuando menos, exige un pacto entre los aspirantes. Para contrarrestar esta crítica, el PSOE está obligado a un doble ejercicio de democracia interna y de transparencia. También de juego limpio entre los candidatos, si finalmente hubiera más de uno. No es solo una exigencia que deriva de los principios, sino también de la experiencia acumulada en autonomías y municipios. Cuando la dirección federal no ha mantenido una estricta neutralidad, su candidato ha sido derrotado. La experiencia de la bicefalia tampoco fue positiva: en esta ocasión los socialistas están en mejores condiciones para no repetir los errores del pasado. Si resuelven de forma acertada no solo las primarias, sino también la elaboración de las listas, habrán hecho de la necesidad virtud; una virtud que necesitan todos los partidos políticos en España. EL PAÍS. 3-4-2011 Editorial. El Mundo Una renuncia democrática, una cojera inconveniente ZAPATERO despejó ayer la incertidumbre sobre su futuro ante el Comité Federal del partido y lo hizo de una forma impecablemente democrática. No sólo anunció que no va ser candidato en las próximas elecciones sino que además habrá primarias después de las municipales y antes del verano para elegir la persona que va a encabezar las listas del PSOE. Aseguró que él había tomado la decisión de no volver a presentarse desde hace mucho tiempo e invocó tres razones para hacerlo: el interés de su partido, la conveniencia para España de que los liderazgos no se perpetúen y su familia. A ello añadió que es consciente de que ha sufrido un fuerte desgaste en la lucha contra la crisis económica. Desde que en las pasadas Navidades comentó a un grupo de periodistas que ya había tomado una decisión, la expectación había ido creciendo en la misma medida que proliferaban todo tipo de especulaciones. El propio Aznar sugirió hace unos días que Zapatero sería el sucesor de Zapatero, utilizando el símil de la campaña de las cien flores de Mao, queriendo decir que el propio presidente había favorecido la aparición de candidatos alternativos para luego laminarlos. Nuestro periódico nunca se abonó a esta interpretación. Siempre hemos sostenido en estas páginas que lo probable era que Zapatero no volviera a presentarse e incluso hace un par de semanas informamos a nuestros lectores que el presidente anunciaría su retirada en el Comité Federal de ayer, como así ha sucedido. Precisamente por ello pusimos en marcha nuestro «hipódromo». Durante los últimos meses, Zapatero ha escuchado a todo el mundo con cortesía, pero no se ha dejado influir. Ha mantenido su resolución y ha demostrado que tiene más carácter de lo que se dice al ignorar presiones internas como las que se han ejercido desde Bono a López Aguilar y presiones externas como la formulada la pasada semana por Botín. Igualmente Zapatero ha hecho caso omiso al influyente sector del partido que le pedía una designación a la mexicana, un dedazo que dejara atada y bien atada su sucesión. como hizo Aznar con Rajoy. El PSOE tiene ahora la oportunidad de demostrar que es un partido que practica la democracia interna, dando una valiosa lección al PP. Cabría interpretar en este sentido que el más defraudado por lo acontecido ayer podría ser Alfredo Pérez Rubalcaba, cuyas pretensiones de ser nombrado heredero por Zapatero, apoyadas por la vieja guardia felipista del PSOE, se han visto frustradas de momento por la convocatoria de esas primarias después de las municipales. Los partidarios de Rubalcaba habían apostado por una designación directa o, como mal menor, por la convocatoria fulminante de unas primarias, lo que, en la práctica, hubiera desalentado a los aspirantes a desafiar a un candidato de tanto peso como el vicepresidente. Esa vieja guardia apostaba por una estrategia de hechos consumados, pero la operación ha fracasado. Ello es coherente con la forma con la que llegó al poder y con la trayectoria de Zapatero, el político del talante y del republicanismo cívico. Otro desenlace hubiera traicionado sus señas de identidad. La posibilidad de que las bases elijan directamente al candidato en un proceso abierto favorece, sin duda, las aspiraciones de Carmen Chacón o de cualquier otro dirigente que pueda levantar la bandera de la renovación generacional y que encaje mucho mejor que Rubalcaba en la filosofía del zapaterismo. Otra de las consecuencias de hacer pública la retirada es el debilitamiento de su autoridad política y de su capacidad de gobernar, ya que, como se dice en EEUU al final del segundo mandato de los presidentes, Zapatero es ahora «un pato cojo». Esto es malo para el PSOE y para España en unos momentos en los que el país sigue sumido en una profunda crisis económica que requiere políticas de ajuste que sólo un Gobierno fuerte puede llevar a cabo. Por ello, lo mejor para los intereses de España es que Zapatero disolviera las Cámaras en septiembre y convocara unas elecciones generales para octubre, aunque ayer insistió que quiere seguir gobernando hasta marzo del año que viene. Ese adelanto electoral es factible y realista porque, si las primarias se celebran a primeros de julio, el candidato -que será una persona conocida y con un perfil político público- tendría tiempo suficiente para formar un equipo y elaborar un programa. Ya hay un precedente similar: Aznar fue designado candidato por el PP en mayo de 1989, cinco meses antes de las elecciones. Si Botín y los empresarios le pidieron a Zapatero que siguiera gobernando sin anunciar su retirada, lo coherente es que ahora le solicitaran que adelante las elecciones para evitar ese periodo de interinidad que consideraban tan nocivo. La convocatoria ahorraría un penoso periodo de transición de seis meses que pueden ser preciosos a la hora de realizar las reformas económicas que necesita el país. Ese sería su último servicio a España. Como comentó él mismo a nuestro columnista Raúl del Pozo, Zapatero llegó con una sonrisa y de momento se va sonriendo, lo que dice a favor del fair play que casi siempre ha practicado y de su buen talante para encajar las críticas. Tal vez lo mejor que se puede decir de él es que siempre ha respetado las reglas del juego democrático y que ha sabido retirarse a tiempo, evitando esa tentación del dedazo a la que sucumben tantos gobernantes. Barones como Barreda y Fernández Vara y muchos dirigentes le habían pedido que diera el paso de anunciar que se va. Ya lo ha dado. Ahora podrán hacer la campaña sin la molesta sombra del presidente pero también sin la posibilidad de echarle la culpa de sus resultados porque Zapatero empieza a tener un pie en el pasado. Y no es bastante tener el otro en el presente -eso es precisamente ser «un pato cojo»- para afrontar los grandes retos que tiene planteados España. EL MUNDO. 3-4-2011 Editorial. La Vanguardia La renuncia de Zapatero ZAPATERO no volverá a ser candidato a la presidencia del Gobierno en 2012. El líder socialista desveló ayer, por fin, su decisión en el comité federal del PSOE, donde convocó a sus compañeros a abrir un proceso de primarias para elegir a su sucesor tras las elecciones autonómicas y municipales de mayo. Aunque Zapatero argumentó que, cuando fue elegido en 2004, ya pensaba que ocho años de mandato eran suficientes, lo cierto es que la crisis económica y su evidente desgaste están en la base del anuncio. El PSOE está a unos 15 puntos de distancia del PP y algunos barones socialistas estaban de los nervios ante el silencio de Zapatero respecto a su continuidad. En todo caso, el presidente ha despejado la incógnita de su futuro. Otra cosa es el futuro del partido y su continuidad en la secretaría general acerca de la cual no dijo nada. Lo lógico es que se mantenga en ella hasta la elección de nuevo candidato. Por tanto, no todas las incertidumbres se han cerrado. El presidente del Gobierno también anunció su intención de agotar la legislatura, tal como le pidieron hace una semana los grandes empresarios españoles, que son de la opinión, en contra de la del PP, que un adelanto electoral sería perjudicial para la recuperación económica. De esta forma, el Gobierno dispone de un año para acometer nuevas reformas y profundizar en las iniciadas y el PSOE para decidir quién será el candidato que se enfrentará a Rajoy y, si la situación económica y las cifras de empleo mejoran –cosa que está por ver–, recuperar el terreno perdido. De convocarse las primarias a finales de mayo, el próximo julio ya se sabría quién será el candidato socialista. Aunque tiempo habrá para analizar la gestión de Zapatero durante sus ocho años de mandato, es evidente que el juicio estará marcado por la crisis, hasta el punto que, como dijo ayer Duran Lleida, el presidente se había convertido en un lastre para su partido. Al retraso en reconocer la gravedad de la situación económica y financiera, se suman las contradicciones en que incurrió el Ejecutivo, una planificación de reformas confusa y no siempre acertada y la impresión de estar constantemente improvisando, aspectos que no son exclusivos del político socialista español, sino que afectan a una gran mayoría de los líderes occidentales. El laborista Brown fue barrido electoralmente, mientras que los problemas que tienen Obama, Merkel y Sarkozy, por citar los más destacados, demuestran hasta qué punto está castigando las expectativas el marco económico. El PSOE puede encarar la campaña de las elecciones de mayo sin el lastre de un líder más que amortizado, lo que no garantiza la recuperación de los votos perdidos por el durísimo ajuste de las finanzas del Estado obligado por la Unión Europea y EEUU. A la sucesión de Zapatero se apuntan algunos nombres: Rubalcaba, Chacón, Bono e incluso Blanco. Ni que decir tiene que el vicepresidente y ministro de Interior es quien parece tener más números. Pero ello no quiere decir que vaya a ser el elegido. La experiencia no juega a su favor. No se ha olvidado el fiasco que representó la elección de Borrell frente a Almunia, así como la de Tomás Gómez frente al candidato del aparato, lo que provoca en algunos un miedo cerval a las primarias. Además, está por ver de qué autoridad dispondrá un presidente del Gobierno que ha adquirido, quiera o no, la condición de interino y en qué medida esta provisionalidad no acaba castigando al sucesor. LA VANGUARDIA. 3-4-2011 Opinión. ABC Epílogo y agonía del Zapaterismo Ignacio Camacho LO más llamativo fue el desapego. La gelidez emocional, el glacial desafecto con que la dirigencia socialista recibió el anuncio que llevaba meses esperando. No hubo un solo ademán de disimulo, ni un gesto de compasión retórica, ni un leve lamento postizo, ni mucho menos una ritual exhortación a la permanencia; sólo un alivio patente, denso, casi corpóreo, como si las palabras del presidente hubiesen desatornillado una válvula por la que se escapase la presión colectiva acumulada en muchas lunas de desasosiego. Nadie expresó un atisbo de pesar ni dio lugar siquiera por cortesía o por delicadeza a una sospecha de aflicción o de desconsuelo; la consigna del «respeto» a la decisión del líder apenas disfrazaba la manifiesta evidencia de una satisfacción mal enmascarada. Esa indiferencia desabrida, esa cruel, ingrata distancia emotiva de la nomenclatura socialista hacia quien hasta hace bien poco era su líder mesiánico, su gurú mesmérico, convierte desde ayer a José Luis Rodríguez Zapatero en un gobernante fantasmal encerrado en la burbuja de un vacío de poder. Su segundo mandato concluyó de facto a las diez y media de la mañana del sábado, en el momento mismo en que, en medio de un silencio sideral, dio a conocer su voluntad de no repetir candidatura y abrió un proceso de sucesión electiva. A las diez y treinta y un minutos, apenas formulada su renuncia diferida, cumplida la expectativa de revelación en el Sinaí del comité federal, era ya un presidente interino. Lo hubiera sido en cualquier caso a partir del instante en que despejó la incógnita sobre su futuro, pero la ausencia de una mínima empatía sentimental entre los suyos y la sensación explícita de fin de ciclo abocan el resto de la legislatura a un agónico intermezzode liderazgo flotante, bicefalia latente y confrontación intestina. Y su decisión de agotar los plazos de poder transfiere hacia la totalidad de la nación lo que hasta ahora constituía un problema de partido. Quedan más de 300 días hasta marzo de 2012. Una eternidad en el volátil tempode la política española, condenada desde ayer a una provisionalidad suspensoria. No tanto por la autolimitación efectiva del presidente como por su manifiesta carencia de liderazgo estratégico y su palmaria falta de respaldo interno. Cuando Aznar se puso fecha de caducidad a sí mismo contaba con mayoría absoluta parlamentaria, una adhesión incondicional de la militancia y un control incontestable de los resortes de poder, que mantuvo incluso durante el período de tránsito en funciones. Aun así, recibió críticas fundadas a sus evidentes síntomas de autismo. Zapatero es en cambio un gobernante amortizado por sus propios electores y repudiado por sus cuadros de dirigencia. El más reciente y descomunal de sus errores, la contumaz minusvaloración de la crisis económica que arrasaba el tejido productivo español hasta arrastrarlo a una sima social, ha sometido su figura a un desgaste abrasivo que lo ha convertido en pocos meses —datos del CIS— en el presidente peor valorado de la democracia, con índices de popularidad inferiores a los de Aznar durante la guerra de Irak y a los de González bajo el huracán simultáneo de la corrupción y los crímenes de Estado. La precipitada reconversión de sus políticas proteccionistas en un ajuste forzado por la amenaza de quiebra ha sembrado la irritación en el cuerpo electoral; no tiene credibilidad entre los ciudadanos y constituye un lastre para su propia causa. Su decisión de hacer pública por anticipado la renuncia a la candidatura obedece al clamor de un partido agobiado por la carga que le supone acudir a las elecciones autonómicas y locales bajo el patronazgo de un líder caído en desgracia. El anuncio de ayer contribuirá sin duda a rebajar ese estado de desesperanza entre los suyos, pero la voluntad de permanecer en su puesto hasta el final y agotar el mandato aferrado a la nada convierte al país entero en rehén de su crisis de autoridad política. Y lejos de suponer un gesto de generosidad personal, establece una prioridad diáfana del patriotismo de partido frente al patriotismo de patria; es decir, de los intereses sectarios frente al sentido de Estado. Esa ha sido precisamente una característica esencial de todo el ciclo zapaterista. Sus proyectos angulares —la negociación con ETA, la reforma subvertida del modelo territorial, las leyes de ingeniería social y civil y la convocatoria de los demonios familiares de la guerra al amparo de la memoria histórica— obedecen a un mismo impulso de fraccionamiento ideológico que ha despreciado a sectores cruciales de la sociedad española y ha roto la mayoría de los consensos básicos de la Transición que sirvieron para refundar la convivencia democrática. Combinado con el concepto posmoderno de la democracia instantánea, es decir, la política gestual y de inspiración demoscópica y el cortoplacismo táctico, ese designio rupturista ha dominado una acción de gobierno centrada en el propósito de consolidar una hegemonía banderiza en detrimento del interés de Estado. Y su fracaso final, que comenzó a fraguarse poco después del triunfo en las elecciones de 2008, se debe a la falta de competencia, solidez y experiencia para hacer frente a una crisis estructural de gran alcance que superaba el estilo de oportunismo maniobrero para imponer la necesidad de un compromiso nacional con visión panorámica, capacidad de renuncia y liderazgo estratégico. El frágil espíritu de liviandad política que constituye la esencia del zapaterismo gravita sobre el incierto epílogo abierto ayer con la expectativa sucesoria. El discurso del presidente saliente representó una nueva entrega de su voluntarismo iluminado, de ese infantil optimismo negacionista capaz de dibujar la realidad ilusoria de un país en recuperación pese a las evidencias de estancamiento y al desolador panorama de de-sempleo y zozobra financiera. Agarrado a esa ficción transparente, Zapatero disfraza a conveniencia un horizonte inquietante en el que pretende seguir gobernando España sin potestas ni auctoritas, sin capacidad de convicción moral ni poder efectivo. Por más que constituyan un impecable procedimiento democrático, las primarias socialistas sacudirán la escena pública con todo su ruido de convulsión fratricida en una coyuntura extremadamente ino-portuna, y abocarán después a una inevitable bicefalia en la que el presidente titular perderá toda capacidad de referencia jerárquica y quedará imposibilitado para dirigir el país con un mínimo de peso específico. Sin la razonable disolución anticipada del Parlamento y la consiguiente convocatoria de elecciones, lo que espera es un año terminal de estertores y de política catatónica sometida a una estéril respiración asistida. Para aliviar en parte —sólo en parte— los problemas inmediatos del PSOE, un gobernante expulsado de hecho por sus propios compañeros se dispone a dilatar el desenlace durante once meses de moribundia. Y ni siquiera le ha quedado el consuelo de una magra comprensión o de un piadoso amparo cosmético: como Adolfo Suárez hace treinta años, lo único que escuchó ayer, en su ceremonial de inmolación ante su gente, fue el sordo rumor de un hondo suspiro de alivio. ABC. 3-4-2011