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El pasado 9 de abril, y en medio de la escalada arancelaria decretada por Donald Trump contra todo el planeta, se celebró en Honduras la novena cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). En ella los países del continente hispano fortalecieron su unidad y su determinación por defender su soberanía frente a los chantajes y amenazas del gigante del norte.
Cuando en una reciente entrevista en la cadena Fox, una periodista preguntó a Trump si los países de América Latina «debían elegir entre China y EEUU», la respuesta del republicano fue afirmativa. De hecho la subrayó poniendo el ejemplo de Panamá, que a ojos del presidente norteamericano se ha acercado demasiado a Pekín, «facilitando» que sus cargueros atraviesen el Canal.
Washington ha decretado aranceles del 10% para todos los países de América Latina, aunque la mayoría de ellos tengan déficit comercial con EEUU. Barreras comerciales que se suman a las sanciones que desde hace años ya pone a algunos de ellos, como Cuba, Venezuela y Nicaragua. La razón esgrimida por la Casa Blanca es que China -el blanco último de esta guerra arancelaria- ya es el principal socio comercial de la mayoría de los países de la región. Todo ello se da además mientras -de forma nada disimulada, y como viene haciendo desde hace décadas- los EEUU llevan adelante políticas intervencionistas para imponer regímenes afines a su gobierno en Latinoamérica, apoyando gobiernos como el de Milei en Argentina, el de Santiago Peña en Paraguay, o el de Daniel Noboa en Ecuador.
En este marco de tensiones y amenazas hegemonistas, la mayoría de gobiernos progresistas que forman los países socios de la CELAC aprobaron la ‘Declaración de Tegucigalpa’ que, sin mencionar directamente las medidas de guerra comercial de Estados Unidos y Trump, “rechazó la imposición de medidas coercitivas unilaterales contrarias al derecho internacional, incluidas aquellas que restringen el comercio internacional”.
La Declaración de la CELAC, aprobada por el voto de 30 de los 33 de la organización, reclamó la defensa de «los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional, la cooperación internacional, la democracia y el Estado de derecho, el multilateralismo, la protección y promoción de todos los derechos humanos, el respeto a la autodeterminación, la no injerencia en los asuntos internos, la soberanía y la integridad territorial».
En su discurso ante la CELAC, el presidente brasileño Lula hizo un llamado a la unidad latinoamericana, alegando que “si permanecemos separados, la comunidad latinoamericana y caribeña corre el riesgo de volver a ser una zona de influencia en una nueva división del mundo entre superpotencias”.
“Es imperativo que América Latina y el Caribe redefinan su lugar en el orden global emergente”, subrayó Lula, promoviendo “el comercio regional de bienes y servicios, su diversificación y creciente facilitación”.