El nuevo Tablero Mundial (7)

África: del Gran Olvido a la Gran Disputa

Cantera de mano de obra esclava, principal escenario de conquista desenfrenada y colonización, campo de batalla del enfrentamiento entre potencias imperialistas…Como trasfondo, la lucha por el control de sus inmensos tesoros de materias primas. Como guión recurrente, los genocidios, los dictadores tí­teres, las matanzas étnicas. La intervención imperialista ha hecho del Continente Negro un pozo sin fondo de miseria y dolor.

Sin embargo la nueva situación internacional, con el ocaso acelerado del oder de la superpotencia norteamericana y el ascenso de las potencias emergentes –en especial de China, ya el principal socio comercial de África- está cambiando el panorama del continente, ofreciéndole inéditas oportunidades de desarrollo, pero también nuevas amenazas. Lágrimas negras, expolio blanco La historia de África es la historia del expolio y de la opresión de un continente actualmente habitado por más de 900 millones de personas. Las escandalosas riquezas minerales y naturales que alberga su suelo lo han hecho objeto de codicia de las principales potencias mundiales desde hace siglos. Pero la crudeza de la esclavización de sus costas en el XVIII o la violenta conquista y colonización en el XIX palidecen ante las atrocidades que cometieron las potencias imperialistas en el siglo XX. La disputa imperialista por el Continente Negro adquirió una nueva dimensión después de la II Guerra Mundial. De terreno de rapiña entre las potencias europeas, Africa se transformó en un campo de batalla entre las dos superpotencias. EEUU y la URSS luchaban no sólo por controlar las fuentes de materias primas, sino por dominar importantes espacios geopolíticos en relación a áreas como el Mediterráneo, el Mar Rojo, el Cuerno de África, etc… Pero el gendarme americano no estuvo sólo en su batalla africana contra el socialimperialismo soviético. La vieja potencia dominante de África, la decadente Francia, actuó bajo el paraguas estadounidense para mantener su dominio en el Continente y garantizar los intereses de sus monopolios. La “françafrique”, el área de influencia de París –principalmente en el centro y la costa occidental del continente- vio perpetuarse durante décadas sangrientas dictaduras, salpicadas por continuos golpes de Estado según la conveniencia francesa y norteamericana. De la misma manera que lo que era “bueno para la General Motors” era asunto de Estado para Washington, los intereses de monopolios como Elf fueron a menudo resueltos a golpe de asonada por los legionarios galos. La lista de sátrapas que se mantuvieron durante décadas en el poder cobijados por el Quay D´Orsay y el Departamento de Estado es casi tan larga como la de los 53 países africanos. Mobutu (Zaire), Nguesso (Congo-Brazzaville), Bongo, (Gabón), Biya (Camerún), Savimbi (Nigeria), Houphouët-Boigny (Costa de Marfil), Eyadéma (Togo)… son algunos de los más sangrientos, pero el catálogo de la ignominia recorre desde el extremo norte con Hassan II de Marruecos al régimen del Apartheid en Sudáfrica. A menor escala –por su menor infiltración en el continente- la intervención soviética en Angola o el Cuerno de Africa también dejó un cruento rastro de sangre. El fín de la Guerra Fria no trajo en absoluto la paz para África. De aliados en el frente antisoviético, Paris y Washington se transformaron en encarnizados rivales y adversarios en el Continente. La superpotencia norteamericana buscaba un nuevo reparto de África, y la decadente Francia se resistía con uñas y dientes a perder su gran área de influencia, el único resto de su “grandeur”. El exponente más sangriento del choque franco-norteamericano dejó más de un millón de muertos en Ruanda, entre unas milicias hutus dirigidas directamente por oficiales franceses y unas fuerzas tutsis respaldadas por Washington. El conflicto étnico tiene aún en día su siniestro eco en la sangrienta guerra de Congo, en la rica región nororiental, limítrofe con Ruanda y Uganda. Dictaduras sangrientas, matanzas étnicas, miseria endémica… El status de proveedor de materias primas estratégicas con el que las potencias imperialistas han maldito a África precisa mantener a sus naciones sometidas, intervenidas y sojuzgadas, y a sus pueblos divididos, enfrentados y miserables. No son frutos de la tierra, no son maldiciones bíblicas. Tienen responsables, y su piel no es del color del ébano. ¿Y si ya no limpian más botas? “Primero enseña a los negros únicamente a limpiar zapatos y luego di que sólo saben limpiar botas”. El mensaje que la Secretaria de Estado ha repetido en cada escala de su viaje es que la administración Obama busca impulsar al desarrollo de África, pero que los países del continente deben afrontar por sí mismos sus eternos problemas de corrupción. "EEUU no dispone de ninguna varita mágica para resolver los problemas endémicos", dijo Clinton. Otros, como Tom Wheeler, del Instituto Sudafricano de Asuntos Internacionales, después de alabar el "cambio de estilo y de sustancia" de la política norteamericana para África, criticó que "los africanos esperan siempre que los países del exterior resolvieran los problemas del continente, soportando la dependencia de la ayuda". ¿África es el problema y EEUU la solución? ¿la corrupción, la miseria, las guerras y las dictaduras sangrientas son “problemas endémicos” que sólo pueden ser resueltos mediante la benefactora ayuda occidental?. Evidentemente importa poco cómo los gestores de los principales explotadores y opresores del planeta y de África se ven a sí mismos. En cambio es interesante entender la razón del cambio en la política africana de EEUU. África ha sido tradicionalmente una enorme cantera de materias primas, una región periférica en la lucha por la hegemonía mundial, en la que las políticas específicas para cada país han consistido básicamente en mantener a las naciones sojuzgadas con feroces y corruptos regímenes intervenidos por Washington, y en caso contrario, una oportuna guerra étnica o separatista que devolviera el control a EEUU. Pero el acelerado declive norteamericano –que tras el fracaso de la línea Bush y el estallido de la crisis financiera ha alcanzado el grado de ocaso imperial- y el ascenso de las potencias emergentes ha cambiado sustancialmente las cosas, también para el continente. China se ha transformado en muy pocos años en el primer socio comercial de África, por delante de EEUU. Las necesidades de materias primas estratégicas del gigante asiático, junto con las ingentes cantidades de “capital sobrante” que han acumulado sus bancos y corporaciones, han conducido a un desembarco colosal de capitales chinos en el continente negro. Pero frente a las condiciones draconianas que tradicionalmente los capitales occidentales han impuesto a las naciones africanas, los tratados comerciales y la inversión financiera china –y también con otras potencias emergentes- ofrecen a los países oportunidades de desarrollo inauditas. Los préstamos a bajo interés o las inversiones en infraestructuras de China han permitido muchos países africanos una salida al asfixiante yugo imperialista de EEUU o de Europa. Por ejemplo, los 2.000 millones de dólares concedidos a Angola a cambio de crudo han hecho que el país africano experimente mayor tasa de crecimiento del continente. El resto de los BRIC secundan la estela de Pekín: la inversión hindú en Sudán, Sudáfrica o Kenia o la reciente cumbre Sudamérica-África son buenos exponentes. Pero no sólo se trata de un desembarco económico. La presencia diplomática y la influencia política de Pekín en el continente se multiplica año tras año. Hasta tal punto que Sudáfrica –una potencia regional que ha fortalecido enormemente sus lazos con China- llegó a prohibir recientemente el acceso al país a un Dalai Lama apadrinado por la CIA. Esto es lo que más preocupa al Departamento de Estado. La tourné de Ms. Clinton por siete países africanos – Kenia, Suráfrica, Angola, República Democrática del Congo, Nigeria, Liberia y Cabo Verde- ha pretendido reforzar los vínculos de dependencia o de intervención de esos países con Washington. Las formas de la administración Obama son distintas a las de su antecesor, pero no ha revocado lo más mínimo la decisión de Bush de conformar el Comando Africano de EEUU (AFRICOM), un nuevo centro unificado de comando del Pentágono en África. Si en el terreno del “poder blando” el hegemonismo pierde influencia frente a las oportunidades de desarrollo que ofrecen China y los BRIC, en el terreno del “poder duro” EEUU no ha dicho aún su última palabra en África.

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