Decía Churchill con respecto a los Balcanes que son una región «que produce más historia de la que es capaz de consumir». Algo similar se podría decir del tiempo histórico y la coyuntura que estamos viviendo.
El informe resentado por el equipo de ‘expertos’ del FMI, en el que tras apoyar los recortes de Zapatero, se exige la inmediata aplicación de una “reforma laboral radical” y la apertura del sistema financiero español al capital extranjero –en especial de las dos grandes cajas, La Caixa y Caja Madrid–, pone de manifiesto con toda virulencia la voracidad y la inaudita velocidad con que las grandes potencias se están abalanzando sobre España, cómo van ampliando sus objetivos a cada momento, cómo cada vez quieren más y lo quieren más rápido. Sucesión de Zapatero, ¿hacia dónde? El centro político de la próxima etapa de la batalla en la que estamos inmersos –cuyo objetivo, como venimos insistiendo desde hace meses, es la reducción de un 25% de los salarios y las rentas del 90% de la población, una mayor concentración de la riqueza y su trasvase hacia el exterior y la degradación mundial de España con el consiguiente aumento de nuestra dependencia– se va a concentrar en las próximas semanas y meses en la disputa por la sustitución de Zapatero. La llamada de Obama decretó (como explicamos en estas mismas páginas la semana pasada) el Delenda est Zapatero, es decir la sentencia política contra Zapatero dictada por Washington y Berlín, y por tanto la imposibilidad de que él sea el encargado de llevar adelante las tareas y objetivos establecidos en los planes de los grandes centros de decisión política y económica mundiales y de la clase dominante española. Zapatero ha pasado a ser “veneno para la taquilla” incluso para su propio partido. La última encuesta de un medio nada sospechoso de animadversión hacia él como es Público no deja lugar a la duda. No es sólo que el PSOE, como ya recogían otras encuestas, se desplome en intención de voto, siendo superado por el PP (en una horquilla que va desde el 6,1 al 9% según las encuestas), sino que Zapatero ha pasado a ser el líder nacional peor valorado por los ciudadanos. La puntuación que recibe, un 3,6, está sólo ligeramente por encima de la que reciben los dirigentes del PNV y ERC, los políticos que habitualmente concitan el mayor nivel de rechazo en la sociedad española. Posiblemente, desde los lejanos tiempos de Calvo Sotelo no ha habido en la historia de la democracia española un presidente de gobierno con tan poca autoridad política, credibilidad personal y capacidad de liderazgo social como el Zapatero de estos días. La sentencia decretada en Washington y Berlín ha abierto una nueva etapa cuyo centro ha pasado a ser la cuestión sucesoria de Zapatero y hacia qué lado va a decantarse está sucesión. Si hacia un mayor cautiverio de nuestro país, cada vez más esclavizado por los designios hegemonistas o en qué medida y hasta dónde podemos actuar en esta batalla política por la sucesión de Zapatero, creando unas mejores condiciones para fortalecer una línea de mayor emancipación y autonomía de esos designios. Lo quieren todo y lo quieren ya Pero lo planteado por el FMI en su informe va todavía más allá. Lo que ha puesto sobre la mesa son los puntos nodulares del programa del hegemonismo en torno a los cuales se va a librar la sucesión de Zapatero. Y cuyos dos centros son la reforma laboral y la entrada a saco del capital extranjero en el sistema financiero español. La exigencia de la reforma laboral apunta directamente a uno de los objetivos claves de la batalla: la rebaja de un 25% en los salarios no como una medida coyuntural, sino estructural y de largo alcance. Y la de la privatización de las dos mayores cajas de ahorro españolas las dirige a ser devoradas por la gran banca europea y mundial. Quieren una reforma radical del mercado de trabajo porque eso es lo que va directamente al centro de la rebaja salarial de un 25%. No se trata en esta ocasión de recortes en el gasto público o rebajas o congelaciones de salarios coyunturales, que un día se decretan y otro se pueden levantar, que se aplican a una parte de los trabajadores, pero no a otros. Sino una rebaja salarial para el conjunto del pueblo trabajador, regulado y fijado por las nuevas leyes que ordenen estructuralmente el mercado de trabajo de forma que pueda hacerse efectiva en la práctica, y en el menor plazo de tiempo posible, la rebaja de un 15, un 20 o un 25% del salario para el 90% de la población. En este aspecto, las exigencias del FMI son expresión del “programa máximo” que el gran capital nacional y extranjero quieren aplicar sobre los trabajadores: abaratamiento de los costes de despido, descentralización de los métodos de fijación de los salarios, limitación de la negociación por convenio y eliminación de la revalorización de los sueldos en base a la inflación. No se conforman con menos. Quieren una parte sustancial de los fortines de capacidad de decisión financiera del país, un sector que ha estado prácticamente vedado al capital extranjero, donde su participación ha sido hasta ahora poco más que testimonial. Y por eso el FMI no se conforma con una pequeña caja eclesiástica de provincias como Cajasur, sino que apunta directamente a piezas de “caza mayor” del sistema financiero: La Caixa y Caja Madrid, la tercera y la cuarta entidad financieras del país respectivamente. Suficientemente grandes como para representar un buen bocado del sistema financiero español, pero demasiado pequeñas (en comparación con Santander y BBVA) como para poder oponerse a los poderosos capitales bancarios exteriores. Al proponer su privatización y cotización en Bolsa, el FMI las pone, literalmente, a los pies de los caballos de la gran banca extranjera. Si hasta ahora la clase dominante española había conseguido mantener el sistema financiero interno en sus manos, convirtiéndolo en un coto cerrado a la penetración del capital extranjero, a diferencia de lo que ha ocurrido con el resto de sectores de la economía nacional, el informe del FMI viene a decir que esto se ha acabado. En la nueva situación de degradación de España a una tercera o cuarta división mundial, ya no es pensable, ni admisible, que el sector más cualitativo y estratégico de la economía de cualquier país, su sistema financiero, esté blindado a la voracidad de las grandes oligarquías mundiales. De llevarse a cabo con éxito y en el grado en que están planteadas, las nuevas exigencias del FMI retrotraen a la economía española a una posición mundial similar a la que tuvo en el siglo XIX, fijándola en unas relaciones de tipo neo semi-colonial. Están envalentonados, tenemos que pararlos Las fuerzas del hegemonismo han tomado impulso, se han envalentonado y han aumentado su voracidad con el asesinato político de Zapatero. En su ofensiva de las últimas semanas, no han encontrado ninguna línea de resistencia entre la clase dirigente española y esto hace que se vean en condiciones de multiplicarla, planteándose objetivos cada vez más ambiciosos y a conquistar en un menor plazo de tiempo. Van a saco y lo planteado por el FMI supone un verdadero “plato fuerte” en el saqueo del 90% de la población y del país. Que lo consigan como quieren, y a la inaudita velocidad que se proponen, depende de cómo se dé cada una de las batallas inmediatas y qué correlación de fuerzas se establezca en cada una de ellas. Tienen a su favor el grado de control que han demostrado poseer sobre el grueso de la clase política y el 90% de unas fuerzas parlamentarias que no han hecho otra cosa que inclinar servilmente la cabeza ante sus apremiantes dictados y su gravosas exigencias. También, en esta primera fase, la falta de conciencia de una parte sustancialmente importante de las clases populares acerca de que nos hallamos ante un ataque masivo, ataque que viene desde el exterior y que se dirige en su desarrollo contra los intereses materiales del 90% de la población. Pero en eso reside justamente su principal punto débil y la mayor de nuestras fortalezas. Su gran error estratégico es que los proyectos que se disponen a aplicar inmisericordemente atacan objetivamente al 90% de la población. Y en ese punto es en donde hay que dar la batalla, elevando el nivel de conciencia, agrupando políticamente y organizando respuestas en todas partes. Cuánta fuerza política, organizativa y de masas vamos a acumular para intervenir en cada una de estas batallas, y de esta manera debilitarlos y hacerles retroceder, es cada vez más la clave de todo.