El presidente Zapatero y sus circunstancias

Son momentos propicios a interiorizar la desazón, que las encuestas agudizan, y en ese contexto, como nadie es de cuproní­quel, es cuando un presidente empieza a considerar si la mejor contribución, la más valiosa para el paí­s, como ya le sucediera a Adolfo Suárez, podrí­a ser la de ceder el paso. Esa decisión o la de formar un Gobierno con los más capacitados para ponerse de modo urgente a la tarea debe tomarse como máximo en unas cuantas semanas. (EL PAÍS)

ABC.- Con el Gobierno desquiciado or sus propias piruetas, con la oposición alborotada, con los sindicatos desengañados, con las instituciones bloqueadas, con el sistema financiero tambaleante, con el Estado en quiebra y con la gente cabreada y empobrecida no cabe más recurso sensato que un adelanto electoral que al menos proporcione una nueva legitimidad política a quien le toque afrontar el desastre. Cartas nuevas para una nueva partida. No las habrá porque el que tiene que repartirlas aún confía en que le salga un comodín de la gastada baraja. Se resiste a aceptar que ya no le quedan bazas favorables ni en la manga. PÚBLICO.- Se silencia que tanto el salario medio anual, como el coste laboral por hora de trabajo y el gasto social, se sitúan en España bien por debajo, no sólo de la Europa de los 15, sino también de la Europa de los 27. Se oculta que la pensión media es en España sólo el 55% de la percibida en la Europa de los 15 y el 65% de la Europa de los 27. Pues el coste salarial, el gasto social y las pensiones, no sólo vienen a ser en España cerca de la mitad que en Alemania o Francia, sino que se sitúan incluso por debajo de los de Grecia. En este contexto miserable, con tal de no importunar a los poderosos, el Gobierno pretende apretar las tuercas a los más débiles Opinión. El País El presidente Zapatero y sus circunstancias Miguel Ángel Aguilar El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, lleva el disgusto en la cara, como acabamos de comprobar en el encuentro con los alcaldes socialistas, que ha celebrado el domingo en Elche. Dicen los últimos viajeros llegados de La Moncloa que acusa el modo en que ha sido forzado por las circunstancias a ir donde no hubiera querido; a preconizar en el Pleno del Congreso de los Diputados del pasado día 12 unas medidas de recorte del déficit, patrocinadas por Bruselas, que hubiera preferido evitarse; a tomar la abominada senda del denostado decretazo con el que su predecesor, el presidente Aznar, bloqueó el sueldo de los funcionarios; a congelar las pensiones, cuyo incremento anunciaba gozoso entre aclamaciones cada septiembre en la campa de Rodiezmo; a barruntar los preparativos de huelga general, otro de los fantasmas de su cerebro que, a toda costa, pretendía ahuyentar. En Elche, primera comparecencia ante los suyos tras cantar la palinodia en la tribuna del Congreso, apenas 10 días antes, el presidente del Gobierno prefería embutirse la camiseta del Partido Socialista para asegurar que "ni hay cambio, ni bandazo, respondemos a las circunstancias". Claro que esa expresión, "respondemos a las circunstancias", indica que quienes la pronuncian han asumido ya las propias incapacidades para eludir, ignorar o alterar de manera favorable a los propios designios las circunstancias que les han salido al paso. Quienes así se expresan lo hacen desde un reconocimiento del carácter inesquivable de esa realidad, no por circunstancial menos contundente. A vueltas con estas reflexiones acabaríamos dándonos de frente con el "yo soy yo y mis circunstancias", que acuñara Ortega en sus Meditaciones del Quijote a la altura de 1914. Enseguida nos veríamos obligados a distinguir entre las circunstancias que colorean al yo, las psicológicas, y aquellas otras que caracterizan la realidad exterior al mismo. También tendríamos que reconocer la interacción entre el observador y el fenómeno observado. Pero volvamos a la negación del cambio en la que quiere cifrar su honor el presidente y veamos cuál fue su momento originario, la noche de la primera victoria electoral, el domingo 14 de marzo de 2004. Con el escrutinio concluido, José Luis Rodríguez Zapatero compareció en la sede de Ferraz para una breve intervención bajo el peso agobiante de la matanza del jueves anterior. Estaba imbuido de sentido de la responsabilidad, de propósitos de fortalecer el prestigio de las instituciones democráticas, de invocaciones al talante, a la mano tendida hacia Mariano Rajoy, calificado de digno rival. Buscaba la cohesión, la concordia y la paz para convertir la victoria en "victoria de todos" y situar el combate al terrorismo como prioridad. La frase final todavía resuena: "Os aseguro que el poder no me va a cambiar". Era el enunciado de un imposible, como si hubiera declarado la derogación de la Ley de la Gravitación Universal o al menos su exención para quienes pasaban entonces a instalarse en el palacio de la Moncloa. En definitiva, que sobre José Luis Rodríguez Zapatero, después de más de seis años en la presidencia del Gobierno, se dejan sentir los estragos. Su optimismo antropológico es imposible que permanezca inalterado. La manera en que ha sido combatido desde el primer momento, que se le negara legitimidad a su victoria, que se le denominara presidente accidental, que ni siquiera sus éxitos más indiscutibles le hayan sido reconocidos, todo se ha confabulado para hacerle sentirse víctima de la ingratitud. Los ministros, que parecían sólo llamados para hacer más cómoda la vida al presidente, han perdido la disciplina orquestal, se manifiestan descoordinadamente, cada uno siguiendo una partitura distinta. La oposición del PP se instala en el vale todo, sin atender a las consecuencias para sus compatriotas. El resultado es la pérdida de confianza y de credibilidad que afecta de modo tan negativo a nuestro país, dentro y fuera, y que no se sabe cómo recuperar. Son momentos propicios a interiorizar la desazón, que las encuestas agudizan, y en ese contexto, como nadie es de cuproníquel, es cuando un presidente empieza a considerar si la mejor contribución, la más valiosa para el país, como ya le sucediera a Adolfo Suárez, podría ser la de ceder el paso. Esa decisión o la de formar un Gobierno con los más capacitados para ponerse de modo urgente a la tarea debe tomarse como máximo en unas cuantas semanas. EL PAÍS. 25-5-2010 Opinión. ABC Váyase Ignacio Sánchez Camacho SIN ánimo de exagerar, estamos viviendo uno de los peores momentos de la democracia. A la profundidad de la crisis económica, social y financiera se une la fuerza desestabilizadora de una gravísima crisis política y de liderazgo. El Gobierno ha pasado de seguir una deriva equivocada a perder por completo el rumbo, el control y los nervios hasta convertirse en un problema sobreañadido. La situación combina el pesimismo de la ley de Murphy con la incompetencia del principio de Peter, de tal modo que a la dificultad objetiva de las circunstancias se une la incapacidad manifiesta de quienes tienen que resolverlas. Por si no bastase este panorama inquietante, la gente tampoco confía en la alternativa y se está produciendo un colapso de confianza. Cada día parece un poco peor que la víspera y amanece con contratiempos nuevos agrandados por la torpeza de las soluciones. Zapatero, con alarmantes síntomas de estrés y envejecimiento prematuro, es la estampa andante de un fracaso; no hay contrariedad ante la que no zozobre ni previsión que no falle. No es que esté dando bandazos; simplemente es su forma natural de sostenerse. Cuando el presidente, mal aconsejado y dado a dejarse malaconsejar, decidió creer que la recesión se resolvería sola, olvidó que incluso para que así ocurriese era menester que al menos se quedase quieto. Si pensaba dejarla pasar tenía que haberse limitado a no hacer nada. En vez de eso se lanzó a un vértigo mal calculado de medidas paliativas que no lograron sino deteriorar las condiciones defectuosas de una economía exánime. Cada presunto remedio incrementaba los males, hasta llegar a un punto en que la crisis dejó de resultar un fenómeno sobrevenido para devenir en la consecuencia de una política errónea, mal dirigida y peor resuelta. Ahora ya está tan abrumado que yerra incluso cuando rectifica porque ha perdido toda referencia y todo crédito. Se mueve como un zombi desorientado y sus movimientos desencadenan una mezcla de irritación, zozobra y pánico. Ayer escuchó en el Senado un griterío coral, destemplado y faltón que era un eco estridente y remoto del «váyase» de Aznar a González. La repulsa brusca, estrepitosa, de un PP impaciente augura un final de legislatura insostenible; en este clima crispado, bronco e intemperante no hay manera de hallar una salida razonable. Con el Gobierno desquiciado por sus propias piruetas, con la oposición alborotada, con los sindicatos desengañados, con las instituciones bloqueadas, con el sistema financiero tambaleante, con el Estado en quiebra y con la gente cabreada y empobrecida no cabe más recurso sensato que un adelanto electoral que al menos proporcione una nueva legitimidad política a quien le toque afrontar el desastre. Cartas nuevas para una nueva partida. No las habrá porque el que tiene que repartirlas aún confía en que le salga un comodín de la gastada baraja. Se resiste a aceptar que ya no le quedan bazas favorables ni en la manga. ABC. 26-5-2010 Opinión. Público Sacrificios humanos José Manuel Naredo Los recortes de gasto aprobados por el Gobierno culminan la progresiva supeditación de las decisiones políticas a los dictados elitistas de la ideología económica dominante, aunque den al traste con los pretendidos signos de recuperación. El camino seguido para invertir la interpretación y las promesas iniciales del Gobierno, que defendían el gasto social como antídoto contra la crisis, ha sido el siguiente. Primero se atribuyó la crisis a los excesos especulativos del capitalismo y se prometió controlarlos para evitar que volvieran a producirse. Pero, en vez de hacerlo, se utilizaron alegremente los recursos del Estado para apoyar a la banca y a las empresas. Como resultado de ello, repuntaron las inversiones especulativas e improductivas y los beneficios de bancos y empresas, a la vez que aumentaban el déficit y el endeudamiento del Estado, sin que llegara a recuperarse la actividad económica ni a disminuir el paro. Entonces, los poderes económicos financieros urgieron al Estado a reducir el déficit y la deuda, no a costa de las empresas y bancos que se beneficiaron de las ayudas, sino a base de recortar sueldos de funcionarios y gastos sociales y de congelar pensiones cuando se prevé un aumento de la inflación. Además, se pretende realizar una reforma que recorte costes salariales y derechos laborales en aras de la mayor productividad de la economía española. Se da a entender, así, que son los excesivos salarios, gastos sociales y pensiones los que lastran la economía española. Todo esto se afirma con aplomo en contra de la evidencia más elemental. Se silencia que tanto el salario medio anual, como el coste laboral por hora de trabajo y el gasto social, se sitúan en España bien por debajo, no sólo de la Europa de los 15, sino también de la Europa de los 27. Se oculta que la pensión media es en España sólo el 55% de la percibida en la Europa de los 15 y el 65% de la Europa de los 27. Pues el coste salarial, el gasto social y las pensiones, no sólo vienen a ser en España cerca de la mitad que en Alemania o Francia, sino que se sitúan incluso por debajo de los de Grecia. En este contexto miserable, con tal de no importunar a los poderosos, el Gobierno pretende apretar las tuercas a los más débiles, siguiendo los dictados más obtusos e impopulares de las fuerzas económicas, que recomiendan hacer sacrificios humanos para aplacar la ira de los dioses del mercado. PÚBLICO. 26-4-2010

Deja una respuesta