La sociedad española ante el apagón: un comportamiento ejemplar

A oscuras… la gente resplandece

En un momento crítico, ante un gran apagón eléctrico, ha vuelto a emerger una corriente de solidaridad y civismo que es una de nuestras mayores fortalezas

En un momento crítico, soportando cinco, diez, quince horas sin electricidad, sin comunicaciones telefónicas ni por internet, y con miles de personas bloqueadas en trenes parados, la sociedad española lo afrontó con un comportamiento absolutamente ejemplar.

Era un escenario caótico y confuso que podía haber provocado tragedia. Y sucedió todo lo contrario. Se sucedieron los episodios de solidaridad y apoyo mutuo, se demostró una enorme madurez y civismo por parte de la inmensa mayoría, los profesionales de los servicios públicos básicos -sanidad, educación…- se volcaron para poder mantener las prestaciones…

Las condiciones eran de una dificultad extrema, pero no se registraron víctimas ni accidentes importantes, no hubo episodios relevantes de tensión ni de enfrentamiento, y el “gran apagón” pudo sobrellevarse sin trágicas consecuencias.

Lo vivimos en la forma de enfrentar la pandemia, y ha vuelto a suceder ahora. El comportamiento ejemplar de la sociedad española en una jornada crítica nos fortalece.

En una plaza de Barcelona, los vecinos se concentran alrededor de un transistor para escuchar las noticias sobre el apagón

Tiempo habrá para esclarecer las causas de apagón. Y para sacar conclusiones, tomando medidas para que no pueda volver a suceder. Pero ahora no es el momento. Será necesario tiempo para tener los datos suficientes para poder hacer una valoración sosegada.

Ahora lo más importante es poner en primer plano el ejemplo que ha dado toda la sociedad española. Evidenciando una fuerza y una energía, una capacidad de reacción, y sobre todo una enorme unidad y solidaridad. Factores que muchas veces permanecen ocultos, pero que emergen cuando son más necesarios.

Lo hemos podido comprobar en todos los ámbitos y en todos los sectores.

Primero en los servicios públicos esenciales. ¿Qué pasará en los hospitales, o en los colegios, sin luz y sin apenas comunicación? Esta pregunta nos inquietó a muchos. Pero se demostró que había capacidad para afrontar la situación.

Los ascensores dejaron de funcionar. Dos efectivos de Bomberos suben a un anciano a su casa en Avilés (Asturias)

Porque los hospitales están preparados con generadores y grupos electrógenos que pueden suministrar la energía necesaria en caso de apagón. Pero sobre todo por la actitud y la profesionalidad de médicos, enfermeras, celadores… sosteniendo con relativa normalidad un servicio básico a pesar de las dificultades.

Lo mismo sucedió en colegios e institutos, con millones de niños y adolescentes. Profesores y todo el personal educativo cumplieron su papel ejemplarmente.

Y en los barrios y pueblos ante los problemas emergió la solidaridad. Vecinos con cocinas de gas que se ofrecían a otros, con cocinas eléctricas, para preparar la comida. O que prestaban aparatos de radio “antiguos”, a pilas, para poder estar informado, sacándolos a los balcones o a las plazas, para que los pudiera escuchar el barrio. Familiares de ancianos que no podían bajar a la calle si no funcionaba el ascensor, que cuando acudieron a socorrerlos comprobaron que ya habían sido ayudados por sus vecinos.

Con paciencia y humor, mucha gente hizo piñas en las terrazas en torno a las radios manuales

Muchos tuvimos la prueba definitiva del comportamiento colectivo ejemplar cuando salimos a unas calles donde no funcionaban los semáforos. Si no hubo accidentes de tráfico reseñables fue por el civismo de los conductores, aminorando su velocidad o cediendo permanentemente el paso a los peatones.

En muchas estaciones de tren -como Atocha o Sans- se agolpaban miles de personas con su tren cancelado, sin saber donde dormirían. Y a ellas acudieron un tropel de ciudadanos para proporcionar víveres o mantas, y ofreciendo alojamiento en su casa a los más vulnerables.

Y también merecen atención las más de 30.000 personas atrapadas durante horas en trenes parados por la ausencia de energía. Personas que no se conocían se organizaron, se prestaron apoyo unos a otros, se unieron con los trabajadores del tren para respaldarlos…

Algunos han intentado utilizar el apagón como munición política de la manera más miserable y rastrera. Merecen el desprecio, pero son una ínfima minoría. La sociedad española, en su conjunto, ha impuesto un comportamiento ejemplar. Esta es la corriente absolutamente mayoritaria. Y lo que se debe resaltar.

El “gran apagón” ha revelado fragilidades. En una sociedad donde servicios básicos y nuestro día a día dependen de un suministro de energía que creemos garantizado pero que, como se ha demostrado, puede fallar. Pero también ha puesto de manifiesto enormes fortalezas que radican en el “factor humano”, en una sociedad que ha vuelto a afrontar un momento crítico con unidad y solidaridad.

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