Ya sucedió en las últimas elecciones griegas cuando el frente europeísta logró salvar por la campana un desenlace dramático que hubiera dejado el país en manos de las formaciones políticas extremistas tanto de derecha como de izquierda. De aquellos comicios se pudieron extraer dos conclusiones claras: uno, Europa como proyecto colectivo ha muerto a manos de la austeridad en aquellas naciones en las que su aplicación, no por inevitable, ha sido implacable; y dos, los ciudadanos no se creen el sistema de representación, tal y como está concebido hoy en día, y apuestan por una ruptura radical del modelo. Tales sentimientos se consolidan en la medida en que la recesión económica se agudiza con el paso del tiempo (Macrobusiness, Austerity poster child slides further, 26-02-2013).
Ambos corolarios son de igual aplicación al desenlace electoral en Italia ayer. Estamos ante un voto antieuropeísta y antisistema a partes iguales, como ponen de manifiesto tanto el colapso en las urnas de Mario Monti, como el auge de un Beppe Grillo que ha sido la opción elegida por esa cuarta parte de los italianos que le consideran beligerante alternativa al statu quo actual. La menor participación y el sorprendente resurgir de Berlusconi son también manifestaciones de ese doble sentimiento nacionalista y rupturista. La primera indica descrédito parlamentario y hastío social, desesperanzada falta de respuesta al ‘¿para qué?’; el auge del segundo, con sus promesas fiscales imposibles, sus artimañas futbolísticas y su beligerancia contra la Bruselas que le destronó, ha probado que el victimismo y el pan y circo son resortes que siguen movilizando a esa parte de la población que no tiene otros argumentos a los que aferrarse.
Buena parte del análisis político se va a centrar a partir de ahora en las consecuencias de esta contienda, en la aritmética electoral y en sus posibles implicaciones de cara a la gobernabilidad de Italia. Sin embargo, mucho más relevante que lo anterior es aterrizar en la génesis de lo que está pasando no solo en la nación transalpina sino en toda Europa: una verdadera revuelta ciudadana, de momento pacífica, que, si no es gestionada adecuadamente por sus dirigentes, amenaza con quebrar de abajo arriba el sueño comunitario debido, sobre todo, a la incapacidad de esos responsables para articular de arriba abajo un discurso integrador, constructivo e ilusionante, no solo en los estados miembros más afectados por la crisis, sino también en aquellos que se ha dado en llamar ‘locomotoras’. Como señala el inefable Wolfgang Münchau, confundir ajuste con reforma es lo que tiene (Financial Times, Austerity obstructs real economic reform, 24-02-2013).
Varios son los analistas de prestigio que han advertido de esta posibilidad en los últimos días.
>Así, Paul de Grauwe, en su incendiario post sobre la correlación entre pánico en los mercados y austeridad publicado inicialmente en VoxEU (una pieza, por cierto, que olvida cómo las restricciones forzadas lo son, en buena parte, por la negativa de los políticos a ejecutarlas de forma voluntaria) concluye afirmando que ‘es evidente que, en la medida en que millones de europeos han sido empujados innecesariamente al paro y la pobreza, su deseo de liberarse de las cadenas impuestas por el euro crecerá con el tiempo’ (VoxEU, Panic-driven austerity in the Eurozone and its implications, 21-02-2013). La nueva composición de las Cámaras en Italia y Grecia son un primer y muy relevante aperitivo de ‘la peligrosa radicalización que está por llegar’, en palabras de Paul Krugman (NYT, Austerity, Italian Style, 24-02-2013).
En términos más moderados se expresa Edward Connolly, en su primera entrevista a un medio de comunicación desde que hace diecisiete años publicara ‘The Rotten Heart of Europe’, libro que le costó el puesto de trabajo cuando era Delegado de Asuntos Monetarios de la UE, entre otras cosas, por sus acendradas críticas a la política monetaria y cambiaria de Felipe González y Carlos Solchaga. En declaraciones al WSJ afirma que ‘o bien Alemania sacrifica anualmente un 10% de su P.I.B. para mantener con vida el euro o los votantes de los países más débiles terminarán pidiendo a sus gobernantes salir de la moneda única (…) Alemania fue capaz de destinar un 5% de su riqueza cada año para integrarse con el este. Pero que nadie espere tanta solidaridad en el ámbito de la Eurozona’ (WSJ, Why the euro crisis isn´t over, 22-02-2013). Al menos el autor mantiene la esperanza en el cauce político.
Siguiendo con la tesis de Connolly, es evidente que no cabe de esperar nada de Alemania, más allá de lo obligadamente correcto, en el año en el que Angela Merkel se juega su continuidad al frente del Ejecutivo de la nación. Más aún cuando buena parte del éxito de empleo y competitividad total se basa en una precariedad salarial que lleva a que millones de ciudadanos trabajen por menos de seis euros la hora, empleados que no van a entender demasiado bien las restricciones a su propio bienestar a cambio de mantener sistemas de protección excesivos en estados quebrados. (The Money Illusion, They´ll always have Paris, 25-02-2013). Otro foco de inestabilidad interna que la canciller trata de paliar, precisamente, introduciendo como promesa electoral la fijación de un salario mínimo interprofesional que limite los potenciales abusos.
Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, ya sabes. Grecia dio el pistoletazo de salida al descontento social manifestado en las urnas, con sus correspondientes dosis de fragmentación del arco parlamentario y auge de los extremismos. Italia sigue peligrosamente sus pasos y amenaza con desestabilizar el precario equilibrio financiero conseguido en la Eurozona sin que esté tan claro el apoyo del BCE a las locuras de algunos de los elegidos por el pueblo. De momento Portugal e Irlanda aguantan… de aquella manera. Más le vale a Mariano Rajoy que sus plegarias sean escuchadas porque, si la cosa no levanta cabeza a tiempo, y sigue sin abordar de forma radical la regeneración que el país necesita, puede dejar como herencia un estado ingobernable en el que el prime más el ‘sálvese quien pueda’ que la defensa de una unidad local y europea percibida como podridas de raíz. En esa tesitura, un líder oportunista o un muerto inoportuno pueden incendiar la calle. Entonces, seguro, será demasiado tarde.