Opinión

Zona de exclusión nuclear

En la lucha del hombre con y contra la Naturaleza or “someterla” a sus propios fines, el hombre establece múltiples relaciones con ella, y entre sí. En torno a esta máxima (mutatis mutandi con cualquier otro enfoque humanista o ecologista) y todo un sistema de relaciones de dominación, podríamos hacer girar los fundamentos que sustentan el debate nuclear. Nadie puede, al menos explícitamente, oponerse al desarrollo y al progreso de la humanidad. El problema surge al enfrentar qué se entiende por progreso y para quién. La catástrofe de Fukushima ha puesto de manifiesto, de la forma más cruda posible, el antagonismo que existe entre el avance de la humanidad y la ley del “máximo beneficio”. Múltiples enfoques que en el terreno científico y del conocimiento aparecen enfrentados, se aunan para cuestionar que los intereses de unos pocos pongan en peligro el bienestar de la mayoría. Es inaceptable la asunción de “riesgos” cuando se trata de nuestra salud y de nuestras vidas. Menos si nada hemos tenido que ver en la elección de los mismos o nada obtenemos de ellos. Pretender que ese 16% de energía que proporciona la explotación nuclear, de la que solo un parte revierte en los ciudadanos, justifique los riesgos, debería ser cuanto mínimo decidido por todos. Por otra parte, precisamente en el terreno del conocimiento científico, aparece también un “techo” infranqueable. Al igual que en los escándalos más flagrantes de la sanidad, la mejora de las condiciones de vida de la gente y, por lo tanto, la inversión necesaria en investigación, desarrollo e innovación, es convertida en una mercancía cuyo valor depende de las ganancias que proporcione, sin importar las consecuencias. Tanto en los diferentes campos que se abren en el terreno nuclear, como en el de las energías renovables. Nadie debería dudar de que nada tiene que ver la máxima seguridad, con el máximo beneficio, ni de que exigir que los responsables de la catástrofe de Fukushima rindan cuentas ante los tribunales y se abran vías legales para perseguir este tipo de delitos, suponga enterrar una parte del desarrollo científico en el campo de la física nuclear y sus múltiples aplicaciones en beneficio de la humanidad. Por último… debemos poder decidir. Al margen del debate, tampoco nadie puede cuestionar que debemos ser los ciudadanos quienes decidamos sobre esto, no sea que la voluntad de la mayoría obligue a otro camino. La riqueza de alternativas energéticas solo dependen de la decisión que se tome y del dinero que se quiera invertir. Que un solo rincón del planeta se convierta en “zona de exclusión nuclear” es un destino que sale demasiado caro.

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