Los días anteriores a los referéndums de anexión a Rusia, decenas de miles de ucranianos han tratado de escapar a Ucrania, especialmente en las regiones de Zaporiyia y Jersón, al sur del país. Ante la amenaza de los soldados rusos, que pasaban casa por casa «reclutando» los síes, o ante la perspectiva de verse convertidos en «ciudadanos rusos» y ser obligados a enrolarse a la fuerza para luchar contra sus propios compatriotas, muchas familias cogieron todo lo que cabía en un coche y trataron de cruzar la línea de frente.
En una escena paralela a las colas kilométricas de vehículos de rusos que -en las fronteras rusas de Georgia o Finlandia- tratan de poner tierra de por medio ante el peligro de ser enrolados como carne de cañón para el Kremlin, largas caravanas de coches se agolpaban en los controles fronterizos, donde los soldados rusos les realizaban severos cacheos -de sus ropas, tatuajes o teléfonos móviles- para tratar de intimidarlos e impedir su éxodo.
No muy diferente -sólo que sin soldados rusos- era el escenario en el que los misiles del Kremlin han causado una nueva matanza de civiles en Zaporiyia. Al menos 30 personas -la mayoría mujeres y niños- que formaban parte de un «convoy humanitario que salía de un centro regional” en dirección a Ucrania han sido aniquiladas, y otras 88 han resultado heridas. Se trata del crimen de guerra con más víctimas civiles desde la matanza en la estación de trenes de Kramatorsk, el 8 de abril, que dejó más de 50 muertos en esa ciudad de Donetsk.
Se hallaban situados a varias decenas de kilómetros del frente. Eran simplemente una caravana de civiles que esperaban para entregar ayuda, o para recoger familiares en Zaporiya, muy cerca de donde un centro de una ONG presta ayuda humanitaria. Un misil ruso, lanzado sobre un objetivo de nulo valor militar, ha dejado imágenes dantescas: cuerpos de mujeres y niños reventados por la explosión, cadáveres en los coches, extremidades quebradas…
Como en Bucha, como en Izium o en Kramatorsk, las autoridades rusas han regado la autoría de la atrocidad y han acusado a las fuerzas ucranias de cometer el ataque contra su propia población. Pero en el lenguaje socialfascista del Kremlin, el mensaje a la población ucraniana de los territorios ocupados -ahora formalmente anexionados por Rusia- es claro: «necesitamos mano de obra en nuestras nuevas posesiones. Quedaos y someteos… tratad de escapar y moriréis»