Frente a la residencia del primer ministro, en el número 10 de Dowing Street, Boris Johnson anunciaba su dimisión como cabeza del gobierno británico.
Es la culminación a varias semanas donde la posición de Johnson, que parecía capaz de superar cualquier escándalo, se ha debilitado a una velocidad vertiginosa.
Hace poco menos de un mes, tras el escándalo del “Patygate”, las fiestas organizadas en plena restricciones por la pandemia en la residencia del primer ministro, Boris Johnson superó una moción de confianza presentada por su propio partido, pero ya entonces un 41% de los diputados conservadores reclamó su dimisión.
Pero todo se ha precipitado en los últimos días, en el que todas las fuerzas se han conjuntado para obligar a Boris Johnson a presentar su dimisión.
En pocas horas se han acumulado hasta sesenta dimisiones en el seno del gobierno y del grupo parlamentario del Partido Conservador, desde ministros a secretarios de Estado. Incluso los sustitutos que Johnson nombraba tardaban pocas horas en abandonarle. Así sucedió con el nuevo ministro de Economía, Nadhim Zahawi, que 24 horas después de acceder a su cargo dimitía arremetiendo contra el primer ministro.
Las más altas esferas del Partido Conservador se han movilizado para señalar a Boris Johnson la vía de salida. Abriéndose ya una carrera donde son varios los dirigentes que se postulan como sustitutos.
Y todos los medios, incluyendo todos los conservadores, arremeten contra el primer ministro.
La espoleta de esta explosión política ha sido la defensa por parte de Boris Johnson de un diputado conservador, Chris Pincher, denunciado por acoso sexual. Pero la forzada dimisión de Boris Johnson ha de tener motivos más profundos.
Reino Unido no es cualquier país. Es el histórico “caballo de Troya” norteamericano en Europa, y ocupa un papel clave en el despliegue militar norteamericano.
Es significativo que, aunque la tormenta política comenzó hace varias semanas, se haya “esperado” hasta la finalización de la importante cumbre de la OTAN en Madrid para forzar la dimisión de Johnson. Un aliado tan importante de EEUU no podía acudir “descabezado” a la cumbre de la OTAN.
Boris Johnson se encumbró a lomos del Brexit, y obtuvo un triunfo arrasador, el mayor cosechado por el Partido Conservador desde los años setenta, en las elecciones de 2019.
Pero varias cosas han cambiado: en la Casa Blanca ya no está Trump, sino Biden; la invasión imperialista rusa de Ucrania ha instaurado una guerra de incalculables consecuencias en el corazón de Europa; y existe el grave riesgo de recesión, con una inflación desbocada golpeando a todas las economías europeas.
Un personaje como Boris Johnson, que cumplió con éxito su papel, ha dejado de tener cabida, de ser útil para EEUU y los nódulos de la gran burguesía británica, en estas nuevas condiciones.
Habrá que esperar para saber cómo se materializa esta dimisión. Se ha especulado con que Johnson quiera seguir pilotando el gobierno durante una “etapa de transición”, hasta que el Partido Conservador elija un nuevo líder. Pero parece imposible su continuidad, aunque sea provisional, cuando todas las fuerzas que le apoyaban le han abandonado.
Y será importante saber quién será su sustituto. El favorito del grupo parlamentario del Partido Conservador parece ser Ben Wallace, secretario de Defensa, que ha ocupado un papel clave tras la guerra en Ucrania. Sus formas serían menos histriónicas, no provocaría tantos escándalos, pero el fondo de su política no sería más suave.
Lo que sucede en Reino Unido tiene consecuencias en la situación internacional, y particularmente en Europa. Delimitará, por ejemplo, cómo acaba resolviéndose definitivamente el Brexit, y también cuáles son las relaciones de Londres con una Europa más firmemente encuadrada con EEUU, como ha quedado demostrado en la cumbre de la OTAN.