Dimite Boris Johnson

No hay lugar para el trumpismo en Downing Street: Boris Johnson dimite

Desde que Trump perdió las elecciones, los días de Boris Johnson pasaron a ser de descuento. Pasó a ser una pieza obsoleta, una chirriante cacofonía. Una amplia mayoría de la clase dominante británica llevaba tiempo buscando su salida de Downing Street, para que Reino Unido pudiera "resintonizar" su relación con la Casa Blanca.

Tras una montaña rusa de éxitos y escándalos, el artífice del Brexit y otrora versión británica de las formas y maneras de Trump en la Casa Blanca, presenta por fin su dimisión como Primer Ministro británico.

Aunque su resistencia ha durado meses y ha logrado salir airoso de una moción de censura y hasta de la rebelión de buena parte del partido conservador, el escándalo del Partygate ha terminado por conseguir la salida el diferido de Johnson de Downing Street.

Pero hay razones mucho más poderosas que el bochornoso rosario de revelaciones sobre las fiestas que el Primer Ministro organizaba en medio de la pandemia, cuando ni siquiera se permitía a los británicos atender a los familiares que agonizaban en el hospital. Se trata de las contradicciones que el gobierno de Johnson ha creado con los planes de la línea que ahora lleva las riendas de EEUU, la línea Biden.

Desde que Trump perdió las elecciones, los días de Johnson pasaron a ser de descuento. Pasó a ser una pieza obsoleta, una chirriante cacofonía. Una amplia mayoría de oligarquía financiera británica -que necesita mantener una estrecha y afinada relación con la superpotencia del otro lado del Atlántico- llevaba tiempo exigiendo un relevo en Downing Street, un nuevo gobierno para que Reino Unido pudiera «resintonizar» su relación con la Casa Blanca.

Escándalos domésticos y rebelión en los tories

Ningún gobierno británico ha soportado el rosario de escándalos que ha tenido el de Boris Johnson. Pero de entre ellos uno destaca, y tiene hasta nombre propio: es el Partygate.

En diciembre de 2021, un embarazoso vídeo en el que unos asesores de Johnson bromeaban sobre las fiestas que hacían en Downing Street -justo en el peor momento de la pandemia, cuando Reino Unido contabilizaba las muertes diarias por centenares, y los ciudadanos tenían terminantemente prohibido hasta ir a dar el último adiós a sus familiares moribundos en el hospital- encendió un escándalo de proporciones descomunales, que fue creciendo al conocerse la docena de celebraciones que se habían realizado en la residencia del Primer Ministro.

No era ni de lejos lo peor que había hecho Boris Johnson en la pandemia -en los primeros meses se mostró contrario a tomar medida restrictiva alguna, y a dejar que los británicos (al menos los más jóvenes) fueran alcanzando la «inmunidad de grupo de forma natural», es decir, infectándose, enfermando y recuperándose- pero desencadenó un polvorín que hacía tiempo que quería estallar. De pronto, se hizo evidente que grandes sectores de la clase dominante británica, de los medios de comunicación y de los propios tories querían defenestrar a un Boris Johnson que ha sido el gran artífice del Brexit, y que luego ha cosechado el mayor éxito electoral de la historia del Partido Conservador.

La opinión pública pasó a dictar sentencia: el 68% de los británicos afirmaba que Johnson había mentido descaradamente sobre el Partygate, y un 54% pedían su dimisión, incluido un tercio de sus propios votantes.

Tras meses resistiendo, Johnson todavía logró superar una moción de censura por el Partygate hace un mes, pero un 41% de los diputados de su propio partido votó a favor de expulsarlo. Luego vino la puntilla: uno de los principales aliados de Johnson entre los tories, el diputado conservador Chris Pincher -que defendía que “Boris” era una máquina insustituible de ganar elecciones- fue pillado en un escándalo sexual. Y Johnson trató de mantenerlo en su puesto.

El asedio a Johnson ha logrado superar las almenas. En los últimos días, más de medio centenar de cargos de su Ejecutivo habían dejado su puesto por las revelaciones sobre el Partygate y sobre Pincher. El punto de inflexión se producía con la dimisión de una de sus manos derechas, el recién nombrado ministro de Economía, Nadhim Zahawi.

La verdadera razón está en Washington

Pero por poderosas y bochornosas que sean las razones domésticas, la verdadera causa de la vergonzante salida de Boris Johnson está en la City londinense… y sobre todo en el Despacho Oval.

Una vez culminado el Brexit -una salida de Reino Unido de la UE que le obliga a reforzar sus vínculos económicos y comerciales con EEUU-; con su principal valedor internacional -Donald Trump- fuera de la Casa Blanca; y con un presidente norteamericano, Joe Biden, al que le cuesta ocultar su desdén por Johnson… ¿tenía sentido para la clase dominante británica seguir manteniendo a este Primer Ministro en Downing Street?

La respuesta es que, evidentemente, no. Pero es más evidente si tenemos en cuenta que Johnson, que ha tratado de mantener una política internacional lo más pronorteamericana posible para ganar puntos ante Biden… ha seguido manteniendo una «deriva trumpista» en un asunto muy delicado para EEUU: Irlanda del Norte.

El gobierno de Johnson lleva meses empeñado en romper el acuerdo del Brexit que él mismo firmó con Bruselas, y que garantiza una «frontera blanda» entre la República de Irlanda y el Ulster. Johnson quería una «frontera dura» -con aranceles y controles, como con el resto de Europa- y eso ponía en peligro ni más ni menos que los acuerdos de Viernes Santo de 1998, que ponían punto y final al conflicto de Irlanda del Norte

Ya en septiembre de 2020, semanas antes de las elecciones en las que saldría ganador, Joe Biden había advertido a Boris Johnson que «no permitiremos que el Acuerdo del Viernes Santo se convierta en víctima del Brexit». Una advertencia que Biden -por cierto, de ascendencia irlandesa- ha repetido una y otra vez al Primer Ministro.

Una línea roja que Johnson no parecía estar dispuesto a respetar, abriendo la posibilidad de avivar un conflicto entre republicanos y unionistas en Irlanda del Norte, un foco de inestabilidad en la retaguardia de la OTAN que los enemigos de Washington -especialmente Rusia- no dejarían de aprovechar.

Con la defenestración de Johnson, se abre la puerta a que un nuevo gobierno conservador pueda «resintonizar» unas plenas y armónicas relaciones con la línea Biden en la Casa Blanca, colocando a Reino Unido en total consonancia con lo que su clase dominante busca que sea: el fiel escudero de la superpotencia norteamericana.

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