El Observatorio

«Yo no soy español»

En su libro «Páginas coloniales», editado por Mondadori en 2006, el escritor chileno Rafael Gumucio da cuenta de sus impresiones y de sus reflexiones tras una larga permanencia en nuestro paí­s. No todo el libro versa sobre Espana, pero sí­ sus páginas más jugosas. Y una de esas páginas es la que traemos hoy aquí­, a nuestro Observatorio, porque además de aguda y certera es pertinente a más no poder. Máxime cuando estamos a las puertas de unas elecciones gallegas y vascas, a las que nacionalistas vascos y gallegos llegan con su habitual matraca: «nosotros no somos españoles».

"- Yo no soy esañol -terminó por implorar sentado a la mesa Luis Magrinyà, escritor mallorquín que escribe y publica en Madrid. Lo mismo le he oído a Miguel Alzueta y a unas decenas más de españolísimos contertulios. He tenido cientos de veces esta extraña conversación sin salida en que personas con pasaporte, educación, cultura, ideas españolas, se declaraban con ojos húmedos de emoción "no españoles" porque, de manera muy española, "no les de la gana ser españoles".No querer ser lo que se es: nada más infertil literaria y filosóficamente, ya que el arte nace del viaje de una identidad hacia otra, y de la vuelta de esa identidad a la propia. Negarte a admitir tu pasaporte te devuelve a una pubertad permanente. De hecho, los adolescentes, que no son lo que son, están llenos de ideas que nunca cuajan y de proyectos que no terminan en nada. El mismo proyecto patriótico vasco y catalán [y gallego, podríamos añadir] sufre de esa indeterminación adolescente. Son proyectos en contra y por eso están condenados al fracaso, porque en el fracaso encuentran su sentido.No querer ser lo que se es, querer ser otro que es más tú que tú mismo, para así evitar el esfuerzo de ser porque estás siendo, construyendo la tierra prometida, huyendo del perpetuo opresor."No querer ser lo que se es": he vuelto a esta frase, que se repite en mi mente mientras las farolas de San Sebastián iluminan mis pasos hacie el autobús que me lleva de regreso a Bilbao.No querer ser lo que se es. Ser entonces otra cosa. Escaparse al mismo tiempo hacia el pasado ritual de los partidos de pelota vasca y las invocaciones ante el árbol de Guernica, y hacia el futuro encarnado en el Guggenheim o el Kursaal. Cualquier desvío es bienvenido con tal de no pasar por el presente, de no enfrentarse a la banalidad de no ser dioses, ni desheredados huérfanos, sino sólo ciudadanos."El problema vasco", pienso mientras recorro la noche de los suburbios de San Sebastián. Como diría Marcel Duchamp, el problema vasco no tiene solución porque no es un problema. O más bien, sí hay un problema, pero uno muy antiguo y muy hispano: el feudalismo que, disfrazado de federalismo, ha imperado en el reino desde que éste abandonó la dictadura.Así, en pleno siglo XXI, el País Vasco es gobernado por el fantasma de los fueros medievales. Según éstos, en razón de su pureza de sangre (falta de sangre árabe y judía) los vascos están exentos de pagar algunos impuestos. Da lo mismo que sea la región más rica de España: la tradición, tejida de tantas verdades como leyendas, gobierna. Después de todo, España es una monarquía y, como en toda monarquía, el absurdo no se discute: se celebra. Y el nacionalismo domina la leyenda; leyendas que son las mismas que dieron origen a la monarquía española, al imperio y a su perdición: la pureza de sangre, la cruzada contra los infieles, los fueros, todo lo que ni los Borbones pudieron quitar del subconsciente español, y que renació cuando el mundo de los caseríos y los hidalgos de provincia se sintió en peligro. El paternalismo regionalista que socialistas y conservadores han amparado por miedo a enfrentarse a la verdad. Los pueblos están desiertos, y muchos sirven de centros de vacaciones para los nostálgicos urbanitas que quieren vivir dos semanas al año como vivían sus abuelos. España ya no es rural, lenta y primordial. Ya no es el país que hacía llorar a Hemingway, ni a Neruda, la reserva ecológica de una cierta violencia y nobleza que la modernidad consumió.España quiere ser al mismo tiempo pueblerina y posmoderna, pero ya es sólo un rincón de Europa. Un rincón que ya no tiene que preguntarse si ser o no ser, sino cómo sobrevivir. Tiene que pasar del estético pero estéril Hamlet al crápula -pero infinitamente más real, más necesario- Claudio.El feudalismo ha sido la anestesia de la transición española. Una anestesia que ha enviciado a España para que siga durmiendo bajo el sopor del éter". (Rafael Gumucio, "Páginas coloniales". Mondadori, 2006).

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